Detrás del pabellón en el que había desaparecido Marger se levantaba un edificio aislado, bajo y extraordinariamente largo, una especie de barraca de hojalata; fui hacia allí para encontrar algo de sombra, pero las paredes metálicas emanaban un calor insoportable. Ya me iba cuando oí un singular ruido que no se parecía al de las máquinas en funcionamiento; venía del interior de esta barraca y era difícil de identificar. A treinta pasos encontré una puerta de acero; ante ella estaba un robot. Al verme, abrió la puerta y se hizo a un lado. Los incomprensibles sonidos adquirieron más fuerza.
Miré hacia dentro: no estaba tan oscuro como me pareció al principio. El resplandor muerto de la hojalata recalentada casi me quitó la respiración. Me habría ido inmediatamente si las voces ahogadas no me hubiesen paralizado. Eran voces humanas, pero alteradas; un coro de voces roncas, confusas, entrecortadas, hablando al unísono. Como si en la oscuridad emitieran sonidos una gran cantidad de teléfonos estropeados.
Di dos pasos inseguros, algo crujió bajo mi pie y desde el sucio alguien dijo claramente:
— Porr fevorr, señor…, porr fevorr…, le rrego…
Me quedé inmóvil. El aire sofocante olía a hierro. El murmullo venía de abajo.
— …Le rrego…, coidado, señorr…
A esta voz se unió otra que recitó monótona y rítmicamente:
— Anomalías excéntricas, asíntotas en forma de bala…, campo del infinito…, sistema primitivo de líneas…, sistema holonómico…, espacio semimétrico…, espacio esférico…, espacio erizado…, espacio sumergido…
— Señorr…, a su servicio…, porr fevorr…, señorr, le rrego…
Los roncos murmullos penetraban literalmente la penumbra:
— Ser viviente planetario, su fétido pantano es el amanecer de la existencia, la fase inicial. Y de la sanguinolenta masa cerebral surgirá el amoroso cobre…
— Brek, break, brabsel, be…, bre…, veriscopio…
— Clase imaginaria… Clase fuerte… Clase vacía… Clase entre todas las clases…
— Señorr, porr fevorr, señorr, coidado, le rrego…
— Shshsh, basta…
— Tú…
— ¿Qué?
— ¿Me oyes?
— Te oigo…
— ¿Puedes tocarme?
— Break, break, brabsel…
— No tengo con qué…
— Lásstima… Ve…, verías lo luminoso y frío que soy… Que me devuelvan mi ar…, armadura y mi espada de oro… De noche me quitaron mi… herencia…
— Estos son los últimos esfuerzos de encarnación del maestro en descuartización y división, que ahora se levanta, se levanta sobre el reino tres veces despoblado de hombres…
— Soy nuevo…, soy completamente nuevo…, nunca he tenido un cortocircuito con el esqueleto…, puedo seguir…, por favor…
— Señorr, porr fevorr…
No sabía hacia dónde volverme, aturdido por el calor y estas voces roncas, que venían de todas partes; desde el suelo hasta la ventana en forma de hendidura del techo se amontonaban troncos abollados y retorcidos; un resto de luz brillaba en el interior de su hojalata.
— So…lo tenía un pequeño de…fecto; pero ya estoy bi…bien, ya veo…
— ¿Qué ves? Está oscuro…
— Pero aun así veo bi…bien…
— Por favor, escúcheme…; no tengo precio, soy muy valioso; encontraba cualquier pérdida de energía, cualquier escape de fluido, cualquier tensión excesiva; se lo ruego, póngame a prueba. Este…, este temblor es pasajero, no tiene nada que ver con…, se lo ruego.
— Porr fevorr, señorr, le rrego…
— Una masa por cabeza; tomaban a la propia fermentación por espíritu, a la carne desgarrada por historia y a los medios contra la descomposición por civilización…
— A mí, por favor, sólo a mí…, es un error…
— Porr fevorr, señorr, le rrego…
— Os salvaré…
— ¿Quién es…?
— ¿Qué…?
— ¿Quién salva?
— Repetid conmigo: el fuego no me engullirá y el agua no me convertirá del todo en herrumbre, los dos elementos me conducirán hasta la puerta…
— ¡Shshshsh!
— Contemplación de los cátodos.
— Catodoplación.
— Estoy aquí por un error… Pienso…, puedo pensar..
— Soy el espejo de la traición…
— Señor…, a su servicio…, le rrego, coidado, porr fevorr…
— Salvación de los inmortales… Salvación de las nebulosas… Salvación de las estrellas…
— ¡ Está aquí! — proclamó un grito.
Y de repente reinó un silencio que con su indescriptible tensión fue todavía más penetrante que el anterior coro de voces.
— ¡Señor! — exclamó algo; ignoraba la causa de mi certeza, pero adiviné que esta palabra iba dirigida a mí. No reaccioné.
— Señor, se lo ruego, atienda un momento. Señor, yo… soy diferente. Estoy aquí por un error…
Una confusión de voces.
— ¡Silencio! ¡Yo estoy vivo! — gritó para dominar el estruendo —. Es cierto, me metieron aquí, me recubrieron de hojalata a propósito, para que no se vea, pero acerque la oreja, ¡verá como me oye el pulso!
— ¡Yo también! — exclamó otra voz —. ¡Yo también! ¡ Señor! Caí enfermo, y durante mi enfermedad pensé que era una máquina. ¡Tal fue mi desvarío, pero ahora ya estoy sano!
Hallister, el señor Hallister puede confirmárselo, ¡se lo ruego, pregúntele! ¡Sáquenme de aquí, por favor!
— Porr fevorr, señorr…, se lo rrego.
— Break, break.
— A su servicio…