Siempre se sentía feliz con él, protegida, segura y querida. Tenía la sensación de que nada malo podía ocurrirle mientras se hallara en su compañía. Por su parte, lo único que Matt quería era protegerla de todos los males que había sufrido, untar con bálsamo sus heridas, una tarea que no lo abrumaba.
Volvió a besarla, y al poco empezaron a explorarse el uno al otro como nunca habían hecho hasta entonces. Al sentir las caricias de Matt, Ophélie comprendió cuánto lo deseaba. Era como si toda su esencia de mujer hubiera muerto catorce meses antes, junto con Ted, y ahora resucitara lentamente entre las manos de Matt, que también se sentía abrumado por el deseo. Permanecieron sentados en el sofá durante largo rato, hasta que por fin se tendieron en él con los cuerpos entrelazados.
– Nos vamos a meter en un lío si seguimos aquí demasiado rato -susurró Matt por fin.
Ophélie soltó una risita ahogada, sintiéndose como una chiquilla por primera vez en muchos años. Matt hizo acopio de todo su valor para formularle la siguiente pregunta, pero tenía la sensación de que había llegado el momento para ambos.
– ¿Quieres subir a mi habitación?
Ophélie asintió con la cabeza, y el corazón de Matt casi estalló de alivio. Hacía tanto que lo deseaba, más de lo que se había atrevido a reconocer, aun ante sí mismo.
Ambos se levantaron. Matt la cogió de la mano y la llevó a su habitación de puntillas. Ophélie estuvo a punto de echarse a reír porque le parecía gracioso esconderse de sus hijos, pero lo cierto era que todos dormían. En cuanto entraron en el dormitorio de Matt, este cerró la puerta con llave, la alzó en volandas y la llevó hasta la cama, donde la depositó con suavidad antes de tenderse junto a ella.
– Te quiero tanto, Ophélie -susurró.
La luz de la luna bañaba la estancia. Envueltos por la calidez de la habitación, se besaron y se desvistieron uno a otro. Al poco yacían bajo las sábanas. Matt la acarició con suma delicadeza. Percibía su temblor, y lo único que deseaba era lograr que se sintiera feliz y amada.
– Yo también te quiero, Matt -repuso ella con voz temblorosa.
Matt advirtió su temor, y durante largo rato se limitó a abrazarla con fuerza.
– No pasa nada, cariño… conmigo estás a salvo… Te prometo que no te pasará nada malo…
Notó lágrimas saladas en sus mejillas al besarla.
– Tengo tanto miedo, Matt…
– No, por favor… Te quiero muchísimo… nunca te haría daño, te lo prometo.
Ophélie le creía, pero ya no creía en la vida. La vida los heriría a la primera oportunidad. Sucederían cosas terribles si bajaba la guardia y franqueaba la entrada a Matt en su mundo. Lo perdería, o él la traicionaría, la dejaría, moriría… Nada era ya cierto, de eso estaba convencida. No podía confiar en nada ni en nadie, ni siquiera en él, no estando tan cerca. Comprendió que había sido una locura creer que sí podría.
– Matt, no puedo… -farfulló con voz angustiada-. Tengo demasiado miedo.
No podía hacer el amor con él, no podía permitir que se acercara tanto. La asustaba demasiado amar tanto y, en cuanto le dejara entrar en su vida, en su alma, en su cuerpo y en su corazón, nada sería ya inofensivo. Matt sería dueño de todo, y los demonios que destrozaban la vida de las personas serían dueños de los dos.
– Te quiero -insistió él en voz baja-. Podemos esperar… no hay ninguna prisa. No pienso irme a ninguna parte, no voy a dejarte, no voy a dejarte ni herirte… No pasa nada. Te quiero.
Definía el significado del amor como ningún otro hombre, ni siquiera Ted. De hecho, Ted menos que nadie. Se sentía fatal por decepcionarlo, pero sabía que no estaba preparada e ignoraba si llegaría a estarlo algún día. Lo único que sabía era que ahora no. Resultaría demasiado aterrador dejarle entrar, y Matt estaba dispuesto a esperarla.
Matt la estrechó entre sus brazos durante largo rato aquella noche, sintiendo su cuerpo esbelto junto a su piel, deseándola, pero al mismo tiempo agradecido por lo que compartían. Era lo único que podía recibir de momento, y le bastaba. Despuntaba el alba cuando por fin Ophélie se levantó y volvió a vestirse. Se había adormecido entre sus brazos, sin soltarlo en ningún momento. Ni siquiera la incomodaba estar desnuda ante él. Lo deseaba, pero no lo suficiente.
Matt la besó por última vez. Ophélie regresó a su dormitorio, se sumió en un sueño inquieto durante dos horas, y al despertar experimentó el sempiterno peso en el pecho. Pero esta vez era distinto; no se debía a Ted ni a Chad, sino a lo que no había sido capaz de hacer con Matt la noche anterior. Se sentía como si lo hubiera engañado y se odió por defraudarlo. Se duchó y se vistió, nerviosa ante la perspectiva de verlo, pero en cuanto lo vio supo que todo iba bien. Matt le sonrió desde el otro extremo de la estancia y se acercó para abrazarla. Era un hombre increíble y, de un modo extraño, se sentía como si hubiera hecho el amor con él. Estaba incluso más a gusto con él que antes, y se sintió un poco tonta por haber cedido al pánico, además de agradecida a Matt por esperar.