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—Ha terminado todo bien —dijo Harry, cogiendo el diario para enseñarle a Ginny el agujero hecho por el colmillo—. Ryddle ya no existe. ¡Mira! Ni él ni el basilisco.

Vamos, Ginny, salgamos...

—¡Me van a expulsar! —se lamentó Ginny, incorporándose torpemente con la ayuda de Harry—. Siempre quise estudiar en Hogwarts, desde que vino Bill, y ahora tendré que irme y.. ¿qué pensarán mis padres?

Fawkes los estaba esperando, revoloteando en la entrada de la cámara. Harry apremió a Ginny. Dejaron atrás el cuerpo retorcido e inanimado del basilisco, y a través de la penumbra resonante regresaron al túnel. Harry oyó cerrarse las puertas tras ellos con un suave silbido.

Tras unos minutos de andar por el oscuro túnel, a los oídos de Harry llegó un distante ruido de piedras.

—¡Ron! —gritó Harry, apresurándose—. ¡Ginny está bien! ¡La traigo conmigo!

Oyó que Ron daba un grito ahogado de alegría, y al doblar la última curva vieron su cara angustiada que asomaba por el agujero que había logrado abrir en el montón de piedras.

—¡Ginny! —Ron sacó un brazo por el agujero para ayudarla a pasar—. ¡Estás viva! ¡No me lo puedo creer! ¿Qué ocurrió?

Intentó abrazarla, pero Ginny se apartó, sollozando.

—Pero estás bien, Ginny —dijo Ron, sonriéndole—. Todo ha pasado. ¿De dónde ha salido ese pájaro?

Fawkes había pasado por el agujero después de Ginny.

—Es de Dumbledore —dijo Harry, encogiéndose para pasar.

—¿Y cómo has conseguido esa espada? —dijo Ron, mirando con la boca abierta el arma que brillaba en la mano de Harry.

—Te lo explicaré cuando salgamos —dijo Harry, mirando a Ginny de soslayo.

—Pero...

—Más tarde —insistió Harry. No creía que fuera buena idea decirle en aquel momento quién había abierto la cámara, y menos delante de Ginny—. ¿Dónde está Lockhart?

—Volvió atrás —dijo Ron, sonriendo y señalando con la cabeza hacia el principio del túnel—. No está bien. Ya veréis.

Guiados por Fawkes, cuyas alas rojas emitían en la oscuridad reflejos dorados, desanduvieron el camino hasta la tubería. Gilderoy Lockhart estaba allí sentado, tarareando plácidamente.

—Ha perdido la memoria —dijo Ron—. El embrujo desmemorizante le salió por la culata. Le dio a él. No tiene ni idea de quién es, ni de dónde está, ni de quiénes somos.

Le dije que se quedara aquí y nos esperara. Es un peligro para sí mismo.

Lockhart los miró a todos afablemente.

—Hola —dijo—. Qué sitio tan curioso, ¿verdad? ¿Vivís aquí?

—No —respondió Ron, mirando a Harry y arqueando las cejas.

Harry se inclinó y miró la larga y oscura tubería.

—¿Has pensado cómo vamos a subir? —preguntó a Ron.

Ron negó con la cabeza, pero Fawkes ya había pasado delante de Harry y se hallaba revoloteando delante de él. Los ojos redondos del ave brillaban en la oscuridad mientras agitaba sus alas doradas. Harry lo miró, dubitativo.

—Parece como si quisiera que te cogieras a él... —dijo Ron, perplejo—. Pero pesas demasiado para que un pájaro te suba.

—Fawkes —aclaró Harry— no es un pájaro normal.

—Se volvió inmediatamente a los otros—. Vamos a darnos la mano. Ginny, coge la de Ron. Profesor Lockhart...

—Se refiere a usted —aclaró Ron a Lockhart.

—Coja la otra mano de Ginny.

Harry se metió la espada y el Sombrero Seleccionador en el cinto. Ron se agarró a los bajos de la túnica de Harry, y Harry, a las plumas de la cola de Fawkes, que resultaban curiosamente cálidas al tacto.

Una extraordinaria luminosidad pareció extenderse por todo el cuerpo del ave, y en un segundo se encontraron subiendo por la tubería a toda velocidad. Harry podía oír a Lockhart que decía:

—¡Asombroso, asombroso! ¡Parece cosa de magia!

El aire helado azotaba el pelo de Harry, y cuando empezaba a disfrutar del paseo, el viaje por la tubería terminó. Los cuatro fueron saltando al suelo mojado junto a Myrtle la Llorona, y mientras Lockhart se arreglaba el sombrero, el lavabo que ocultaba la tubería volvió a su lugar cerrando la abertura.

Myrtle los miraba con ojos desorbitados.


—Estás vivo —dijo a Harry sin comprender.

—Pareces muy decepcionada —respondió serio, limpiándose las motas de sangre y de barro que tenía en las gafas.

—No, es que... había estado pensando. Si hubieras muerto, aquí serías bienvenido.

Te dejaría compartir mi retrete —le dijo Myrtle, ruborizándose de color plata.

—¡Uf! —dijo Ron, cuando salieron de los aseos al corredor oscuro y desierto—.

¡Harry, creo que le gustas a Myrtle! ¡Ginny, tienes una rival!

Pero por el rostro de Ginny seguían resbalando unas lágrimas silenciosas.

—¿Adónde vamos? —preguntó Ron, mirando a Ginny con impaciencia. Harry señaló hacia delante.

Fawkes iluminaba el camino por el corredor, con su destello de oro. Lo siguieron a grandes zancadas, y en un instante se hallaron ante el despacho de la profesora McGonagall.

Harry llamó y abrió la puerta.


18


La recompensa de Dobby

Hubo un momento de silencio cuando Harry, Ron, Ginny y Lockhart aparecieron en la puerta, llenos de barro, suciedad y, en el caso de Harry, sangre. Luego alguien gritó:

—¡Ginny!

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