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—¿Marcharme? —Usha miraba atónita al hombre al que siempre había conocido como Protector—. ¿Marcharme de la isla? ¿Cuándo?

—Mañana, pequeña —dijo el Protector, que iba de un lado a otro de la casa que compartían recogiendo las cosas de Usha y poniéndolas sobre la cama para después empaquetarlas—. Se está preparando un bote para ti. Eres una experta marinera y la embarcación ha sido mejorada con magia. No volcará por muy encrespadas que estén las aguas. Si deja de soplar el viento, el bote no se detendrá y seguirá navegando, impulsado por la corriente de nuestros pensamientos. Te llevará a través del océano a salvo hasta la ciudad humana de Palanthas, que está casi rumbo sur de nosotros. Será una travesía de doce horas, no más.

—Palanthas... —repitió Usha, sin acabar de comprender, sin darse siquiera cuenta de lo que decía.

El Protector asintió con la cabeza.

—De todas las ciudades de Ansalon, creo que Palanthas será la más adecuada para ti. La población es grande y variada, ya que los palanthinos tienen una gran tolerancia hacia otras culturas distintas de la suya. Lo extraño es que esto se deba, quizás, a la presencia de la Torre de la Alta Hechicería y a su señor, lord Dalamar. Aunque es un mago perteneciente a la Orden de los Túnicas Negras, es respetuoso con...

Usha ya no escuchaba. Sabía que el Protector hablaba sin parar llevado por la desesperación. Siendo un hombre silencioso, retraído, afable, dulce, todas esas palabras eran más de las que le había dirigido durante meses, y probablemente lo estaba haciendo sólo para procurar algún consuelo a ella y a sí mismo. Usha lo supo porque, cuando el hombre cogió una muñeca con la que había jugado de niña, de repente dejó de hablar, la apretó contra su pecho y la sostuvo como lo había hecho con ella antaño.

A Usha se le llenaron los ojos de lágrimas. Se volvió con rapidez para que no la viera llorar.

—Así que se me envía a Palanthas, ¿no? Bien. Sabes que hace tiempo que quería marcharme. Tenía planeado todo el viaje. Pensaba dirigirme a Kalaman, pero... —se encogió de hombros—, Palanthas servirá. Da igual un sitio que otro.

No había pensado en ir a Kalaman en ningún momento. Era el primer nombre de ciudad que le había venido a la cabeza, pero lo dijo de forma que parecía que llevara años planeando el viaje. La verdad era que estaba asustada. Terriblemente asustada.

«¡Los irdas saben dónde estuve anoche!», pensó, sintiéndose culpable. «Saben que estuve en la playa. ¡Saben lo que estuve pensando, soñando!»

Sus sueños habían evocado las imágenes de los caballeros: sus jóvenes rostros, su cabello húmedo de sudor, sus fuertes y flexibles manos. En sus sueños se habían encontrado con ella, le habían hablado, se la habían llevado en su barco con cabeza de dragón. Le habían jurado que la amaban; habían renunciado a la guerra y a las armas por ella. Una estupidez, lo sabía. ¿Cómo podía un hombre amar a alguien tan feo como ella? Pero podía soñar que era hermosa, ¿no? Al recordar ahora sus sueños, Usha se ruborizó. Se avergonzaba de ellos, de los sentimientos que despertaban dentro de ella.

—Sí, los dos sabemos que ha llegado el momento de que te marches —dijo el Protector con cierta torpeza—. Ya habíamos hablado de ello antes.

Cierto, Usha había hablado de marcharse durante los últimos tres años. Planeaba el viaje, decidiendo qué llevarse consigo; incluso llegó a marcar una fecha de partida, una fecha imprecisa, como la Víspera del Solsticio de Verano, o el Día de las Tres Lunas. Esas fechas llegaron y pasaron, pero Usha siempre se quedaba. El mar estaba demasiado agitado, o el tiempo era demasiado frío o el bote resultaba inadecuado o los augurios desfavorables. El Protector siempre se mostraba de acuerdo con ella, afablemente, del mismo modo que estaba de acuerdo con todo lo que ella decía o hacía, y el tema quedaba zanjado. Hasta la próxima vez que Usha empezaba a planear su viaje.

—Tienes razón. De todas formas pensaba marcharme —repuso, confiando en que el temblor de su voz fuera tomado por excitación—. Tengo mi equipaje hecho a medias.

Se pasó una mano por los ojos y se volvió para mirar al hombre que la había criado desde la infancia.

—¿Pero qué haces, Prot? —inquirió dirigiéndose a él por el nombre con que lo llamaba de pequeña—. No pensarás que voy a ir a Palanthas llevando mi muñeca, ¿verdad? Déjala aquí. Te servirá de compañía mientras yo estoy ausente. Los dos podréis hablar hasta que vuelva.

—No volverás, pequeña —dijo el Protector con voz queda.

No la miró, pero acarició la usada muñeca. Luego, en silencio, se la tendió a la joven.

Usha lo miraba fijamente. El temblor de la voz dio paso a un nudo en la garganta, y éste provocó que las lágrimas volvieran a sus ojos. Cogió la muñeca con brusquedad y la arrojó al otro lado del cuarto.

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