– Seamos metódicos -dijo Etienne-. Dejemos tranquilo tu «¿y?». La lección de Morelli basta como primera etapa. -No podés hablar de etapas sin presuponer una meta. -Llamale hipótesis de trabajo, cualquier cosa así. Lo que Morelli busca es quebrar los hábitos mentales del lector. Como ves, algo muy modesto, nada comparable al cruce de los Alpes por Aníbal. Hasta ahora, por lo menos, no hay gran cosa de metafísica en Morelli, salvo que vos, Horacio Curiacio, sos capaz de encontrar metafísica en una lata de tomates. Morelli es un artista que tiene una idea especial del arte, consistente más que nada en echar abajo las formas usuales, cosa corriente en todo buen artista. Por ejemplo, le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee del principio al final como un niño bueno. Ya te habrás fijado que cada vez le preocupa menos la ligazón de las partes, aquello de que una palabra trae la otra… Cuando leo a Morelli tengo la impresión de que busca una interacción menos mecánica, menos causal de los elementos que maneja; se siente que lo ya escrito condiciona apenas lo que está escribiendo, sobre todo que el viejo, después de centenares de páginas, ya ni se acuerda de mucho de lo que ha hecho.
– Con lo cual -dijo Perico- le ocurre que una enana de la página veinte tiene dos metros cinco en la página cien. Me he percatado más de una vez. Hay escenas que empiezan a las seis de la tarde y acaban a las cinco y media. Un asco.
– ¿Y a vos no te ocurre ser enano o gigante según andés de ánimo? -dijo Ronald.
– Estoy hablando del soma -dijo Perico.
– Cree en el soma -dijo Oliveira-. El soma en el tiempo. Cree en el tiempo, en el antes y en el después. El pobre no ha encontrado en algún cajón una carta suya escrita hace veinte años, no la ha releído, no se ha dado cuenta de que nada se sostiene si no lo apuntalamos con miga de tiempo, si no inventamos el tiempo para no volvernos locos.
– Todo eso es oficio -dijo Ronald -. Pero detrás, detrás…
– Un poeta -dijo Oliveira, sinceramente conmovido-. Vos te deberías llamar Behind o Beyond, americano mío. O Yonder, que es tan bonita palabra.
– Nada de eso tendría sentido si no hubiera un detrás -dijo Ronald -. Cualquier best-seller escribe mejor que Morelli. Si lo leemos, si estamos aquí esta noche, es porque Morelli tiene lo que tenía el Bird, lo que de golpe tienen Cummings o Jackson Pollock, en fin, basta de ejemplos. ¿Y por qué basta de ejemplos? -gritó Ronald enfurecido, mientras Babs lo miraba admirada y bebiendosuspalabrasdeunsolotrago-. Citaré todo lo que me dé la gana. Cualquiera se da cuenta de que Morelli no se complica la vida por gusto, y además su libro es una provocación desvergonzada como todas las cosas que valen la pena. En ese mundo tecnológico de que hablabas, Morelli quiere salvar algo que se está muriendo, pero para salvarlo hay que matarlo antes o por lo menos hacerle tal transfusión de sangre que sea como una resurrección. El error de la poesía futurista -dijo Ronald, con inmensa admiración de Babs- fue querer comentar el maquinismo, creer que así se salvarían de la leucemia. Pero no es con hablar literariamente de lo que ocurre en el Cabo Cañaveral que vamos a entender mejor la realidad, me parece.
– Te parece muy bien -dijo Oliveira-. Sigamos en busca del Yonder, hay montones de Yonders que ir abriendo uno detrás de otro. Yo diría para empezar que esta realidad tecnológica que aceptan hoy los hombres de ciencia y los lectores de
– Eso ya lo dijo Klages -dijo Gregorovius.