– Siempre has estado un poco loco -rió Sally, pero lo cierto era que Matt nunca se había sentido tan cuerdo y lo sabía-. ¿Y qué me dices de tener una aventura conmigo? -intentó negociar, y Matt la compadeció.
– Sería estúpido y desconcertante, ¿no te parece? ¿Y luego qué? Nada me gustaría más que acostarme contigo, pero ahí es donde empiezan los problemas. Yo me implico, tú no. Cuando aparezca otra persona, me arrojarás por la ventana, y la verdad, ese no es mi medio de transporte favorito. Hacer el amor contigo es un deporte de riesgo, al menos para mí. Y te aseguro que respeto mucho mi propio umbral del dolor. No creo que pudiera hacerlo; de hecho, sé que no podría.
– Bueno, ¿y ahora qué? -espetó Sally, frustrada y enfadada mientras se servía otro martini.
Era el tercero, mientras que Matt aún no se había terminado el primero. Por lo visto, también los tenía superados; ya no le sabían tan bien como antes.
– Pues hacemos lo que tú misma propusiste. Declaramos oficialmente nuestra amistad, nos deseamos suerte, nos despedimos y cada uno por su lado. Tú te vas a Nueva York, lo pasas bien, encuentras un nuevo marido, te mudas a París, Londres o Palm Beach, crías a tus hijos, y nos vemos en las bodas de Robert y Vanessa.
Era lo único que quería para ella y de ella.
– ¿Y tú qué, Matt? -insistió Sally-. ¿Te pudrirás en la playa?
– Puede, o quizá crezca como un árbol robusto, eche raíces y disfrute de la vida con las personas sentadas a su sombra sin sentir ganas de zarandearlo cada diez minutos. A veces no está mal llevar una vida tranquila.
El concepto sonaba marciano a los oídos de Sally. Le encantaba el movimiento, a despecho de lo que tuviera que hacer para conseguirlo.
– No eres lo bastante viejo para pensar así. Solo tienes cuarenta y siete años, por el amor de Dios. Hamish tenía cincuenta y dos y se comportaba como un chaval en comparación.
– Y ahora está muerto, así que tal vez no fuera tan buena idea a fin de cuentas. Puede que lo mejor sea un término medio, pero en cualquier caso, nuestros caminos se han separado para siempre. Yo te volvería loca, y tú acabarías conmigo. Menudo cuadro.
– ¿Hay otra persona?
– Es posible, pero no se trata de eso. Si estuviera enamorado de ti, lo dejaría todo y te seguiría hasta los confines de la tierra, ya me conoces. Soy un idiota romántico, creo en todas esas cosas que te parecen sandeces. Pero lo haría. El problema es que no estoy enamorado de ti. Creía que sí, pero supongo que en algún momento me apeé del tren sin darme cuenta. Amo a nuestros hijos, nuestros recuerdos… y una parte loca e inmadura de mí siempre te amará a ti, pero no lo suficiente para intentarlo de nuevo, Sally, ni para seguirte durante el resto de mi vida.
Dicho aquello se levantó, se inclinó sobre ella y la besó en la cabeza. Sally permaneció inmóvil mientras lo seguía con la mirada hasta la puerta. No intentó detenerlo; sabía que carecía de sentido. Matt había hablado en serio, como siempre había hecho y siempre haría. De pie en el umbral, Matt la miró por última vez antes de salir de su vida para siempre.
– Adiós, Sally -se despidió, sintiéndose mejor de lo que se había sentido en muchos años-. Buena suerte.
– Te odio -replicó ella, sintiéndose borracha, mientras la puerta se cerraba tras él.
Por fin se había roto el hechizo que aprisionaba a Matt. Era libre.
Capítulo 25
La noche anterior a Nochebuena, Matt cenó en casa de Pip y Ophélie para intercambiar regalos de Navidad. Habían decorado el árbol, y Ophélie insistió en preparar pato porque era la tradición francesa. Pip detestaba el pato y comería una hamburguesa, pero Ophélie quería pasar unas Navidades agradables con Matt, y de hecho nunca lo había visto con tan buen aspecto.
Aquella semana, ambos estuvieron muy ocupados y apenas si hablaron. Matt no le comentó lo sucedido entre Sally y él, y no sabía si llegaría a decírselo. Le parecía un asunto privado y no estaba preparado para compartirlo. Pero, sin lugar a dudas, la conversación lo había liberado, y si bien Ophélie ignoraba qué había ocurrido, también ella lo percibía. Como de costumbre, Matt se mostró extraordinariamente delicado y afectuoso con ella.
Tenían intención de intercambiar los regalos aquella noche, pero Pip no podía esperar hasta después de la cena e insistió en darle el suyo antes. Matt amenazó con dejarlo cerrado hasta la mañana de Navidad, pero Pip lo instó a que lo abriera de inmediato.
– ¡No, no, ahora! -exclamó dando saltitos de emoción mientras lo observaba rasgar el papel.
En cuanto Matt vio el contenido del paquete, se echó a reír. Eran unas zapatillas peludas amarillas de Paco Pico en su número.
– ¡Me encantan! -exclamó antes de abrazarla.
Se las puso y no se las quitó durante toda la cena.
– Son perfectas. Ahora los tres podremos llevarlas en Tahoe. Tú y tu madre tenéis que traer a Grover y Elmo.