Ted no sabía qué hacer y cabía la posibilidad de que no quisiera a ninguna de las dos, pero al menos Ophélie merecía saber que su marido creía deberle algo y que tal vez se habría quedado con ella. Ophélie podría haberse convertido en la vencedora en lugar de la perdedora. Pero, en definitiva, todos habían perdido, Ted, Chad, Ophélie, Andrea, incluso su hijo… todos ellos. Ted había muerto sin tomar una decisión, y en lugar de destruir la carta, la había dejado en un bolsillo para que Ophélie la encontrara. Quizá era eso lo que quería, lo que esperaba. Quizá era su modo de manipular la solución. Ninguna de las dos lo sabría jamás, pero lo único que Andrea podía ofrecerle era la verdad, que Ted no estaba seguro, que no sabía qué hacer en el momento de su muerte… y que tal vez… sólo tal vez… había amado a Ophélie en la medida de sus posibilidades.
Capítulo 21
Ophélie no sabía cómo había conducido de regreso a casa. Aparcó el coche en el sendero y entró. Pip seguía sentada donde la había dejado, aferrada al perro.
– ¿Qué ha pasado? ¿Dónde has estado?
Su madre ofrecía un aspecto aún peor que media hora antes si cabía y, mientras subía la escalera para dirigirse a su habitación con la mirada perdida, las náuseas volvieron a adueñarse de ella.
– No ha pasado nada -aseguró con expresión rota y el corazón roto por una sola carta.
Lo habían hecho juntos, él y Andrea. Les había llevado un año, pero por fin la habían matado. Ophélie miró a Pip como si no la viera, como si de repente se hubiera quedado ciega. La autómata había regresado, pero totalmente rota, echando chispas por todas partes, víctima de un cortocircuito autodestructivo.
– Me voy a la cama -se limitó a decir.
Apagó las luces y se tumbó en la cama con la mirada clavada en el techo. Pip habría gritado de haberse atrevido, pero temía que eso solo empeorara las cosas. Por fin corrió al estudio de su padre y marcó un número. Estaba llorando cuando él descolgó. Al principio no alcanzó a entenderla, y por su voz parecía inusualmente contento.
– Ha pasado algo… Mi madre está muy mal.
Matt se concentró de inmediato en la niña. Nunca la había oído así. Parecía presa del pánico y le temblaba la voz.
– ¿Está herida? Dime algo. ¿Necesitas una ambulancia?
– No lo sé, creo que se ha vuelto loca, pero no me habla.
Le explicó lo que había sucedido, y Matt pidió hablar con su madre. Pero cuando Pip fue a la habitación de Ophélie, la puerta estaba cerrada con llave, y su madre no contestaba. Pip lloraba con más fuerza cuando volvió a ponerse al teléfono. A Matt no le hacía ninguna gracia todo el asunto, pero temía empeorar las cosas si llamaba a la policía y les pedía que echaran la puerta abajo. Pidió a Pip que volviera a intentarlo y dijera a su madre que él estaba al teléfono.
Pip llamó durante largo rato y por fin oyó un sonido dentro de la habitación, como si se hubiera caído algo, una lámpara o tal vez una mesa. Al poco, su madre abrió la puerta. Tenía aspecto de haber llorado y, de hecho, seguía llorando, pero no parecía tan enloquecida como media hora antes.
Pip la miró con desesperación y le tocó la mano como si quisiera cerciorarse de que era real.
– Matt está al teléfono. Quiere hablar contigo -anunció con voz temblorosa.
– Dile que estoy cansada -musitó Ophélie, mirando a su ahora única hija como si la viera por primera vez-. Lo siento… lo siento tanto… -añadió, consciente al fin de lo que estaba haciendo a su hija, lo mismo que le habían hecho a ella-. Dile que ahora mismo no puedo hablar, que le llamaré mañana.
– Dice que si no te pones vendrá.
Ophélie sintió deseos de decirle que no debería haber llamado a Matt, pero sabía que Pip no tenía a nadie a quien recurrir aparte de él. Sin decir nada más, entró de nuevo en su dormitorio y descolgó el teléfono. La habitación estaba a oscuras, pero Pip alcanzó a distinguir la lámpara que había tirado al suelo. Ese era el ruido que había oído; Ophélie había tropezado en la penumbra.
– Diga -murmuró con una voz de ultratumba que preocupó a Matt tanto como a Pip.
– ¿Qué está pasando, Ophélie? Pip está muerta de miedo. ¿Quieres que vaya?
Ophélie sabía que lo haría, que no tenía más que pedírselo, pero no quería verlo a él ni a nadie, ni siquiera a Pip, todavía no, o quizá nunca. Jamás se había sentido tan sola en toda su vida, ni siquiera el día de la muerte de Ted.
– Estoy bien -aseguró sin convicción alguna-. No vengas.
– Cuéntame lo que ha pasado -insistió Matt con firmeza.
– No puedo -balbució ella con un hilo de voz-. Ahora no.
– Quiero que me digas qué pasa.
Ophélie negó con la cabeza, y Matt escuchó un sollozo.
– Iré ahora mismo.
– No vengas, por favor. Quiero estar sola.
Sonaba algo más cuerda. Por lo visto, estaba entrando y saliendo de alguna clase de histeria o de ataque de pánico, pero Matt no sabía a qué se debía.
– No puedes hacerle esto a Pip.
– Lo sé… lo sé… lo siento… -farfulló ella sin poder dejar de llorar.
– Quiero venir, pero no quiero entrometerme. Me gustaría saber qué demonios pasa.
– No puedo hablar de ello ahora mismo.