Le contestaron con otro de tono más agudo. La llamada a la puerta se repitió.
Tanis abrió.
Un guerrero elfo se deslizó dentro. Echó una rápida ojeada alrededor de la sala y después asintió con gesto satisfecho. Concluida la inspección, dirigió la mirada hacia Tanis.
—¿Todo en orden?
—Todo en orden. Te presento a vuestro anfitrión, Caramon Majere. Caramon, te presento a Samar, de la Protectoría.
Samar contempló a Caramon con una fría mirada evaluativa. Reparando en el estómago dilatado y el rostro jovial, el elfo no pareció muy impresionado.
Los que conocían a Caramon por primera vez confundían su afable sonrisa y su cachaza como indicativos de simpleza. No era éste el caso, como sus amigos acababan descubriendo. El hombretón nunca llegaba a una respuesta hasta haber dado vueltas a la pregunta, estudiándola y examinándola desde todos los ángulos. Cuando acababa, a menudo sacaba conclusiones astutas en extremo.
Sin embargo, Caramon no era alguien a quien pudiera intimidar un elfo. El hombretón le devolvió la mirada, en una actitud firme, de seguridad en sí mismo. Después de todo, ésta era su posada.
El frío rostro de Samar se relajó con una media sonrisa.
—Caramon Majere, un Héroe de la Lanza. «Un hombretón, pero con un corazón más grande que su cuerpo», es lo que dice mi soberana. Te saludo en nombre de Su Majestad.
Caramon parpadeó, algo desconcertado. Hizo una leve inclinación de cabeza al elfo, con torpeza.
—Claro, Samar. Encantado de serle útil a Alhana, quiero decir... a Su... eh... Majestad. Vuelve y dile que todo está dispuesto y que no tiene por qué preocuparse. Pero ¿dónde está Porthios? Creí que...
Tanis le dio un pisotón.
—No menciones a Porthios ante Samar. Te lo explicaré después —susurró. En voz más alta, se apresuró a cambiar de tema—: Porthios vendrá enseguida, con otra escolta. Llegáis pronto, Samar. No os esperaba hasta...
—Su Majestad no se encuentra bien —lo interrumpió Samar—. De hecho, con vuestro permiso, caballeros, he de regresar con ella. ¿Está preparado su cuarto?
Tika bajaba presurosa la escalera en ese momento, el semblante crispado por la ansiedad.
—¡Caramon! ¿Qué ocurre? He oído voces, y... ¡Oh! —Acababa de ver a Samar—. ¿Cómo está usted?
—Mi esposa, Tika —la presentó Caramon enorgullecido. Después de veintitantos años de matrimonio, todavía la consideraba como la mujer más hermosa del mundo, y a sí mismo un hombre afortunado.
—Señora. —Samar hizo una cortés, aunque apresurada, reverencia—. Y ahora, si me disculpáis, mi soberana no se encuentra bien...
—¿Han empezado ya las contracciones del parto? —preguntó Tika mientras se enjugaba la cara con el delantal.
Samar se sonrojó. Entre los elfos, este tipo de cosas no se consideraban temas adecuados para una conversación entre hombres y mujeres.
—No sabría deciros, señora...
—¿Ha roto aguas? —siguió preguntando Tika.
—¡Señora! —El rostro de Samar se había puesto rojo como la grana. Era obvio que estaba escandalizado, e incluso Caramon se había sonrojado.
—Tika —Tanis carraspeó—, no creo que...
—¡Hombres! —resopló la posadera. Cogió la capa de una percha que había junto a la puerta—. ¿Y cómo planeabas subirla por la escalera? ¿Acaso puede volar? ¿O esperabas que la subiera caminando en su condición, con el bebé a punto de llegar?
El guerrero echó un vistazo a los numerosos peldaños que conducían a la posada desde el suelo. Obviamente, la idea no se le había pasado por la cabeza.
—Eh... no sabría deciros...
Tika lo apartó de un empujón y pasó ante él, camino de la puerta, dando instrucciones mientras se marchaba:
—Tanis, enciende la lumbre del fogón y pon la tetera a hervir. Caramon, ve corriendo y trae a Dezra. Es nuestra partera —le explicó a Samar, al que agarró por una manga mientras pasaba a su lado y lo arrastró tras de sí—. Le advertí que estuviera preparada para esta posibilidad. Vamos, Samovar o como quiera que te llames. Llévame junto a Alhana.
—¡Señora, no podéis! —Samar se liberó de un tirón—. Eso es imposible. Mis órdenes son...
Tika clavó sus verdes ojos en él, las mandíbulas encajadas en un gesto firme. Caramon y Tanis intercambiaron una mirada. Ambos conocían esa expresión.
—Eh, si me disculpas, querida. —Caramon pasó entre los dos y salió por la puerta, dirigiéndose a la escalera.
Tanis, esbozando una sonrisa que ocultaba su barba, se marchó rápidamente, retirándose a la cocina.
—Si no me llevas con ella, saldré ahí fuera, me plantaré en medio de la plaza del mercado, y empezare a chillar a pleno pulmón.
Samar era un guerrero valiente. Había combatido contra todo, desde ogros hasta draconianos. Tika Waylan Majere lo desarmo, lo derrotó en una única escaramuza.
—¡No, señora! —suplicó—. ¡Por favor! Nadie debe saber que estamos aquí. Os llevaré con mi reina.
—Gracias, señor. —Tika era generosa en la victoria— ¡Y ahora, muévete de una vez!
13
Vuelo de dragón. El consejo del dragón. Captor y cautivo