Читаем Un Puerto Seguro полностью

– Yo también -convino él con sinceridad-. No quiero enzarzarme en una batalla con tu madre, pero tampoco convertirme en su mejor amigo, la verdad.

Ya era mucho que estuviera dispuesto a mostrarse civilizado con ella.

– No pasa nada, papá.

Hablaron durante tres horas en el vestíbulo del Ritz. Matt volvió a contarle lo que ya sabía, la historia de los seis años de separación. Luego le preguntó cosas sobre ella, sus amigos, el colegio, su vida, sus sueños. Le encantaba estar con ella, absorber todos los detalles. Vanessa y Robert pasarían las Navidades con él en Tahoe, sin su madre. Sally iría a Nueva York a ver a unos amigos en compañía de sus dos hijos. Por lo visto, no tenía adonde ir y buscaba algo. De no aborrecerla tanto, la habría compadecido.

Sally volvió a llamarle al día siguiente para comentar lo de la cena e intentó persuadirlo para que acudiera. Matt se mostró paciente pero firme, y enseguida cambió de tema para hablar de Vanessa y cantar sus alabanzas.

– Has hecho un buen trabajo con ella -elogió con generosidad.

– Es una buena chica -asintió Sally.

A continuación le dijo que estaría en la ciudad otros cuatro días. Matt ardía en deseos de que se marchara; no tenía ningunas ganas de verla.

– ¿Qué me dices de ti, Matt? ¿Cómo te va la vida?

Era un tema que decididamente no quería tratar con ella.

– Bien, gracias. Siento lo de Hamish. Será un gran cambio para ti. ¿Te quedarás en Auckland?

Quería ceñir la conversación a los asuntos más prosaicos, como la casa y sus hijos, pero ella no.

– No tengo ni idea. He decidido vender la empresa. Estoy cansada, Matt. Ya es hora de dejarlo y dedicarme a oler las rosas, como suele decirse.

Una buena idea, pero conociendo a Sally lo más probable es que se dedicara a aplastarlas y quemar los pétalos. Matt lo sabía muy bien.

– Parece lo más sensato.

Respondía a los comentarios de su ex mujer con frases cortas y desprovistas de emoción. No tenía intención de bajar el puente levadizo y esperaba que los cocodrilos del foso la devoraran si intentaba asaltar el castillo.

– Imagino que sigues pintando… Tienes tanto talento… -prosiguió ella, efusiva.

En aquel momento hizo una pausa y cuando siguió hablando lo hizo con voz infantil y triste. Era una táctica que Matt casi había olvidado, encaminada a salirse con la suya.

– Matt… -empezó con un titubeo que apenas duró un instante-. ¿Tan horrible te parece cenar conmigo esta noche? No quiero nada de ti, solo enterrar el hacha de guerra.

De hecho, como Matt bien sabía, ya la había enterrado años atrás, en su espalda, y allí se había quedado, oxidándose cada vez más. Arrancarla no haría sino empeorar las cosas y conseguir que se desangrara.

– Suena bien -suspiró con voz cansina, pues Sally lo agotaba con sus estratagemas-. Pero no creo que cenar juntos sea buena idea. No tiene sentido; dejemos las cosas como están. En realidad, no tenemos nada que decirnos.

– ¿Y qué me dices de una disculpa? Sabe Dios que te debo muchas -insistió ella en voz baja y tan vulnerable que casi le partió el corazón.

Experimentó el impulso de gritarle que dejara de hacer eso. Era demasiado fácil recordar cuánto había significado Sally para él, y al mismo tiempo resultaba tan difícil. No podía hacerlo; aquello acabaría con él.

– No tienes que decir nada, Sally -aseguró Matt.

Hablaba como el marido que había sido, el hombre al que ella había conocido y amado, al que había estado a punto de destruir. A pesar de todo lo ocurrido entre ellos, seguían siendo los mismos, y ambos recordaban los buenos tiempos además de los malos.

– Es agua pasada.

– Pero es que quiero verte. Tal vez podamos volver a ser amigos -exclamó Sally, esperanzada.

– ¿Por qué? Ya tenemos amigos; no nos necesitamos el uno al otro.

– Tenemos dos hijos comunes. Quizá para ellos sea importante que volvamos a establecer un vínculo entre nosotros.

Qué curioso que no se le hubiera ocurrido aquella idea ni una sola vez en los últimos seis años. En cambio, ahora sí, porque encajaba en sus propósitos, fueran cuales fuesen. Matt sabía que ese vínculo favorecería a Sally, pero a él no, desde luego. Su ex mujer era presa de su narcisismo intrínseco. Todo giraba en torno a sus necesidades, nunca las de los demás.

– No sé… -farfulló-. No le veo el sentido.

– Perdón. Humanidad. Compasión. Estuvimos casados quince años. ¿No podemos ser amigos?

– ¿Sería muy grosero recordarte que me dejaste por uno de mis mejores amigos, te fuiste a vivir a miles de kilómetros de distancia con mis hijos y no me permitiste mantener el contacto con ellos durante seis años? Todo eso es muy difícil de asimilar, incluso entre «amigos», como dices tú. Ya me dirás qué prueba de amistad es esa.

– Lo sé, lo sé… He cometido muchos errores -se apresuró a replicar Sally.

Acto seguido puso voz de confesional, precisamente lo que no quería de ella.

– Si te sirve de consuelo, Hamish y yo nunca fuimos felices. Teníamos muchos problemas.

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