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Sólo nos es posible admitir cazadores cuya cabeza esté separada delcorrespondiente cuerpo. Comprenderá que, en caso contrario, a los miembrosdel club les resultaría imposible participar en actividades tales como losJuegos malabares de cabeza sobre el caballo o el Cabeza Polo. Lamentándoloprofundamente, por tanto, es mi deber informarle de que usted no cumple conlas características requeridas para pertenecer al club. Con mis mejoresdeseos,

Sir Patrick Delaney-Podmore


Indignado, Nick Casi Decapitado volvió a guardar la carta.

—¡Un centímetro de piel y tendón sostiene la cabeza, Harry! La mayoría de la gente pensaría que estoy bastante decapitado, pero no, eso no es suficiente para sir Bien Decapitado-Podmore.

Nick Casi Decapitado respiró varias veces y dijo después, en un tono más tranquilo:

—Bueno, ¿y a vos qué os pasa? ¿Puedo ayudaros en algo?

—No —dijo Harry—. A menos que sepa dónde puedo conseguir siete escobas Nimbus 2.001 gratuitas para nuestro partido contra Sly..

El resto de la frase de Harry no se pudo oír porque la ahogó un maullido estridente que llegó de algún lugar cercano a sus tobillos. Bajó la vista y se encontró un par de ojos amarillos que brillaban como luces. Era la Señora Norris, la gata gris y esquelética que el conserje, Argus Filch, utilizaba como una especie de segundo de a bordo en su guerra sin cuartel contra los estudiantes.

—Será mejor que os vayáis, Harry —dijo Nick apresuradamente—. Filch no está de buen humor. Tiene gripe y unos de tercero, por accidente, pusieron perdido de cerebro de rana el techo de la mazmorra 5; se ha pasado la mañana limpiando, y si os ve manchando el suelo de barro...

—Bien —dijo Harry, alejándose de la mirada acusadora de la Señora Norris. Pero no se dio la prisa necesaria. Argus Filch penetró repentinamente por un tapiz que había a la derecha de Harry, llamado por la misteriosa conexión que parecía tener con su repugnante gata, a buscar como un loco y sin descanso a cualquier infractor de las normas. Llevaba al cuello una gruesa bufanda de tela escocesa, y su nariz estaba de un color rojo que no era el habitual.

—¡Suciedad! —gritó, con la mandíbula temblando y los ojos salidos de las órbitas, al tiempo que señalaba el charco de agua sucia que había goteado de la túnica de quidditch de Harry—. ¡Suciedad y mugre por todas partes! ¡Hasta aquí podíamos llegar!

¡Sígueme, Potter!

Así que Harry hizo un gesto de despedida a Nick Casi Decapitado y siguió a Filch escaleras abajo, duplicando el número de huellas de barro.

Harry no había entrado nunca en la conserjería de Filch. Era un lugar que evitaban la mayoría de los estudiantes, una habitación lóbrega y desprovista de ventanas, iluminada por una solitaria lámpara de aceite que colgaba del techo, y en la cual persistía un vago olor a pescado frito. En las paredes había archivadores de madera. Por las etiquetas, Harry imaginó que contenían detalles de cada uno de los alumnos que Filch había castigado en alguna ocasión. Fred y George Weasley tenían para ellos solos un cajón entero. Detrás de la mesa de Filch, en la pared, colgaba una colección de cadenas y esposas relucientes. Todos sabían que él siempre pedía a Dumbledore que le dejara colgar del techo por los tobillos a los alumnos.

Filch cogió una pluma de un bote que había en la mesa y empezó a revolver por allí buscando pergamino.

—Cuánta porquería —se quejaba, furioso—: mocos secos de lagarto silbador gigante..., cerebros de rana..., intestinos de ratón... Estoy harto... Hay que dar un escarmiento... ¿Dónde está el formulario? Ajá...


Encontró un pergamino en el cajón de la mesa y lo extendió ante sí, y a continuación mojó en el tintero su larga pluma negra.

—Nombre: Harry Potter. Delito: ...

—¡Sólo fue un poco de barro! —dijo Harry.

—Sólo es un poco de barro para ti, muchacho, ¡pero para mí es una hora extra fregando! —gritó Filch. Una gota temblaba en la punta de su protuberante nariz—.

Delito: ensuciar el castillo. Castigo propuesto: ...

Secándose la nariz, Filch miró con desagrado a Harry, entornando los ojos. El muchacho aguardaba su sentencia conteniendo la respiración.

Pero cuando Filch bajó la pluma, se oyó un golpe tremendo en el techo de la conserjería, que hizo temblar la lámpara de aceite.

—¡PEEVES! —bramó Filch, tirando la pluma en un acceso de ira—. ¡Esta vez te voy a pillar, esta vez te pillo!

Y, olvidándose de Harry, salió de la oficina corriendo con sus pies planos y con la Señora Norris galopando a su lado.

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