Jeffrey llegó al camino de entrada de los Linton, y aparcó detrás de la furgoneta de Eddie. El miedo le invadió como un virus mientras se obligaba a salir del coche. Desde que Sara y Jeffrey se divorciaron, Eddie Linton había dejado claro que no consideraba a Jeffrey más que una mierda que había manchado el zapato de su hija. A pesar de ello, Jeffrey sentía auténtico aprecio por el viejo. Eddie era un buen padre, el tipo de padre que le hubiera gustado tener de niño. Hacía más de diez años que Jeffrey conocía a los Linton, y durante su matrimonio con Sara sintió, por primera vez en su vida, que formaba parte de una familia. En gran medida, Tessa era como una hermana para él.
Jeffrey inspiró profundamente antes de recorrer el camino de entrada. Una fresca brisa le provocó un escalofrío, y se dio cuenta de que estaba sudando. Llegaba música de la parte de atrás de la casa, y decidió dar un rodeo en lugar de llamar a la puerta principal. Se detuvo repentinamente al reconocer la canción de la radio. A Sara no le gustaba el ajetreo ni la formalidad, de modo que se casaron en la casa de los Linton. Intercambiaron los votos en el salón, y luego se celebró una pequeña recepción para la familia y los amigos en el jardín de atrás. La canción que sonaba ahora fue la primera que bailaron como marido y mujer. Se acordó de lo que sintió al abrazarla, al notar la mano de ella en la nuca, acariciándosela ligeramente, su cuerpo pegado al de él de una manera casta y también la más sensual que jamás había experimentado. Sara bailaba muy mal, pero o el vino o el momento le otorgaron una repentina y milagrosa coordinación, y bailaron hasta que la madre de Sara les recordó que tenían que coger un avión. Eddie había intentado detenerla; ni siquiera entonces quería que Sara se fuera.
De nuevo hizo un esfuerzo por avanzar. Un día remoto se había llevado a una de las hijas de los Linton, y ahora volvía para decirles que a lo mejor perdían a otra.
Al girar por la esquina, Cathy Linton se reía de algo que Eddie había dicho. Estaban sentados en la terraza de atrás, ajenos a todo mientras escuchaban a Shelby Lynne y disfrutaban de un ocioso domingo por la tarde, igual que casi todo el mundo en Grant County. Cathy estaba sentada en una tumbona, los pies sobre un escabel mientras Eddie le pintaba las uñas.
La madre de Sara era una mujer hermosa, y en sus cabellos largos y rubios apenas había algún mechón gris. Debía de rondar los sesenta, pero aún mantenía su atractivo. Había algo sexy y apegado a la realidad en ella que Jeffrey encontraba irresistible. Aunque Sara insistía en que ella no se parecía en nada a su madre -Cathy era menuda y ella alta, Cathy era flaca como un muchacho y a Sara no le faltaban curvas-, había muchas cosas que las dos mujeres compartían. Sara tenía la piel perfecta de su madre, y una sonrisa que te hacía sentir que eras la cosa más importante del planeta cuando te la dedicaban. También tenía el cáustico ingenio de su madre, y sabía ponerte en tu sitio y hacer que sonara como un cumplido.
Cathy sonrió a Jeffrey cuando le vio.
– Te hemos echado de menos en el almuerzo -le dijo.
Eddie se incorporó en su silla, enroscó el tapón del esmalte de uñas y farfulló algo que Jeffrey prefirió no haber oído. Cathy subió el volumen de la música, obviamente recordando la boda. Se puso a cantar, con una voz grave y ronca: «Confieso que te amo…», con un brillo de burla tan feliz en la mirada, en aquellos ojos que se parecían tanto a los de Sara, que tuvo que apartar la vista.
Cathy bajó el volumen, intuyendo que algo pasaba, probablemente pensaba que Jeffrey había discutido con Sara.
– Las chicas volverán pronto. No sé qué las retiene -dijo.
Jeffrey se acercó un poco más. Apenas le sostenían las piernas, y sabía que lo que estaba a punto de decir cambiaría las cosas de raíz. Cathy y Eddie jamás olvidarían esa tarde, el momento en que sus vidas sufrieron un vuelco inesperado. Como policía, Jeffrey había hecho cientos de notificaciones, había comunicado a cientos de padres, esposas y amigos que sus seres queridos habían sido lastimados o, peor aún, que nunca volverían a casa. Ninguna le había afectado tanto como ésa. Comunicarle eso a los Linton sería casi tan horrible como volver a estar en ese claro, viendo derrumbarse a Sara mientras Tessa se desangraba, sabiendo que no podía hacer nada para ayudarlas. Jeffrey comprendió que le miraban porque llevaba callado demasiado rato.
– ¿Dónde está Devon? -preguntó.
Por nada del mundo querría repetir esto otra vez. Cathy le dirigió una mirada inquisitiva.
– Está en casa de su madre -dijo, con el mismo tono de voz que Sara había utilizado una hora antes con Tessa: firme, controlado, asustado.
Abrió la boca para formular una pregunta, pero no le salió ni una palabra.
Jeffrey subió los peldaños lentamente, preguntándose cómo iba a hacerlo. Se quedó en el escalón superior, se metió las manos en los bolsillos. Los ojos de Cathy siguieron sus manos, sus manos manchadas de sangre y de culpa.