—Bueno, ésa es una cuestión interesante —dijo Ryddle, con agrado—. Es una larga historia. Supongo que el verdadero motivo por el que Ginny está así es que le abrió el corazón y le reveló todos sus secretos a un extraño invisible.
—¿De qué hablas? —dijo Harry.
—Del diario —respondió Ryddle—. De mi diario. La pequeña Ginny ha estado escribiendo en él durante muchos meses, contándome todas sus penas y congojas: que sus hermanos se burlaban de ella, que tenía que venir al colegio con túnica y libros de segunda mano, que... —A Ryddle le brillaron los ojos—... pensaba que el famoso, el bueno, el gran Harry Potter no llegaría nunca a quererla...
Mientras hablaba, Ryddle mantenía los ojos fijos en Harry. Había en ellos una mirada casi ávida.
—Es una lata tener que oír las tonterías de una niña de once años —siguió—. Pero me armé de paciencia. Le contesté por escrito. Fui comprensivo, fui bondadoso. Ginny, simplemente, me adoraba:
Ryddle se rió con una risa potente y fría que parecía ajena. A Harry se le erizaron los pelos de la nuca.
—Si es necesario que yo lo diga, Harry, la verdad es que siempre he fascinado a la gente que me ha convenido. Así que Ginny me abrió su alma, y era precisamente su alma lo que yo quería. Me hice cada vez más fuerte alimentándome de sus temores y de sus profundos secretos. Me hice más poderoso, mucho más que la pequeña señorita Weasley. Lo bastante poderoso para empezar a alimentar a la señorita Weasley con algunos de mis propios secretos, para empezar a darle un poco de mi alma...
—¿Qué quieres decir? —preguntó Harry, con la boca completamente seca.
—¿Todavía no lo adivinas, Harry Potter? —dijo sin inmutarse Ryddle—. Ginny Weasley abrió la Cámara de los Secretos. Ella retorció el pescuezo a los gallos del colegio y pintarrajeó pavorosos mensajes en las paredes. Ella echó la serpiente de Slytherin contra los cuatro
—No —susurró Harry.
—Sí —dijo Ryddle con calma—. Por supuesto, al principio ella no sabía lo que hacia. Fue muy divertido. Me gustaría que hubieras podido ver las anotaciones que escribía en el diario... Se volvieron mucho más interesantes...
Harry tenía los puños apretados y se clavaba las uñas en las palmas.
—Le llevó mucho tiempo a esa tonta de Ginny dejar de confiar en su diario
—explicó Ryddle—. Pero al final sospechó e intentó deshacerse de él. Y entonces apareciste tú, Harry. Tú lo encontraste, y nada podría haberme hecho tan feliz. De todos los que podrían haberlo cogido, fuiste tú, la persona a la que yo tenía más ganas de conocer...
—¿Y por qué querías conocerme? —preguntó Harry La ira lo embargaba y tenía que hacer un gran esfuerzo para mantener firme la voz.
—Bueno, verás, Ginny me lo contó todo sobre ti, Harry —dijo Ryddle—. Toda tu fascinante historia. —Sus ojos vagaron por la cicatriz en forma de rayo que Harry tenía en la frente, y su expresión se volvió más ávida—. Quería averiguar más sobre ti, hablar contigo, conocerte si era posible, así que decidí mostrarte mi famosa captura de ese zopenco, Hagrid, para ganarme tu confianza.
—Hagrid es mi amigo —dijo Harry, con voz temblorosa—. Y tú lo acusaste, ¿no?
Creí que habías cometido un error, pero...
Ryddle volvió a reírse con su risa sonora.