—No. —La voz de Steel era fría y dura, manteniendo a raya los sentimientos—. Y sabes que no debes mencionar su nombre.
—Estamos solos. ¿Quién iba a oírnos? Quizá nos enteremos de algo durante nuestra visita a Solace.
—No quiero saber nada de ella —replicó Steel, todavía con el mismo tono cortante.
—Supongo que tienes razón. Si por casualidad descubriéramos dónde se esconde, tendríamos que capturarla y llevarla de vuelta. Lord Ariakan puede alabar cuanto quiera a sus enemigos, pero no le gustan los traidores.
—¡No es una traidora! —replicó el caballero, su frialdad derritiéndose con el estallido de su genio vivo—. Podría habernos traicionado infinidad de veces, pero permaneció leal...
—A
—Me crió cuando mi propia madre me abandonó. Por supuesto que me quería. Lo contrario no habría sido natural.
—Y tú la querías a ella. Lo digo sin intención de menospreciar a nadie —añadió Llamarada al sentir que Steel se ponía rígido sobre la silla de montar—. También yo quería a Sara, hasta donde un dragón es capaz de querer a un mortal. Nos trataba como seres inteligentes. Nos consultaba, pedía nuestra opinión, escuchaba nuestros consejos.
—Por lo que sé, no estoy seguro de que mi propia madre hubiera llegado a entender nuestra causa —dijo Steel cáusticamente.
—¿La Señora del Dragón Kitiara? —Llamarada rió bajito, divertida por la idea—. Sí, era de las que marcaba su propio camino, y Takhisis arrolla a cualquiera que se ponga en el suyo. ¡Pero qué gran guerrera! Intrépida, audaz, diestra. Yo estaba entre los que combatieron con ella en la Torre del Sumo Sacerdote.
—No es precisamente una batalla que diga mucho en su favor —comentó el caballero con tono seco.
—Cierto, fue derrotada, pero se levantó de sus cenizas para acabar con lord Ariakas y obtener la Corona del Poder para sí misma.
—Lo que desembocó en nuestra derrota final. «El Mal se vuelve contra sí mismo.» Un credo de envidia y traición que significa destrucción. Nunca más. Somos aliados, hermanos en la Visión, y sacrificaremos cualquier cosa a fin de que se cumpla.
—Nunca has revelado
—Me está prohibido hacerlo. Puesto que no acababa de comprenderla del todo, se la relaté a lord Ariakan. Tampoco él la comprendió y dijo que sería mejor que no lo contara ni lo discutiera con otros.
—¡Pero yo no soy «otros»! —se encrespó la hembra de dragón, indignada.
—Lo sé —contestó Steel, suavizando el tono y dando palmaditas en el cuello del reptil otra vez—. Pero mi señor me ha prohibido que hable de ello con nadie. Veo luces. Debemos de estar acercándonos.
—Las luces que ves son de la ciudad de Sanction. Sólo tenemos que cruzar el Nuevo Mar y estaremos en Abanasinia, muy cerca de Solace. —Llamarada escudriñó el cielo y tanteó el viento, que parecía estar disminuyendo—. Falta poco para el amanecer. Os dejaré a ti y al mago en tierra, a las afueras del pueblo.
—¿Dónde te esconderás durante el día? No quiero que seas vista.
—Me refugiaré en Xak Tsaroth. La ciudad sigue abandonada, incluso después de todos estos años. La gente cree que está embrujada, que la frecuentan los fantasmas. Pero no son fantasmas, sino goblins. Me desayunaré unos cuantos antes de dormirme. ¿Regreso por ti a la caída de la noche o espero hasta que me llames?
—Espera mi llamada. Todavía no estoy seguro de cuáles serán mis planes.
Los dos hablaban despreocupadamente, sin mencionar el hecho de que estaban muy dentro de territorio enemigo, que sus vidas corrían peligro en todo momento, y que no podían contar con que nadie los ayudara. Ciertos caballeros de la Orden de Takhisis vivían en el continente de Ansalon, espiando, infiltrándose, reclutando a otros para la causa. Pero, aun en el caso de que Steel conociera a estos caballeros, no podría servirse de ellos, no podría hacer nada que hiciera peligrar el artificio tras el que se enmascaraban. Tenían una misión que cumplir, de acuerdo con la Visión, y él tenía la suya propia.
Salvo que no tenía muy claro cuál era esa misión.
Llamarada dejó atrás tierra firme y sobrevoló el Nuevo Mar. La luna roja no se había puesto todavía, pero la luz grisácea del alba amortiguaba el lustre de Lunitari. La luna se metió tras el horizonte del mar rápidamente, casi como si fuera un alivio para ella cerrar su ojo rojo al mundo.
Palin gimió en sueños y pronunció el nombre de uno de sus hermanos muertos:
—Sturm...
El nombre sonó espeluznante en los retazos de la Visión evocada. Sturm había sido el nombre del hermano del mago, pero se le había puesto tal nombre en memoria del padre de Steel.
—Sturm... —repitió Palin.
Steel se giró en la silla.
—¡Despierta! —ordenó bruscamente, con irritación—. Casi has llegado a casa.