Читаем La Torre de Wayreth полностью

Por un momento, Raistlin imaginó las llamas devorando la tienda y rodeando la cama del viejo. Escondió sus preciadas compras en las mangas largas y amplias de su túnica y salió a la calle. Se dirigía a su próximo destino, la Torre de la Alta Hechicería de Neraka.

Raistlin conjuró el hechizo más poderoso que pudo para cerrar la torre. No le parecía probable que alguien llamara a su puerta, pero no quería correr el riesgo de que lo molestaran. Subió la escalera lentamente. El tiempo transcurría. Podía ver el grano de arena atrapado en el cuello del reloj de arena. A cada momento que pasaba, el grano se acercaba un poco más al olvido.

Raistlin estaba cansado. Se había puesto en marcha antes del amanecer y no se había quedado tranquilo hasta que no había hablado con Talent y se había asegurado de que todo iba bien por esa parte. Primero se había ocupado de las cosas menos importantes. Al acercarse al momento de la verdadera decisión, sus pasos iban haciéndose más lentos. Ni siquiera al advertir a Talent del peligro que corría, Raistlin se había comprometido a luchar contra Takhisis. Siempre podría dar marcha atrás, hacer lo que se suponía que tenía que hacer, lo que había asegurado a Kitiara que haría.

Raistlin siguió subiendo.

Al llegar a la cocina pequeña y cochambrosa, que seguía oliendo a repollo, se sentó en un taburete. Desenvolvió el paquete y extendió cuidadosamente la piel de cordero sobre la mesa, delante de él. La alisó con delicadeza, como hacía cuando era niño. Cogió la pluma de cuervo y la mojó en la tinta. Miró su mano, y era la mano de un niño. Oyó una voz, y era la voz de su maestro, Theobald, tan odiado y despreciado.

«Escribirás en esta piel de cordero las palabras: "Yo, Mago". Si tienes el don, pasará algo. Si no, nada sucederá.»

El Raistlin adulto escribió las palabras con letra angulosa, grande e inclinada.

«Yo, Mago.»

No pasó nada. Tampoco había pasado nada aquella primera vez.

Raistlin se volvió hacia sí mismo, a la misma esencia de su ser, y prometió: «Voy a hacerlo. Nada importa en mi vida excepto esto. No existe ningún otro momento excepto éste. Nazco en este momento y, si fracaso, moriré en este momento.»

Recordó su oración, las palabras que se habían grabado para siempre en su corazón.

Dioses de la magia, ¡ayudadme! Os dedicaré mi vida. Os serviré por siempre. Cubriré de gloria vuestros nombres. ¡Ayudadme, por favor, ayudadme!

La oración que entonó como adulto era diferente.

—Dioses de la magia —dijo—, prometí que os dedicaría mi vida. Os prometí serviros por siempre. En esta ocasión, cumpliré mi promesa.

Bajó la mirada hacia las palabras que había escrito, las palabras sencillas de la prueba de un niño, y pensó en los sacrificios que había hecho, el dolor que había soportado y el dolor que seguiría soportando hasta el final de sus días. Pensó en las bendiciones que le habían sido concedidas y cómo eso compensaba tanto dolor. Pensó en que la magia, el dolor y las bendiciones podían desaparecer y dejarlo como el niño que había sido: débil y enfermizo, solitario y asustado. Pensó en Antimodes, su mentor, un mago de mentalidad práctica, un auténtico hombre de negocios; en Par-Salian, sabio y visionario, pero tal vez no lo suficientemente sabio y visionario; en Justarius, quien se había quedado cojo en la Prueba y sólo quería vivir en paz para poder cuidar de su familia; en Ladonna, que había creído la promesa de la Reina Oscura y había acabado traicionada y consumida por la ira.

Todos morirían esa noche si no detenía a Takhisis.

Raistlin alzó la voz y miró al cielo.

—Sé que os he decepcionado a todos. Sé que no aprobáis lo que soy. Sé que he infringido vuestras leyes. Eso no significa que no os venere o que no os guarde respeto. Esta noche estoy demostrándolo. Al acercarme a vosotros, pongo en riesgo mi vida.

—No es mucho lo que está en riesgo —repuso Nuitari—. Despojado de la magia, no tienes vida.

El dios se cernía sobre Raistlin. Su rostro era redondo como una luna y sus ojos, vacío y oscuridad, lo que hacía que la furia que ardía en ellos fuera aún más terrible. Vestía una túnica negra y en la mano sostenía un azote de tentáculos negros.

—Tal como has dicho, quebrantaste nuestras leyes —dijo Solinari, situándose junto a su primo. Ataviado con una túnica blanca, el dios sostenía un azote de hielo—. El Cónclave de Hechiceros se creó con un fin: gobernar la magia y a aquellos que la utilizan. No sólo infringiste las leyes, sino que las despreciaste, te burlaste de ellas.

—No obstante, lo entiendo —concedió Lunitari, hermosa y horrible, con su cabellera negra veteada de blanco. Su túnica era roja y llevaba un azote de fuego—. No justifico tus acciones, pero las entiendo. ¿Qué quieres de nosotros, Raistlin Majere?

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