Читаем Los Caballeros de Takhisis полностью

Tanis no podía decir lo mismo. Su parte de ascendencia humana se estaba imponiendo de un modo muy rápido, a su parecer. La parte de ascendencia elfa no podía hacer mucho para frenar el deterioro. Seguía siendo fuerte, y todavía podía sostener sus propias batallas, aunque esperaba no tener que llegar a esos extremos.

Quizá fuera la pena, la preocupación, el tumulto de estos últimos meses lo que le había pintado mechones de plata en el cabello y la barba.

Tika y Caramon permanecieron un momento enlazados en un cariñoso abrazo, encontrando alivio y descanso el uno en el otro.

—Además —añadió Tika mientras miraba a Tanis—, a ti te viene bien que no estemos ocupados. ¿Cuándo se supone que vendrán?

—No hasta bastante después de oscurecer —contestó el semielfo al tiempo que miraba por la ventana—. Al menos, eso es lo que planeaba Porthios. Dependerá de cómo se sienta Alhana...

—¡Mira que hacerla trajinar por tierras salvajes, con este calor y en su condición! ¡Hombres! —resopló Tika. Se irguió y le dio a su marido un coscorrón en broma.

—¿Por qué me pegas a mí? —protestó Caramon mientras se frotaba la coronilla y se volvía a mirar a su esposa—. No tengo nada que ver con eso.

—Porque todos sois iguales, por eso —respondió ella con ambigüedad. Miró fijamente por la ventana la creciente oscuridad al tiempo que se retorcía el delantal.

«Es una mujer madura», cayó de repente en la cuenta Tanis. «Qué raro. No me había fijado hasta ahora. Quizá sea porque, cada vez que pienso en Tika Waylan, veo a aquella descarada muchacha pelirroja que atizaba sartenazos a los draconianos en la cabeza. Solía encontrar a aquella muchacha de nuevo mirando los ojos verdes de Tika, pero no esta noche. Esta noche veo las arrugas en torno a su boca, y sus hombros hundidos. Y en sus ojos... miedo.»

—Algo malo pasa con los chicos —dijo la mujer de repente—. Ha ocurrido algo. Lo sé.

—No ha pasado nada —replicó Caramon con una afectuosa exasperación—. Estás cansada. Es por el calor...

—No estoy cansada. ¡Y no es por el calor! —exclamó Tika bruscamente, en un arranque de mal genio—. Nunca me había sentido así. —Se llevó la mano al corazón—. Es como si me estuviera ahogando. Me duele tanto el corazón que apenas si puedo respirar. Eh... creo que iré a ocuparme del cuarto de Alhana.

—Ha estado yendo a esa habitación cada hora, desde que llegaste, Tanis. —Caramon suspiró. Siguió con la mirada a su esposa, que subía la escalera, con expresión preocupada—. Ha estado comportándose de un modo raro todo el día. Empezó anoche, con algún sueño terrible que no pudo recordar. Pero ha estado así desde que los chicos se unieron a las órdenes de caballería. Era la persona más enorgullecida de todos los asistentes a la ceremonia. ¿Lo recuerdas, Tanis? Estabas allí. —Tanis sonrió. Sí, lo recordaba. Caramon sacudió la cabeza.

»Pero esa noche estuvo llorando hasta quedarse dormida, cuando estuvimos solos. No le daba importancia a combatir a los draconianos cuando era joven, y se lo recordé. Me llamó zoquete y dijo que eso fue entonces y que esto era ahora, y que yo jamás entendería los sentimientos de una madre. ¡Mujeres!

—¿Dónde están el joven Sturm y mi ahijado Tanin? —preguntó el semielfo.

—Las últimas noticias que tuvimos es que andaban por el norte, cabalgando hacia Kalaman. Parece que el mando de los solámnicos por fin te toma en serio, Tanis. Respecto a los Caballeros de Takhisis, me refiero. —Caramon bajó la voz a pesar de que la sala estaba vacía, a excepción de ellos dos—. Palin nos escribió que se dirigían hacia el norte para patrullar a lo largo de la costa.

—¿Palin fue con ellos? ¿Un mago? —Tanis no salía de su asombro. De momento, olvidó sus propias preocupaciones.

—Extraoficialmente. Los caballeros jamás autorizarían tener a un mago en sus filas; pero, puesto que era una misión rutinaria de patrulla, permitieron que Palin acompañara a sus hermanos. Al menos, es lo que dijo el comandante mayor. Es evidente que Palin creyó que no era ésa la única razón. O eso dio a entender.

—¿Qué le hizo pensar así?

—Bueno, la muerte de Justarius, para empezar.

—¿Qué? —Tanis estaba boquiabierto—. Justarius.., ¿muerto?

—¿No lo sabías?

—¿Cómo iba a saberlo? —replicó Tanis—. He estado recorriendo a hurtadillas los bosques durante meses, haciendo cuanto estaba en mi mano para evitar una guerra civil entre elfos. Ésta será la primera noche que duermo en una verdadera cama desde que dejé Silvanesti. ¿Qué le pasó a Justarius? ¿Y quién es el jefe del Cónclave de Hechiceros ahora?

—¿No lo imaginas? Nuestro viejo amigo. —El gesto de Caramon era lúgubre.

—Dalamar. Por supuesto. Debí suponerlo. Pero Justarius...

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