Ni Steel ni Palin lo sabían, pero el dragón los dejó casi en el mismo sitio que en otro momento fue el punto de encuentro de dos amigos, muchos años antes.
Los tiempos no eran entonces muy distintos de los de ahora. Era otoño, en lugar de verano, pero puede que ésa fuera la única diferencia. Había sido una época de paz, como lo era la de ahora. Muchos decían entonces, como lo decían ahora, que esa paz perduraría para siempre.
Palin Majere se dejó caer en la misma piedra en la que Flint Fireforge había descansado antaño. Steel Brightblade dio unos pasos por el camino que en otro tiempo recorrió Tanis el Semielfo. Palin bajó la vista hacia el valle. Normalmente, los altos vallenwoods ocultaban casi toda señal del pueblo encaramado en sus ramas. Pero el espeso follaje verde tenía ahora un polvoriento tono marrón; muchas de las hojas habían muerto y estaban caídas. Las casas resultaban visibles, como desnudas, desiertas y vulnerables.
Aunque era temprano y los habitantes de Solace estaban despertando e iniciando la jornada, ningún humo de lumbre o forja se elevaba en el valle. Era peligroso encender fuego de cualquier tipo; la semana pasada un vallenwood, seco como yesca, había estallado en llamas y había destruido varias casas. Afortunadamente, no se habían perdido vidas; los que estaban en las viviendas habían conseguido saltar y ponerse a salvo. Pero, desde entonces, la gente había sido reacia a prender fuego para nada.
La posada El Último Hogar era el edificio más grande de Solace y el primero que vieron los dos. Palin miró fijamente su hogar, ansiando correr hacia él y, al mismo tiempo, alejarse de él a todo correr. Steel había descargado del lomo de la hembra de dragón los cadáveres de los hermanos de Palin, y ahora yacían, amortajados en lienzos de lino, sobre una burda narria improvisada por el guerrero con ramas de árbol; Steel estaba acabando de atar las últimas ramas. Cuando terminara, empezarían la caminata colina abajo.
—Listo —dijo Steel. Dio un tirón a la narria, que saltó por encima de una piedra y después se deslizó por el camino, levantando una nube de polvo a su paso.
Palin no la miró. La oyó arañar la tierra conforme avanzaba, pensó en la carga que llevaba y apretó los puños para soportar el dolor desgarrador.
—¿Estás en condiciones de caminar? —preguntó Steel, y, aunque la voz del caballero era severa y dura, tenía un tono respetuoso y no había en ella burla por el pesar de Palin.
El joven mago agradecía esto último, pero ello no era óbice para que se sintiera humillado de que le hiciera tal pregunta. Sturm y Tanin habrían querido que se mostrara fuerte, no débil, ante el enemigo.
—Estoy bien —mintió—. El sueño me ha venido bien, así como el emplasto que me pusiste en la herida. ¿Nos ponemos en marcha?
Se incorporó y, apoyándose en el Bastón de Mago, echó a andar colina abajo. Steel lo siguió, arrastrando la narria detrás de él. Palin echó una fugaz ojeada hacia atrás, vio dar un brinco a los cuerpos, oyó el traqueteo de armaduras conforme la narria avanzaba a saltos sobre el irregular camino de tierra. Tropezó y perdió el equilibrio.
Steel lo agarró para evitar que cayera.
—Hay que mirar hacia adelante, no hacia atrás —manifestó el caballero—. Lo hecho, hecho está. No puedes cambiarlo.
—¡Hablas como si hubiera volcado un cuenco de leche! —replicó Palin iracundo—. ¡Éstos son mis hermanos! Saber que no volveré a hablar con ellos, que nunca los oiré reír otra vez ni... ni... —Tuvo que callar para tragarse las lágrimas—. Supongo que jamás has perdido a alguien a quien querías. A vosotros no os importa nada ni nadie... ¡salvo matar brutalmente!
Steel no hizo ningún comentario, pero su semblante se ensombreció con la alusión de perder a alguien querido. Siguió caminando, tirando de la pesada narria con facilidad. Sus ojos, velados bajo las oscuras cejas fruncidas, se movían sin cesar, no al azar, sino tomando nota del entorno. Observaba atentamente la fronda y la espesa maleza.
—¿Ocurre algo? —Palin echó un vistazo a su alrededor.
—Este sería un sitio excelente para una emboscada —apuntó Steel.
—De hecho, lo fue. —El semblante macilento del mago se relajó levemente—. Justo ahí delante, un goblin llamado Fewmaster Toede dio el alto a Tanis el Semielfo, a Flint Fireforge y a Tasslehoff Burrfoot, y les preguntó sobre un bastón azul. Ese suceso cambió sus vidas.
Guardó silencio, pensando en los espantosos sucesos que habían cambiado la suya y habían acabado con las de sus hermanos. La voz de Steel no interrumpió los pensamientos de Palin, sino que siguió la misma línea: