Читаем Un Puerto Seguro полностью

Condujo las diez manzanas que la separaban de casa de Andrea sin detenerse en pasos de cebra, stops ni semáforos, y dejó el coche aparcado sobre la acera. No había llamado para avisar a Andrea, y al apearse del coche subió la escalera corriendo y llamó al timbre. No se había puesto el abrigo sobre la fina blusa, ni siquiera un jersey, pero no sentía nada. Andrea acudió a abrir enseguida. El bebé, ya en pijama, se acurrucaba en sus brazos. Ambos sonrieron al verla.

– Hola… -la saludó con calidez Andrea, pero de inmediato advirtió que su amiga temblaba; Ophélie se había guardado la carta en el bolsillo-. ¿Estás bien? ¿Ha pasado algo? ¿Dónde está Pip?

– Sí, ha pasado algo -replicó Ophélie al tiempo que sacaba la carta del bolsillo con las manos tan temblorosas que apenas si podía controlarlas-. He encontrado tu carta.

Al instante, Andrea se puso tan pálida como ella. No intentó siquiera negarlo. Parecían dos mujeres de tiza inmóviles en el umbral mientras el viento soplaba a su alrededor.

– ¿Quieres pasar? -musitó Andrea.

Tenía cosas que decir, pero Ophélie no quería oírlas ni moverse de donde estaba.

– ¿Cómo has podido? ¿Cómo pudiste hacerme eso durante un año y fingir ser mi amiga? ¿Cómo pudiste tener un hijo suyo y fingir que era del banco de semen? ¿Cómo te atreviste a decir lo que dijiste de Chad para manipular a su padre? Sabías lo que Ted sentía por él. Todo fue una manipulación, seguramente ni siquiera lo querías. No quieres a nadie, Andrea, ni a mí, ni a él, probablemente ni siquiera a este pobre bebé. Y me habrías quitado a Chad solo para impresionar a Ted, y Chad se habría suicidado mientras tú de dedicabas a jugar, a utilizarlo como cebo. Eres más que patética, eres malvada. Eres el peor ser humano que conozco y te odio… Has destruido lo único que me quedaba, la creencia de que Ted me amaba… pero no era así… y tú tampoco lo amabas. Yo sí, siempre lo amé, por muy mal que se portara conmigo, por poco caso que me hiciera a mí o a los niños… Tú no amas nada… Dios mío, ¿cómo has podido?

Tenía la sensación de que moriría allí mismo, pero ya le daba igual. Ellos la habían destruido. Les había llevado un año desde la muerte de Ted, pero incluso después de su muerte lo habían logrado, y Ophélie no alcanzaba a comprender por qué.

– Quiero que te alejes de mí… y de Pip… No nos llames nunca más, no intentes ponerte en contacto conmigo. Por lo que a mí respecta, estás muerta, tan muerta como él… ¿Me has oído?

La voz de Ophélie se quebró en un sollozo.

Andrea no discutió. También ella temblaba con el bebé en brazos. Ambas estaban heladas por el golpe, y Andrea sabía que se lo tenía merecido. Se había torturado una y otra vez acerca del paradero de la carta, pero al ver que no aparecía, supuso que la había destruido, o al menos eso esperaba. Pero quería decir una última cosa a la mujer que había sido su amiga y que jamás la había traicionado.

– Quiero que me escuches… Solo tengo una cosa que decir aparte de que lo siento muchísimo… Yo tampoco me lo perdonaré nunca, pero al menos el bebé merece la pena… No es culpa suya.

– Me importáis un comino tú y tu bebé.

Pero el problema era que sí le importaban, los dos. Por ello resultaba tan infinitamente dolorosa aquella situación, y más aún sabiendo que el bebé era de él. Ahora veía que incluso se parecía a él… más que Chad.

– Escúchame, Ophélie, escúchame bien. Ted aún no había tomado una decisión. Me dijo que no sabía cómo podía dejarte, porque habías sido tan buena para él al principio, siempre, de hecho, y él lo sabía. Era un hombre egoísta, solo hacía lo que le daba la gana, y me deseaba, aunque creo que solamente jugaba conmigo. Teníamos mucho en común, y yo también lo deseaba, siempre lo había deseado. Cuando se presentó la oportunidad cuando tú y los niños estabais en Francia, la aproveché. Él se dejó hacer, pero ni siquiera sé si me quería. Puede que no, puede que nunca te hubiera abandonado. No lo había decidido, tienes que creerme. No murió habiendo tomado la decisión de dejarte. No estaba seguro, y por eso le escribí esta carta, para convencerlo, como ves. Tal vez hubiera decidido quedarse contigo. Ni siquiera sé si nos quería a ninguna de las dos, para serte sincera. No creo que fuera capaz. Pero si quería a una de las dos, si quería a alguien, era a ti. Me lo dijo y creo que estaba convencido de ello. Siempre pensé que se portaba como un cerdo contigo y que merecías algo mejor. Pero creo que, en la medida en que era capaz, te quería. Y quiero que lo sepas.

– No vuelvas a dirigirme la palabra jamás -espetó Ophélie.

Acto seguido giró sobre sus talones y bajó la escalera con paso tembloroso. Había dejado el coche en marcha sobre la acera. No se volvió para mirar a Andrea; no quería volver a verla nunca más, y Andrea sabía que no volvería a verla. Rompió a llorar mientras seguía con la mirada el coche que se alejaba haciendo eses. Pero al menos había contado a Ophélie la verdad tal como la conocía.

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