Читаем Un Puerto Seguro полностью

A la mañana siguiente, nada más despertar, reanudaron la conversación. Matt le preparó huevos con beicon, y a las diez, Robert anunció que tenía que marcharse, aunque prometió que volvería la semana siguiente; tenía planes para el fin de semana. Matt anunció que iría a verlo a Stanford entre semana.

– No te librarás de mí -advirtió a su hijo, feliz por primera vez en muchos años, como Robert.

– Nunca ha sido mi intención -aseguró el joven-. Creía que nos habías olvidado. La única explicación que encontraba era que habías muerto. No imaginaba que pudieras haber dejado de escribirnos por ninguna otra razón. Sabía que no eras capaz de desaparecer sin más, pero tenía que cerciorarme.

Robert había recurrido a toda clase de estrategias ingeniosas para dar con él, y sus esfuerzos habían arrojado por fin frutos.

– Menos mal que me has encontrado. Tenía intención de ponerme en contacto con vosotros dentro de unos años para averiguar si habíais cambiado de opinión respecto a mí y queríais volver a verme. No había desistido; tan solo esperaba el momento adecuado.

Quedaba pendiente lo que le diría a Sally, pero lo que era aún más importante, ¿qué podía decirle ella para justificar lo que había hecho? ¿Y qué podía contarles a sus hijos? Los había privado de su padre, había mentido a todo el mundo. Era un pecado imperdonable, no solo a ojos de Matt, sino también de su hijo. Desde luego, Sally tenía mucho en que pensar, y ni que decir tenía que jamás volverían a confiar en ella.

Robert se marchó a regañadientes el viernes a las diez y media. Había sido el mejor día de Acción de Gracias de la vida de Matt y no veía el momento de contárselo a Ophélie y Pip. Sin embargo, primero tenía que averiguar qué le había sucedido a Ophélie y cómo estaba. Marcó su número en cuanto Robert se fue. Se sentía como un hombre nuevo o como el hombre que había sido en tiempos. Era una sensación incomparable, y sabía que Ophélie y Pip se alegrarían por él.

Pip contestó al segundo timbrazo. Parecía seria, pero no trastornada, y le contó en voz baja que su madre tenía mejor aspecto que la noche anterior. Al poco fue a decirle a Ophélie que Matt estaba al teléfono y quería hablar con ella.

– ¿Cómo estás? -preguntó con serenidad en cuanto Ophélie se puso.

– No lo sé. Aturdida, creo -repuso ella, concisa.

– Has pasado una noche tremenda. ¿Vais a venir?

– No estoy segura.

Parecía indecisa y aún alterada. Matt estaba dispuesto a ir a la ciudad si ella se lo pedía, algo que habría resultado más complicado con Robert en casa. Pero de todos modos, lo habría hecho en caso necesario, aunque hubiera significado llevar a su hijo consigo. Se moría de impaciencia por contar a sus amigas lo sucedido.

– ¿Quieres que vaya a tu casa? Aunque creo que te sentaría bien venir. Podemos ir a dar un paseo por la playa. En fin, lo que tú quieras.

Ophélie vaciló unos instantes, pero debía reconocer que la idea le resultaba tentadora. Tenía ganas de salir de casa, alejarse de cuanto le recordaba a él. Ni tan siquiera sabía qué le contaría a Matt. Todo el asunto era denigrante, vergonzoso, humillante. Ted la había traicionado con su mejor amiga. Era la más cruel de las maniobras, y Andrea había estado dispuesta a utilizar a Chad para destruirla. Ophélie sabía que nunca se recobraría del golpe, que jamás podría perdonarla. También sabía que Matt lo comprendería, pues pensaba lo mismo que ella acerca de la lealtad.

– Iré -accedió en voz baja-. No sé si quiero hablar, solo estar allí y respirar.

Tenía la sensación de no poder respirar en la casa, como si sus pulmones, su pecho entero estuvieran aplastados.

– No tienes que decir nada si no quieres. Estaré aquí. Conduce con cuidado, y cuando lleguéis tendré la comida preparada.

– No sé si podré comer.

– No importa, Pip sí comerá. Tengo mantequilla de cacahuete.

Y fotografías de sus hijos que mostrarles. Robert le había dejado todas las fotos que llevaba en la cartera. Eran los mejores regalos que Matt había recibido en muchos años. Se sentía como si le hubieran devuelto el alma que su ex mujer había intentado destruir. Pero no lo conseguiría, y para Matt, el proceso de curación ya había empezado. No veía el momento de ir a Stanford para volver a ver a su hijo.

Ophélie tardó más de lo habitual en vestirse y conducir hasta la playa. La embargaba la sensación de moverse bajo el agua, y ya era mediodía cuando Matt las oyó llegar. Las cosas iban peor de lo que había imaginado, o tal vez solo lo parecía. Pip ofrecía un aspecto solemne, y Ophélie estaba pálida y alterada. Por lo visto, ni siquiera había sido capaz de peinarse. Era el mismo aspecto que tenía justo después de la muerte de Ted, una apariencia que resultaba demasiado familiar a Pip, quien corrió a abrazar a Matt como si estuviera a punto de ahogarse.

– No pasa nada, Pip… tranquila… todo va bien.

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