Читаем Los Caballeros de Takhisis полностью

—¡Una kender! —Usha se obligó a soltar una risa—. Me contaste historias sobre ellos, Prot. ¿Crees que llegaré a conocer a uno?

—Será más fácil conocerlos que librarte de ellos. Oh, sí, pequeña. —El Protector sonrió al evocar ciertos recuerdos—. Conocerás a los alegres y despreocupados kenders de ágiles dedos. Y a los severos y secos enanos; a los astutos e ingeniosos gnomos; a los audaces y apuestos caballeros; a los elfos de voces argentinas. Los conocerás a todos...

Mientras hablaba, el Protector observó que Usha apartaba los ojos de él y dirigía la mirada hacia el mar. La expresión de su rostro cambió, dejando de ser aturdida, conmocionada. Ahora advirtió ansia, el anhelo de ver y oír y probar y tocar la vida. En el horizonte unas nubes blancas iban formando un cúmulo más y más alto, pero Usha no veía nubes, sino ciudades, blancas y brillantes al sol. El Protector tuvo la impresión de que si el océano hubiese sido de pizarra la joven habría echado a correr por él en ese mismo instante.

El irda suspiró. La parte humana había tomado control de la huérfana finalmente. La excitación brillaba en sus ojos; sus labios se entreabrieron. Se inclinó hacia adelante, en un gesto inconsciente de ansiedad, dispuesta —como lo estaban todos los humanos— a zambullirse de cabeza en el futuro.

Sabía mucho mejor que ella —pues había sido uno de los pocos irdas que había recorrido el mundo— a los peligros que Usha, en su inocencia, se enfrentaba. Estuvo a punto de prevenirla; las palabras acudieron a sus labios. Le había hablado de los caballeros y los kenders. Ahora debería hablarle de los crueles draconianos; de los malvados goblins; de humanos con el alma y el corazón corruptos; de clérigos oscuros que realizaban actos indecibles en nombre de Morgion o Chemosh; de hechiceros Túnicas Negras con anillos que absorbían la vida; de delincuentes, ladrones, perjuros, seductores.

Pero no le dijo nada. No llego a advertirle del peligro. No tuvo corazón para apagar su entusiasmo, para ensombrecer el brillo de su mirada. Pronto lo descubriría por sí misma. Ojalá los dioses velaran por ella, como se decía que velaban por los niños dormidos, los animales extraviados y los kenders.

La ayudó a subir al bote.

—La magia guiará la embarcación hacia Palanthas. Lo único que tienes que hacer, pequeña, es mantener el rumbo de manera que el sol poniente toque tu mejilla izquierda. No temas por las tormentas, pues el bote no puede volcar. Si el viento deja de soplar, nuestra magia será tu brisa marina, empujando al bote en su camino. Deja que las olas te mezan hasta dormirte, y cuando despiertes por la mañana verás las cúpulas de Palanthas brillando tajo el sol.

Levantaron la vela entre los dos. Durante todo el proceso, el protector estuvo abstraído, argumentando consigo mismo, intentando tomar una decisión. Finalmente, lo hizo.

Cuando la embarcación estaba lista para zarpar, el Protector instaló a Usha en la popa, colocando de nuevo sus posesiones a su alrededor, ordenadamente. Hecho esto, sacó un rollo de pergamino atado con una cinta negra y se lo tendió a Usha.

—¿Qué es esto? —preguntó ella, mirándolo con curiosidad—. ¿Un mapa?

—No, pequeña. No es un mapa. Es una carta.

—¿Para mi? ¿Me habla...? —Su rostro se iluminó con la esperanza—. ¿Me habla de mi padre? ¿De por qué me abandonó? Me prometiste que un día me lo contarías, Prot.

El Protector se sonrojó hasta las orejas, sorprendido.

—Eh... Mmmm... No, no es eso, pequeña. Ya conoces la historia. ¿Qué más podría añadir?

—Me dijiste que me dejó después de la muerte de mi madre, pero nunca me dijiste el porqué. Es porque no me quería, ¿verdad? Porque fui la causa de la muerte de mi madre. Me odiaba...

—¿De dónde has sacado esa idea, pequeña? —El Protector estaba conmocionado—. Tu padre te amaba profundamente. Sabes lo que pasó. Te lo contamos.

—Sí, Prot —dijo Usha con un suspiro. Todas sus conversaciones acerca de sus progenitores acababan de este modo. Se negaba a decirle la verdad. Vale, no importaba. Ella encontraría su propia verdad.

—La carta no es para ti —dijo el Protector mientras le daba golpecitos al pergamino con el dedo, deseoso de cambiar de tema—; pero, cuando hayas perdido de vista nuestra isla, puedes abrirla y leerla. La persona a la que has de entregársela tal vez quiera hacer preguntas que sólo tú puedes contestar.

Usha contempló la carta fijamente, con expresión desconcertada.

—Entonces ¿para quién es, Prot?

El Protector guardó silencio un momento, luchando consigo mismo. Sacudió la cabeza para librarse de las dudas que lo acosaban.

—Hay un poderoso hechicero que vive en Palanthas —respondió—. Se llama Dalamar. Después de que hayas leído esta carta, llévasela a él. Es justo que sepa lo que nos proponemos hacer, en caso de que... —calló sin terminar la frase, pero Usha tenía una viva inteligencia.

—¡En caso de que algo vaya mal! —la concluyó por él—. ¡Oh, Prot! —Se aferró al irda con fuerza, ahora que el momento de partir había llegado—. ¡Tengo miedo!

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