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—Derretido —dijo asombrada la señora Pomfrey—. Todo derretido...

—¿Qué significa esto, Albus? —preguntó apremiante la profesora McGonagall.

—Significa —contestó Dumbledore— que es verdad que han abierto de nuevo la Cámara de los Secretos.

La señora Pomfrey se llevó una mano a la boca. La profesora McGonagall miró a Dumbledore fijamente.

—Pero, Albus..., ¿quién...?

—La cuestión no es quién —dijo Dumbledore, mirando a Colin—; la cuestión es cómo.

Y a juzgar por lo que Harry pudo vislumbrar de la expresión sombría de la profesora McGonagall, ella no lo comprendía mejor que él.


11


El club de duelo

Al despertar Harry la mañana del domingo, halló el dormitorio resplandeciente con la luz del sol de invierno, y su brazo otra vez articulado, aunque muy rígido. Se sentó enseguida y miró hacia la cama de Colin, pero estaba oculto tras las largas cortinas que el propio Harry había corrido el día anterior. Al ver que se había despertado, la señora Pomfrey se acercó afanosamente con la bandeja del desayuno, y se puso a flexionarle y estirarle a Harry el brazo y los dedos.

—Todo va bien —le dijo, mientras él apuraba torpemente con su mano izquierda las gachas de avena—. Cuando termines de comer, puedes irte.

Harry se vistió lo más deprisa que pudo y salió precipitadamente hacia la torre de Gryffindor, deseoso de hablar con Ron y Hermione sobre Colín y Dobby, pero no los encontró allí. Harry dejó de buscarlos, preguntándose adónde podían haber ido y algo molesto de que no parecieran interesados en saber si él había recuperado o no sus huesos.

Cuando pasó por delante de la biblioteca, Percy Weasley precisamente salía de ella, y parecía estar de mucho mejor humor que la última vez que lo habían encontrado.

—¡Ah, hola, Harry! —dijo—. Excelente jugada la de ayer, realmente excelente.

Gryffindor acaba de ponerse a la cabeza de la copa de las casas: ¡ganaste cincuenta puntos!


—¿No has visto a Ron ni a Hermione? —preguntó Harry.

—No, no los he visto —contestó Percy, dejando de sonreír—. Espero que Ron no esté otra vez en el aseo de las chicas...

Harry forzó una sonrisa, siguió a Percy con la vista hasta que desapareció, y se fue derecho al aseo de Myrtle la Llorona. No encontraba ningún motivo para que Ron y Hermione estuvieran allí, pero después de asegurarse de que no merodeaban por el lugar Filch ni ningún prefecto, abrió la puerta y oyó sus voces provenientes de un retrete cerrado.

—Soy yo —dijo, entrando en los lavabos y cerrando la puerta. Oyó un golpe metálico, luego otro como de salpicadura y un grito ahogado, y vio a Hermione mirando por el agujero de la cerradura.

—¡Harry! —dijo ella—. Vaya susto que nos has dado. Entra. ¿Cómo está tu brazo?

—Bien —dijo Harry, metiéndose en el retrete. Habían puesto un caldero sobre la taza del inodoro, y un crepitar que provenía de dentro le indicó que habían prendido un fuego bajo el caldero. Prender fuegos transportables y sumergibles era la especialidad de Hermione.

—Pensamos ir a verte, pero decidimos comenzar a preparar la poción multijugos

—le explicó Ron, después de que Harry cerrara de nuevo la puerta del retrete. Hemos pensado que éste es el lugar más seguro para guardarla.

Harry empezó a contarles lo de Colin, pero Hermione lo interrumpió.

—Ya lo sabemos, oímos a la profesora McGonagall hablar con el profesor Flitwick esta mañana. Por eso pensamos que era mejor darnos prisa.

—Cuanto antes le saquemos a Malfoy una declaración, mejor —gruñó Ron—. ¿No piensas igual? Se ve que después del partido de quidditch estaba tan sulfurado que la tomó con Colin.

—Hay alguien más —dijo Harry, contemplando a Hermione, que partía manojos de centinodia y los echaba a la poción—. Dobby vino en mitad de la noche a hacerme una visita.

Ron y Hermione levantaron la mirada, sorprendidos. Harry les contó todo lo que Dobby le había dicho... y lo que no le había querido decir. Ron y Hermione lo escucharon con la boca abierta.

—¿La Cámara de los Secretos ya fue abierta antes? —le preguntó Hermione.

—Es evidente —dijo Ron con voz de triunfo—. Lucius Malfoy abriría la cámara en sus tiempos de estudiante y ahora le ha explicado a su querido Draco cómo hacerlo. Está claro. Sin embargo, me gustaría que Dobby te hubiera dicho qué monstruo hay en ella.

Me gustaría saber cómo es posible que nadie se lo haya encontrado merodeando por el colegio.

—Quizá pueda volverse invisible —dijo Hermione, empujando unas sanguijuelas hacia el fondo del caldero—. O quizá pueda disfrazarse, hacerse pasar por una armadura o algo así. He leído algo sobre fantasmas camaleónicos...

—Lees demasiado, Hermione —le dijo Ron, echando crisopos encima de las sanguijuelas. Arrugó la bolsa vacía de los crisopos y miró a Harry—. Así que fue Dobby el que no nos dejó coger el tren y el que te rompió el brazo... —Movió la cabeza—. ¿Sabes qué, Harry? Si no deja de intentar salvarte la vida, te va a matar.


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