—Sigue soñando, Vince —dijo Debbie, haciendo un mohín que no le había visto desde que tenía doce años.
Vince hizo un gesto de asentimiento hacia la arrugada bolsa blanca que estaba encima de mi escritorio.
—Hoy te tocaba a ti, colega. ¿Qué me has traído? ¿Dónde está?
—Lo siento, Vince. Debbie se ha comido tu donut.
—Ojalá —dijo con voz de fingido falsete—. Así podría comerme su bollo de mermelada. Me debes un donut gigante, Dex.
—Es lo único gigante que tocarás nunca —dijo Deborah.
—En el donut el tamaño no importa, lo que importa es la habilidad del pastelero —respondió Vince.
—Por favor —dije—. Os van a saltar los lóbulos frontales. Es demasiado temprano para ser tan mordaz.
—Aja —dijo Vince, con su terrible risa falsa—. Ja, ja, ja. Hasta luego. —Nos guiñó un ojo—. No te olvides del donut. —Y fue a reunirse con su microscopio.
—¿Qué has descubierto? —me preguntó Deb.
Deb estaba convencida de que yo tenía presentimientos de vez en cuando. Y tenía motivos para creerlo. Normalmente mis inspiradas suposiciones se centraban en los canallas brutales que disfrutaban degollando a algún corderito cada pocas semanas sólo por divertirse. En varias ocasiones Deborah me había visto poner el dedo en la llaga: señalar algo que los demás habían pasado por alto. Nunca había dicho nada, pero mi hermana es una poli condenadamente buena y lleva bastante tiempo sospechando de mí. No sabe muy bien de qué se trata, pero sabe que algo no cuadra y esto la vuelve loca de vez en cuando porque, al fin y al cabo, me quiere. Es el único ser viviente sobre la superficie terrestre que me quiere. Y no se trata de autocompasión, sino de autoconocimiento claro y frío. Nadie puede quererme. Siguiendo el plan de Harry he intentado hacer vida social e, incluso, en algún momento de debilidad, tener relaciones amorosas. Pero no funciona. Hay algo que me falta, o no va bien, y tarde o temprano la otra persona me pilla Actuando. O llega una de Esas Noches.
Ni siquiera puedo tener animales. Me odian. Una vez compré un perro: ladró y aulló sin parar con una furia incontenible e interminable durante dos días, hasta que me vi obligado a librarme de él. Probé con una tortuga. La toqué una vez y no volvió a salir de la concha; murió al cabo de pocos días. Antes que verme o dejar que la tocara eligió la muerte.
Nada me quiere, y nada me querrá. Ni siquiera —y sobre todo— yo mismo. Sé lo que soy, y no es algo que se pueda amar. Estoy solo en el mundo, totalmente solo, a excepción de Deborah. Y excepto, claro, de esa Cosa que vive dentro de mí y que no sale a jugar con demasiada frecuencia. Además, ni siquiera juega conmigo, sino que debe buscar a otra persona.
Así que, en la medida de mis capacidades, me preocupo por ella. Querida Deborah. No creo que sea amor, pero preferiría que fuera feliz.
Y ahí estaba, mi querida Deborah, con aspecto de ser muy desgraciada. Mi familia. Mirándome y sin saber qué decir, pero más tentada de decirlo antes que nunca.
—Bueno —dije—, en realidad...
—¡Lo
—No interrumpas el trance, Deborah. Estoy contactando con el reino de los espíritus.
—Suéltalo ya —dijo ella.
—Es esa amputación interrumpida, Deb. La pierna izquierda.
—¿Qué le pasa?
—LaGuerta cree que alguien descubrió al asesino. Éste se puso nervioso y no terminó. Deborah asintió.
—Me ha tenido toda la noche preguntando a las putas si vieron algo. Alguien tiene que haberlo visto.
—Oh, no. No caigas en eso —dije—. Piensa, Deborah. Si lo hubieran interrumpido, si hubiera estado demasiado asustado para terminar...
—El envoltorio —cortó Deb—. Tuvo que pasarse un buen rato envolviendo el cuerpo, limpiando. —Me miró sorprendida—. Mierda. ¿Después de que alguien lo viera?
Aplaudí y le lancé una sonrisa radiante.
—Bravo, miss Marple.
—No tiene sentido.
—
—¿Por qué no puedes limitarte a decírmelo, por el amor de Dios?
—¿Qué gracia tendría?
Soltó un suspiro.
—Joder. Muy bien, Dex. Si no lo interrumpieron, pero no terminó... Mierda. ¿La parte del envoltorio era más importante que la de desmembrar el cadáver?
Sentí pena por ella.
—No, Deb. Piensa. Es la quinta víctima, exactamente como las otras. Tenemos cuatro piernas izquierdas perfectamente troceadas. Y de repente la número cinco... —Me encogí de hombros y enarqué una ceja.
—Mierda, Dexter, ¿cómo voy a saberlo? Quizá sólo necesitaba cuatro piernas izquierdas. Quizá... Te juro por Dios que no lo sé. ¿Qué?
Sonreí y sacudí la cabeza. Para mí estaba clarísimo.
—Se acabó la emoción, Deb. Hay algo que no va bien. Que no funciona. Parte de la magia que lo hacía perfecto se ha esfumado.
—¿Y esperabas que lo dedujera?
—Alguien debería hacerlo, ¿no crees? Así que esa falta de emoción le obliga a detenerse en busca de inspiración, pero no la encuentra.
—¿Quieres decir que ya está? —dijo, con el ceño fruncido—. ¿No volverá a hacerlo?
Me reí.