Читаем Un Puerto Seguro полностью

La niña se aferró a él durante largo rato antes de entrar en la casa con el perro. Matt se volvió hacia Ophélie y se fijó en su mirada. Ella permaneció inmóvil, sin articular palabra. Matt se acercó, le rodeó los hombros con el brazo y entró con ella en la casa. Había escondido el retrato, y Pip miraba a su alrededor con una sonrisa tímida, preguntándose dónde estaría. Intercambiaron una mirada cómplice, y Matt asintió para indicarle que el cuadro estaba terminado.

Preparó bocadillos para los tres, y Ophélie no abrió la boca durante toda la comida. Al cabo de un rato, Matt intuyó que estaba preparada para hablar, de modo que sugirió a Pip que saliera a dar un paseo por la playa con Mousse. La niña captó la indirecta, se puso la chaqueta y se fue. En silencio, Matt alargó a Ophélie una taza de té.

– Gracias -musitó ella-. Lo siento, anoche estaba fatal. Fue horrible para Pip. Me sentía como si Ted hubiera vuelto a morir.

Era lo que Matt había supuesto, aunque ignoraba por qué había sucedido.

– ¿Fue por el día de Acción de Gracias?

Ophélie negó con la cabeza. No sabía qué contarle, pero sí que quería compartir la historia con él. Se acercó al bolso, sacó la carta de Andrea y se la alargó. Matt titubeó un instante con el papel en la mano, deseoso de preguntarle si estaba segura de que quería que la leyera, pero de inmediato comprendió que así era. Ophélie se sentó a la mesa frente a él y sepultó el rostro entre las manos mientras él leía. No tardó mucho.

Al acabar alzó la vista hacia ella sin decir palabra. Los ojos de Ophélie eran pozos insondables de dolor, y ahora entendía la razón. Alargó la mano para tomar la suya, y permanecieron en aquella posición largo rato. Al igual que ella, Matt había deducido al instante que la carta era de Andrea y el bebé de Ted. No era difícil inferirlo, aunque sí convivir con ello. Qué crueldad descubrir después de su muerte el engaño de Ted y el hecho de que Andrea hubiera utilizado a Chad para coaccionarlo, si es que necesitaba coacción.

– No sabes lo que habría hecho Ted -señaló Matt al cabo de largo rato-. La carta dice que no había tomado ninguna decisión.

Era un pobre consuelo habida cuenta de que Ted se había liado con su mejor amiga y era el padre de su hijo.

– Eso es lo que me dijo ella -replicó Ophélie, entumecida, como si su cuerpo se hubiera convertido en plomo.

– ¿Has hablado con ella? -exclamó él, atónito.

– Fui a verla. Le dije que no quería volver a verla en mi vida, y así es. Por lo que a mí respecta, está muerta, tan muerta como Ted y Chad. Y supongo que nuestro matrimonio también lo estaba, solo que yo no quería reconocerlo, como Ted no quería reconocer que Chad estaba enfermo. También yo vivía en un estado de negación. Todos fuimos estúpidos y ciegos, cada uno a nuestra manera.

– Tú le querías, eso no es malo. Y, a pesar de todo esto, lo más probable es que él también te quisiera a ti.

– Nunca lo sabré.

Eso era lo peor; la carta la había despojado de su fe en el amor de Ted. Qué crueldad.

– Tienes que creerlo. Un hombre no pasa veinte años con una mujer si no la quiere. Puede que fuera imperfecto, pero aun así estoy seguro de que te quería, Ophélie.

– Tal vez me habría dejado por ella.

Aunque conociendo a Ted, no estaba segura, no porque creyera que su marido la había querido, sino porque en realidad no quería demasiado a nadie salvo a sí mismo. Bien podría haber dejado a Andrea tirada con el bebé sin hacer nada por ella. Lo veía capaz de semejante negligencia. Sin embargo, ello no significaba que amara a su mujer. Quizá no quería a ninguna de las dos.

– Hace años tuvo otra aventura -confesó a Matt con voz ahogada.

Lo había perdonado por aquello. Le habría perdonado cualquier cosa. Pero ahora no podían arreglar las cosas ni hablar de ello. Esta vez, Ophélie se vería obligada a convivir con el engaño a solas. Esta vez no había posibilidad de redención. El tejido de su matrimonio había quedado hecho jirones en una sola noche, por culpa de una sola carta, por la traición de una amiga. Era un daño imposible de reparar.

– Tuvo una aventura cuando Chad enfermó. Creo que me odiaba por los problemas de Chad y aquella fue su venganza. O tal vez su forma de huir, o la única manera de afrontar la situación. Fue cuando yo estaba en Francia con Pip. No creo que le importara un comino aquella mujer, pero el asunto por poco acabó conmigo. Estaban ocurriendo demasiadas cosas a la vez. Sin embargo, dejó de verla, y lo perdoné, como siempre. Se lo perdonaba todo. Lo único que quería era amarlo y ser su mujer.

Y lo único que él había querido era a sí mismo. Matt lo veía con toda claridad, pero no lo expresó en voz alta. Ophélie tenía que llegar a sus propias conclusiones y aceptarlas. Matt no quería herirla aún más. Lo último que deseaba era hacerles daño a ella o a Pip.

– Creo que tendrás que dejar todo esto atrás -observó Matt con sabiduría-. Lo único que conseguirás es hundirte. Ted ya no está; este asunto ya no le concierne, solo te concierne a ti.

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