—¿Crees en el destino, mago? —preguntó de repente, con la mirada prendida en el camino de tierra abrasada—. En ese momento, aquella emboscada, cambió la vida del semielfo, o eso es lo que afirmas. Ello implica que su vida habría sido diferente de no haber tenido lugar tal hecho. Pero ¿y si pasó porque así estaba dispuesto y no había modo de eludirlo? Quizás el destino le había tendido una emboscada, lo estaba esperando, tan seguro como lo estaba esperando el goblin. ¿Y si...? —La sombría mirada de Steel se volvió hacia Palin—. ¿Y si tus hermanos nacieron para morir en aquella playa?
La pregunta fue como un puñetazo en la boca del estómago. Por un instante, Palin fue incapaz de respirar. El propio mundo pareció tambalearse; todo cuanto le habían enseñado pareció escapársele entre los dedos como arena. ¿Había un destino inexorable agazapado detrás de algún arbusto en alguna parte, esperándolo? ¿Acaso sólo era un insecto atrapado en las redes del tiempo, debatiéndose y retorciéndose en un fútil intento de escapar?
—¡No lo creo! —Inhaló hondo y se sintió mejor. Su mente se aclaró—. Los dioses nos dan libertad para elegir. Mis hermanos eligieron hacerse caballeros. No tenían que hacerlo. De hecho, puesto que no eran solámnicos ni tenían antepasados que hubieran pertenecido a la caballería, no les resultó fácil conseguirlo...
—En tal caso, también eligieron morir, ¿no? —argumentó Steel, cuya mirada fue hacia los cadáveres—. Podrían haber huido, pero no lo hicieron.
—No, no lo hicieron —repitió Palin suavemente.
Asombrado por la cuestión planteada por el caballero, preguntándose qué había tras ella, Palin observó fijamente a Steel, y el joven mago vio, por un breve instante, retirarse la férrea máscara de dura y fría resolución, y bajo ella pudo contemplar el rostro humano. En él se reflejaba la duda, la búsqueda, el sufrimiento.
Estaba pidiendo algo, pero ¿qué? ¿Consuelo? ¿Comprensión? Palin olvido su propia aflicción; se disponía a tender la mano y ofrecer el apoyo que pudiera, por poco que fuera, cuando en ese momento Steel se volvió y vio que Palin lo estaba observando. La máscara de hierro reapareció de inmediato.
—Entonces, eligieron bien. Murieron con honor.
También reaparecieron la amargura y la ira de Palin.
—Pues hicieron una mala elección.
Girando sobre sus talones, Palin se alejó del punto donde Tanis había oído hablar del bastón azul por primera vez, y siguió caminando sendero abajo.
A su espalda oyó la voz de Steel con un tono reflexivo, pensativo:
—De todas formas, sigue siendo un sitio estupendo para una emboscada.
Y a continuación sonó el ruido de la narria, brincando y arrastrándose sobre la tierra del camino.
14
Una advertencia. Los elfos toman las armas. Tika empuña la sartén
Un rayo de sol matutino penetró a través de los cristales de colores de una ventana de la posada y dio de lleno en los ojos de Tanis. El semielfo se despertó, cegado, y cayó en la cuenta de que se había quedado dormido en el banco de respaldo alto que había en uno de los huecos de las paredes de la posada. Se sentó derecho mientras se frotaba la cara y los ojos, bastante enfadado consigo mismo. Su intención había sido permanecer despierto toda la noche, de vigilancia. Y aquí estaba, roncando como un enano borracho.
Al otro lado de la sala, el rey exiliado, Porthios, estaba sentado a una mesa cubierta de mapas, con una botella de vino elfo y una copa al alcance de la mano. Estaba escribiendo algo; Tanis no sabía qué. Un informe, una carta a un aliado, haciendo apuntes sobre planes, poniendo al día su diario. Tanis recordó que, antes de quedarse dormido, había visto a Porthios en la misma postura. La botella de vino estaba un poco más vacía; ésa era la única diferencia.
Los dos eran cuñados, ya que Tanis estaba casado con Laurana, hermana de Porthios. Todos se habían criado y crecido juntos. Porthios era el mayor, el primogénito nacido para gobernar a su pueblo, y se tomaba su tarea en serio. No había aprobado el matrimonio de su hermana con un semihumano, como él consideraba, invariablemente, a Tanis.