—No eres el hechicero más grande del mundo —dijo Harry, con la respiración agitada—. Lamento decepcionarte pero el mejor mago del mundo es Albus Dumbledore. Todos lo dicen. Ni siquiera cuando eras fuerte te atreviste a apoderarte de Hogwarts. Dumbledore te descubrió cuando estabas en el colegio y todavía le tienes miedo, te escondas donde te escondas.
De la cara de Ryddle había desaparecido la sonrisa, y había ocupado su lugar una mirada de desprecio absoluto.
—¡A Dumbledore lo han echado del castillo gracias a mi simple recuerdo! —dijo Ryddle, irritado.
—No está tan lejos como crees —replicó Harry. Hablaba casi sin pensar, con la intención de asustar a Ryddle y deseando, más que creyendo, que lo que afirmaba fuese verdad.
Ryddle abrió la boca, pero no dijo nada.
Llegaba música de algún lugar. Ryddle se volvió para comprobar que en la cámara no había nadie más. Pero aquella música sonaba cada vez más y más fuerte. Era inquietante, estremecedora, sobrenatural. A Harry le puso los pelos de punta y le pareció que el corazón iba a salírsele del pecho. Luego, cuando la música alcanzó tal fuerza que Harry la sentía vibrar en su interior, surgieron llamas de la columna más cercana a él.
Apareció de repente un pájaro carmesí del tamaño de un cisne, que entonaba hacia el techo abovedado su rara música. Tenía una cola dorada y brillante, tan larga como la de un pavo real, y brillantes garras doradas, con las que sujetaba un fardo de harapos.
El pájaro se encaminó derecho a Harry, dejó caer el fardo a sus pies y se le posó en el hombro. Cuando plegó las grandes alas, Harry levantó la mirada y vio que tenía un pico dorado afilado y los ojos redondos y brillantes.
El pájaro dejó de cantar y acercó su cuerpo cálido a la mejilla de Harry, sin dejar de mirar fijamente a Ryddle.
—Es un fénix —dijo Ryddle, devolviéndole una mirada perspicaz.
—
—Y eso —dijo Ryddle, mirando el fardo que
Así era. Remendado, deshilachado y sucio, el sombrero yacía inmóvil a los pies de Harry.
Ryddle volvió a reír. Rió tan fuerte que su risa se multiplicó en la oscura cámara, como si estuvieran riendo diez Ryddles al mismo tiempo.
—¡Eso es lo que Dumbledore envía a su defensor: un pájaro cantor y un sombrero viejo! ¿Te sientes más seguro, Harry Potter? ¿Te sientes a salvo?
Harry no respondió. No veía la utilidad de
—A lo que íbamos, Harry —dijo Ryddle, sonriendo todavía con ganas—. En dos ocasiones, en tu pasado, en mi futuro, nos hemos encontrado. Han sido dos ocasiones en que no he logrado matarte. ¿Cómo sobreviviste? Cuéntamelo todo. Cuanto más hables
—añadió con voz suave—, más tardarás en morir.
Harry pensó deprisa, sopesando sus posibilidades. Ryddle tenía la varita; él tenía a
No prometían mucho, la verdad. Pero cuanto más tiempo permaneciera Ryddle allí, menos vida le quedaría a Ginny... Harry percibió algo de pronto: en el tiempo que llevaban en la cámara, los contornos de la imagen de Ryddle se habían vuelto más claros, más corpóreos. Si Ryddle y él tenían que luchar, mejor que fuera pronto.
—Nadie sabe por qué perdiste tus poderes al atacarme —dijo bruscamente Harry—. Yo tampoco. Pero sé por qué no pudiste matarme: porque mi madre murió para salvarme. Mi vulgar madre de origen
Apenas estás vivo. A esto te ha llevado todo tu poder. Te ocultas. ¡Eres horrible, inmundo!
Ryddle tenía el rostro contorsionado. Forzó una horrible sonrisa.
—O sea que tu madre murió para salvarte. Sí, ése es un potente contrahechizo.
Tenía curiosidad, ¿sabes? Porque existe una extraña afinidad entre nosotros, Harry Potter. Incluso tú lo habrás notado. Los dos somos de sangre mezclada, los dos huérfanos, los dos criados por
Harry permaneció quieto, tenso, aguardando que Ryddle levantara su varita. Pero Ryddle se limitaba a exagerar más su sonrisa contrahecha.
—Ahora, Harry, voy a darte una pequeña lección. Enfrentemos los poderes de lord Voldemort, heredero de Salazar Slytherin, contra el famoso Harry Potter, que tiene de su parte las mejores armas de Dumbledore.