En todo el continente, los escuadrones de la muerte de la reina Takhisis se lanzaron a la búsqueda de los desventurados hechiceros, despojados de su poder, para destruirlos. Los escuadrones de draconianos, armados con espadas y cuchillos, salieron disciplinadamente del templo de Neraka. Uno de los escuadrones fue a la destartalada Torre de la Alta Hechicería. Al no encontrar a nadie, le prendieron fuego. Otro se dirigió a la tienda de hechicería de Snaggle, en la Ringlera de los Hechiceros. El viejo no estaba, para su asombro, pues nunca nadie había visto que Snaggle abandonara su negocio hasta entonces.
Furiosos y frustrados, los draconianos saquearon la tienda, sacaron las cajas pulcramente etiquetadas de los estantes y las vaciaron en la calle. Después, el fuego se ocupó del resto. Los draconianos lanzaron las botellas, rompieron los frascos y confiscaron objetos para llevarlos al templo. Cuando la tienda quedó vacía, también prendieron fuego al edificio. Otros escuadrones habían recibido órdenes de ir a El Broquel Partido y a El Trol Peludo para ocuparse de los incendios que arrasarían las tabernas «por accidente» y que, por si eso fuera poca desgracia, acabarían con la vida de sus propietarios.
El escuadrón enviado a El Broquel Partido estaba liderado por el comandante Slith, y el draconiano no estaba contento con su misión. Slith no daría ni una de sus escamas por los hechiceros y no le importaría rajarlos de arriba abajo. Pero apreciaba a Talent Orren. A Slith le gustaba Talent y, sobre todo, el acero que Talent le pagaba. Slith no sólo abastecía a Talent de gran parte de la mercancía que éste vendía en el mercado negro, además recibía una comisión por cada cliente que enviaba a la taberna.
Slith caminaba inmerso en lúgubres cavilaciones, dado que si esa fuente de ingresos estaba a punto de quedar reducida a cenizas y sólo contaba con su paga del ejército, que ni siquiera había recibido todavía, ya no tenía ninguna razón para permanecer en Neraka. Slith no pertenecía a aquel lugar. Era un desertor que había abandonado el ejército mucho tiempo antes, y la única razón por la que había parado en Neraka era que le habían dicho que allí se hacía buen acero. El sivak caminaba pesadamente, estrujándose el cerebro, intentando encontrar la manera de desobedecer las órdenes sin llegar a desobedecerlas. Se dio cuenta de que uno de sus subordinados intentaba llamar su atención.
—Sí, ¿qué? —gruñó Slith.
—Señor, algo va mal —dijo Glug.
—Si te refieres a que Takhisis olvidó darte un cerebro, lo sabemos todos —masculló Slith.
—No es eso, señor —repuso Glug—. Mire la taberna. Está... Es que está muy tranquila, señor. Demasiado tranquila. ¿Dónde está la fiesta?
Slith frenó en seco. Aquélla sí que era una buena pregunta. ¿Dónde diantres estaba la fiesta? Se suponía que tenía que haber hogueras, gentes agolpadas en las calles, gentes que habían sido pagadas para prender fuego a la taberna. Slith veía luces en El Broquel Partido, pero no se oían carcajadas salvajes, conversaciones escandalosas ni la jarana típica de los borrachos. El Broquel Partido estaba silencioso como una tumba.
Eso lo intranquilizó. Miró calle arriba y calle abajo. No se veía a nadie.
—¿Qué hacemos, señor? —preguntó Glug.
—Seguidme —ordenó Slith.
Echó a andar y tras él fue su escuadrón, arañando el pavimento.
Slith se acercó a la puerta de El Broquel Partido. Un humano gigantesco, que respondía al nombre de Maelstrom y que era bien conocido por Slith, hacía guardia en la entrada.
—Dracos no —dijo Maelstrom, señalando el cartel—. Sólo humanos.
—Hemos venido en nombre de la Reina Oscura —dijo Slith.
—Vaya, eso lo cambia todo —contestó Maelstrom. Sonrió y abrió la puerta—. Entrad sin más.
—Vosotros esperad —ordenó Slith, dejando al escuadrón en la calle.
Entró en la taberna y se quedó paralizado. Parpadeó varias veces, perplejo.
La taberna estaba atestada. Todos los sitios estaban ocupados, incluso había gente apoyada en las paredes. La mayoría de los clientes eran soldados, pero también había un buen número de peregrinos oscuros, ocupando los lugares de honor, cerca de la puerta principal. Slith reconoció a algunos de los mejores clientes del mercado negro de Talent. Mientras el sivak estaba allí, plantado con la boca abierta, una de las peregrinas oscuras se levantó y empezó a dirigir los rezos de la muchedumbre.
—Perdonadnos, Nuestra Oscura Majestad —exclamó la peregrina, levantando las manos—. ¡Te rogamos que nos devuelvas las lunas que habéis borrado del cielo! ¡Oíd nuestra plegaria!
Mientras los soldados y los peregrinos empezaban a entonar el nombre de Takhisis, Talent Orren, que había visto a Slith, se abrió camino entre la multitud.
—En nombre del Abismo, ¿qué está pasando? —preguntó Slith, mirando fijamente aquel gentío.
—Bienvenido seas, comandante —saludó Talent con gran solemnidad—. Tú y tus hombres. Entrad, uníos a nuestras súplicas a la Reina Oscura.
Slith soltó un bufido. Su lengua puntiaguda asomó entre sus colmillos y volvió a esconderse.