Читаем Un Puerto Seguro полностью

Antes de que los chicos regresaran, los tres se pusieron las zapatillas y se sentaron riendo junto al fuego después de que Matt pusiera música. Al poco, Vanessa y Robert entraron en la casa. Eran dos muchachos muy guapos, y a Vanessa le hizo mucha ilusión conocer a Ophélie y Pip. La afinidad entre ambas niñas fue inmediata, y Vanessa lanzaba tímidas miradas de admiración a Ophélie. Ésta poseía una delicadeza que la atraía, una amabilidad casi tangible. Veía en ella las mismas cualidades que Matt, tal como comentó a su padre mientras lo ayudaba a preparar la cena, y Pip y Ophélie deshacían las maletas en sus dormitorios.

– No me extraña que te guste, papá. Es una buena persona, un sol. A veces parece muy triste, incluso cuando sonríe. Te entran ganas de abrazarla. -Lo mismo que le sucedía a él-. Y me encanta Pip. ¡Es monísima!

Al caer la noche, las dos chicas ya eran amigas íntimas, y Vanessa invitó a dormir en su habitación a Pip, que aceptó emocionada. Consideraba que Vanessa era fabulosa, guapísima y muy, muy guay, como confesó a su madre mientras se ponía el pijama. En cuanto los jóvenes se acostaron, Ophélie y Matt permanecieron sentados junto al fuego durante horas, hasta que las brasas quedaron casi extinguidas. Hablaron de música, arte, política francesa, sus hijos, sus padres, los cuadros de Matt y los sueños de ambos. Hablaron de personas a las que habían conocido y de perros que habían tenido cuando eran niños, conociéndose cada vez mejor, sin dejar tema por tocar, deseosos de saberlo todo el uno del otro. Antes de subir a sus respectivos dormitorios, Matt la besó, y tardaron siglos en separarse. Lo que sabían el uno del otro constituía una poderosa fuerza que los unía.

A la mañana siguiente, los cinco salieron juntos de la casa e hicieron cola para tomar los remontes. Robert quería esquiar con unos amigos de la universidad con los que había topado. Vanessa se alejó con Pip, y Matt se ofreció para quedarse con Ophélie.

– No lo hagas por mí -replicó ella con cautela.

Llevaba un mono de esquí negro que tenía desde hacía años y que le confería un aspecto de sencilla elegancia. Lo complementaba con un voluminoso gorro de pieles y estaba magnífica, pero insistía en que sus dotes de esquiadora no estaban a la altura del atuendo.

– No lo hago solo por ti -la tranquilizó él-. Hace cinco años que no esquío y he venido por los chicos. De hecho, me harás un favor si esquías conmigo e incluso puede que tengas que rescatarme.

Resultó que ambos esquiaban más o menos igual, y pasaron la mañana disfrutando en las pistas intermedias. No aspiraban a más, y a mediodía entraron en el restaurante para esperar a los chicos, que llegaron al cabo de unos minutos con los rostros enrojecidos y aspecto de haber hecho mucho ejercicio. Pip se quitó el gorro y los guantes con expresión extasiada. Lo estaba pasando en grande, y Vanessa también parecía contenta. Había visto a unos chicos muy guapos que la habían seguido por varias pistas, pero más que nada le pareció gracioso y divertido; no parecía fuera de control como su madre a su edad.

Los chicos esquiaron toda la tarde, mientras que Matt y Ophélie se limitaron a una sola bajada larga. Regresaron a casa cuando empezó a nevar. Matt encendió el fuego y puso música mientras Ophélie preparaba unas copas de ron caliente. Se acomodaron en el sofá con un montón de revistas y libros, y de vez en cuando levantaban la mirada para sonreírse. A Ophélie la impresionaba cuán fácil resultaba estar en su compañía. Ted siempre había sido mucho más complicado, exigente, nervioso y ansioso por discutir acerca de casi todo. Comentó a Matt las diferencias entre ellos. La relación que los unía era una combinación de comodidad, pasión apenas contenida y profundo afecto. Además, eran amigos.

– Yo también estoy muy a gusto -aseguró él antes de decidir contarle el encuentro con Sally.

– ¿Y no sentiste nada por ella? -inquirió Ophélie al tiempo que tomaba un sorbo de ron caliente y lo observaba en busca de pistas, pues Sally la preocupaba, sobre todo desde que había enviudado.

– Mucho menos de lo que esperaba o temía. Me daba miedo la perspectiva de tener que luchar contra ella, aunque solo fuera en mi cabeza. Pero no fue así. Fue una situación triste y rara, reflejo de todo lo que salió mal entre nosotros y, en lugar de estar enamorado de ella, me di cuenta de que solo la compadecía. Es una mujer muy desgraciada, y no lo digo precisamente porque su marido lleve muerto menos de un mes. La verdad es que la lealtad nunca ha sido uno de sus puntos fuertes.

– Ya veo -musitó Ophélie, algo escandalizada por el descaro con que había actuado Sally, después de todo el daño que le había hecho.

Pero, por lo visto, no era una persona proclive a los sentimientos de culpabilidad. Por encima de todo, Ophélie experimentaba un gran alivio.

– ¿Por qué no me dijiste que la habías visto? -quiso saber.

Matt le había contado tantas cosas de su vida que le parecía algo extraño que se lo hubiera callado.

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