—Que la bendición de tu madre, y la de tu padre, vayan contigo.
Bajó del bote y lo empujó fuera de la playa, haciendo que se deslizara sobre las olas.
—¡Protector! —gritó Usha, alargando la mano para agarrarse a él.
Pero el agua, o la magia, o ambas, alejaron el bote rápidamente. El chapoteo de las olas al romper en la orilla ahogaron sus palabras.
El Protector permaneció en la arenosa playa hasta que el bote se perdió de vista. Incluso después de que el pequeño punto hubiera desaparecido en el horizonte, continuó parado allí.
Sólo cuando la marea subió, borrando con las olas el rastro de las pisadas de Usha en la arena, el Protector dio media vuelta y se marchó.
4
Una carta para Dalamar
Usha, sola en el bote, contempló cómo la esbelta figura del Protector se hacía más y más pequeña, vio cómo la costa de su hogar se difuminaba en la distancia hasta no ser más que una línea negra en el horizonte. Cuando el Protector y la costa se perdieron de vista, Usha dio un tirón al timón para hacer que el bote girara y navegar de regreso.
El timón no respondió. El viento sopló con más fuerza y de manera constante. La magia irda mantenía la embarcación rumbo a Palanthas.
Usha se tumbó en el fondo del bote y se entregó a su pena, llorando y gritando hasta casi ponerse enferma. Las lágrimas no aliviaron en absoluto el dolor de su corazón. Por el contrario, le dieron hipo, le pusieron rojos los ojos, que le picaban y le ardían, e hicieron que la nariz le goteara. Manoseando torpemente para coger un pañuelo se topó con la carta que el Protector le había dado. La abrió sin mucho entusiasmo, imaginando que había sido otra excusa para librarse de ella, y empezó a leer...
»Mi Usha: mientras escribo esto, tú duermes. Te miro —descansando plácidamente, el brazo echado sobre tu cabeza, el cabello despeinado, las huellas de las lágrimas en tus mejillas— y recuerdo a la criatura que trajo alegría y calor a mi vida. Ya te echo de menos ¡y todavía no te has ido!
»Sé que te sientes herida y estás enfadada porque te enviamos lejos de aquí, sola. Por favor, créeme mi querida niña: jamás habría hecho esto si no estuviera convencido de que tu marcha es por tu propio bien.
»La pregunta que planteaste en la reunión, referente a la Gema Gris y su control sobre nosotros, es algo que nos hemos preguntado muchos de nosotros. No estamos seguros de que romper la joya sea el mejor curso de acción. Accedimos a la proposición del Dictaminador porque, sinceramente, creemos que no tenemos otra opción.
»El Dictaminador ha decretado que ni el menor indicio de lo que planeamos debe trascender al mundo exterior. En eso, creo que se equivoca. Durante demasiado tiempo nos hemos mantenido apartados del mundo. Ello ha acabado —más de una vez— en tragedia. Mi propia hermana...»
En este punto, lo que quiera que hubiera escrito había sido tachado. El Protector nunca le había mencionado que tuviera una hermana. ¿Dónde estaba? ¿Qué le había ocurrido? Usha trató de descifrar las palabras debajo del tachón, pero fracasó. Suspiró y siguió leyendo. Lo que venía a continuación iba dirigido a lord Dalamar, señor de la Torre de la Alta Hechicería, en Palanthas.
Usha pasó con una ojeada las educadas presentaciones preliminares y una descripción de cómo se las habían ingeniado los irdas para robar la Gema Gris, una historia que había oído contar infinidad de veces y que ya le resultaba aburrida. Se saltó hasta la parte interesante.