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—Estúpidos, ¿es que os habéis vuelto locos? —dijo en su siseante susurro—. Tú, señor. —La sartén señaló en dirección a Porthios—. ¡Tu esposa está dando a luz! ¡Y no le está resultando nada fácil, si quieres saberlo! Dichosas elfas, con sus estrechas caderas. ¡Y mientras tanto, todos vosotros, hombres --movió la sartén en un arco—, os ponéis a meter jaleo con vuestras espadas y os comportáis peor que si fueseis chiquillos! No lo consentiré. ¿Me habéis oído? No pienso consentirlo.

La sartén retumbó contra una de las mesas de manera contundente.

Los elfos, con expresiones mezcla de estupidez e inflexible determinación, no cedieron terreno. Caramon tampoco dio marcha atrás. Tika aferró con más fuerza el mango de la sartén.

Tanis se había desplazado sigilosamente para ponerse al lado de Porthios. Cuando habló, lo hizo en el lenguaje elfo y en voz baja, para que ni Tika ni Caramon pudieran entenderle.

—Tus exploradores mencionaron que el paladín oscuro arrastraba una narria con lo que parecían dos cuerpos. Es posible que esos cadáveres sean los hijos de Caramon y Tika. ¿Serías capaz de perturbar el descanso de los muertos?

Éste era el tipo de argumento que podía persuadir a Porthios para que cambiara de opinión. Debido a su promedio de vida extraordinariamente largo, los elfos veneraban la muerte y honraban a los muertos.

Porthios echó un vistazo a Caramon; parecía indeciso. Tanis siguió insistiendo, aprovechando esa ventaja:

—Puede que me equivoque, pero creo que conozco a este paladín oscuro. Déjame hablar con él y con el joven mago, a solas. Si está pasando lo que creo que pasa, entonces el paladín, aun siendo servidor de la Reina Oscura, está actuando de un modo noble y digno, poniendo su vida en peligro. Deja que descubra lo que pasa, antes de que se derrame sangre y se deshonre a los muertos.

—Mis guardias te acompañarán —decidió Porthios tras considerar el asunto.

—Eso no será necesario, hermano. Mira, lo peor que puede pasar es que me maten —añadió Tanis secamente.

Un lado del severo semblante del elfo se crispó, como con un tic. De hecho, Porthios acabó sonriendo.

—Lo creas o no, semielfo, eso me causaría pesar. Siempre me has caído bien, aunque no me creas. Incluso hubo un tiempo en que te ganaste mi admiración. Simplemente, no te considero la pareja adecuada para mi hermana.

La sonrisa se desvaneció y fue reemplazada por arrugas de tristeza, debilidad y abrumadora fatiga. Porthios alzó la vista hacia la parte del techo sobre el que estaba la habitación donde yacía Alhana, quizá luchando por su vida y por la vida de su hijo.

—Ve, semielfo —dijo Porthios suave, débilmente—. Ve y habla con ese digno vástago del Mal. Harás las cosas a tu manera. Siempre las has hecho. —Volvió a mirar hacia arriba y sus ojos brillaron—. Pero mis guardias te acompañarán.

Era una victoria hasta cierto punto, y Tanis era lo bastante inteligente para no intentar ganar más terrero. Había conseguido lo que había conseguido sólo porque Porthios estaba demasiado cansado y demasiado preocupado para discutir.

Después de todo», pensó para sus adentros mientras se abrochaba la espada a la cintura, «quizás el severo e inflexible elfo sí que ama a su esposa.» También se preguntó qué pensaría Alhana, reina de los silvanestis, del hombre con quien se había casado por razones políticas. ¿Habría llegado a amarlo?

—Todo va bien —les dijo a Caramon y a Tika, volviendo a hablar en Común—. Porthios ha accedido a dejar que me encargue del asunto. Tika, será mejor que vuelvas junto a Alhana.

Sin comprender, pero aliviada de que el problema se hubiera solucionado, Tika resopló, rezongó por lo bajo, soltó la sartén y corrió escaleras arriba.

Tanis se dirigía a la puerta cuando se dio cuenta de que Caramon estaba desatando cuidadosamente él delantal que llevaba en torno a su amplia cintura. Evidentemente, se preparaba para acompañar a su amigo. Tanis cruzó rápidamente la sala y se acercó a Caramon; puso la mano en el brazo del hombretón.

—Deja que me encargue de esto, Caramon. Puede que se te necesite aquí.

—No, amigo. —El posadero sacudió la cabeza—. Ese chico de ahí fuera puede ser Palin. Si lo es, algo le ha ocurrido.

Tanis volvió a intentarlo, esta vez utilizando otra estrategia:

—Tienes que quedarte y no perder de vista a los elfos. Porthios está desesperado, acorralado. Podría iniciar un conflicto, y no queremos que haya un baño de sangre, ¿verdad? —Caramon vaciló y echó una ojeada el exiliado rey elfo.

»Si es Palin, me ocuparé de él como si fuera mi propio hijo. —La voz le tembló ligeramente al recordar a su querido Gil, al que no había visto y del que no sabía nada desde hacía meses.

Caramon se volvió hacia Tanis y lo observó con firme intensidad.

—Tú sabes algo que no me has dicho.

—Caramon, yo... —El semielfo había enrojecido.

El hombretón suspiró y después se encogió de hombros.

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