– Entre los dos lo han destruido todo. Ted ha conseguido destrozar mi vida incluso desde la tumba.
Había sido una imprudencia por su parte conservar la carta y dejarla en un lugar donde Ophélie pudiera encontrarla. Matt llegó a preguntarse incluso si querría que ella lo descubriera todo. Quizá contara con ello para que su mujer lo abandonara. Resultaba doloroso imaginar el drama que ello habría desencadenado y que, de hecho, había acabado desencadenando.
– ¿Qué le dirás a Pip?
– Nada, no tiene por qué saberlo. Esto es entre Ted y yo, incluso ahora. En algún momento le diré que no volveremos a ver a Andrea. Tendré que pensar en algún motivo o quizá me limitaré a decirle que ya se lo contaré más adelante. Sabe que anoche pasó algo terrible, pero no que tiene que ver con Andrea. No le dije adonde iba cuando salí.
– Fue una buena idea.
Todavía le sostenía la mano y deseaba abrazarla, pero temía que Ophélie no lo soportara. Parecía tan rota, tan frágil, como un pajarillo con las alas quebradas.
– Creo que ayer perdí la cabeza o estuve a punto. Lo siento, Matt, no pretendía cargarte con todo esto.
– ¿Por qué no? Ya sabes cuánto me importáis tú y Pip.
O quizá no lo sabía. De hecho, él empezaba a darse cuenta ahora, al mirarla. Nunca le había importado tanto nadie a excepción de sus hijos, lo que le recordó que aún no se lo había contado.
– Ayer me pasó algo -comenzó en voz baja sin soltarle la mano-, algo que me hizo descubrir otra traición. Tuve una visita. Fue el primer día de Acción de Gracias de verdad que he pasado en muchos años.
– ¿Quién era? -inquirió Ophélie, intentando aparcar su propia desgracia para escucharlo.
– Mi hijo.
Le contó lo sucedido mientras ella le atendía con los ojos cada vez más abiertos.
– No puedo creer que os hiciera esto a ti y a sus propios hijos. ¿Acaso creía que nunca lo descubrirían? -exclamó, horrorizada.
Ambos habían sufrido la terrible traición de personas a las que querían y en quienes confiaban. Era la peor clase posible de traición. No sabía quién había sufrido más; de hecho, le parecía que iban empatados.
– Por lo visto sí. Debía de pensar que me olvidarían o supondrían que había muerto. De hecho, estuvieron a punto de olvidarme. Tanto Robert como Vanessa dicen que me creían muerto. Él intentó localizarme para asegurarse y se quedó de piedra al encontrarme vivito y coleando. Es un chico estupendo. Quiero que Pip y tú lo conozcáis pronto. Podríamos pasar juntos las Navidades -propuso en tono esperanzado, forjando planes.
– ¿Has dejado de ser el típico aguafiestas? -bromeó ella con una sonrisa que hizo reír a Matt.
– Este año sí. Y pienso ir a Auckland a ver a Vanessa muy pronto.
– Me alegro tanto por ti, Matt -dijo Ophélie, oprimiéndole la mano.
En aquel instante entró Pip y sonrió al verlos cogidos de la mano, un gesto que tomó por lo que no era, pero que la complació mucho.
– ¿Puedo pasar? -preguntó mientras Mousse entraba dando saltos y llenaba de arena el salón de Matt, quien insistió en que no tenía importancia.
– Iba a proponer a tu madre que saliéramos a dar un paseo por la playa. ¿Nos acompañas?
– ¿Os importa si no voy? -replicó Pip mientras se instalaba en el sofá con aire cansado-. Tengo mucho frío.
– Vale, no tardaremos mucho.
Matt se volvió hacia Ophélie, y esta asintió. También a ella le apetecía dar un paseo.
Se pusieron los abrigos y salieron. Matt le rodeó los hombros con el brazo y la atrajo hacia sí. De repente se le antojaba aún más menuda de lo habitual, más frágil. Caminaron por la playa, Ophélie apoyada en él. Era el único amigo que le quedaba, la única persona en quien todavía confiaba sin reparo alguno. Ya no sabía qué creer acerca de su matrimonio ni de su difunto marido. De hecho, ya no sabía a qué atenerse respecto a nadie salvo Matt. Y estaba tan trastornada por todo lo ocurrido y su significado que recorrieron la playa entera sin mediar palabra, el brazo protector de Matt en torno a los hombros de Ophélie. Le bastaba estar con él.
Capítulo 22
El lunes siguiente a Acción de Gracias, Matt fue a ver a su hijo y pasó por casa de Pip y Ophélie de camino a la playa. La niña acababa de volver de la escuela, y Ophélie se había tomado el día libre porque estaba demasiado consternada para pensar. Tenía la sensación de que su vida entera había cambiado. Aquella mañana había tomado la decisión de deshacerse de toda la ropa de Ted; era su forma de echarlo de casa, de castigarlo a título postumo por su traición. Era la única venganza que le quedaba, pero también sabía que le sentaría bien. No podía aferrarse de por vida a un hombre que la había engañado y que era el padre del hijo de otra mujer. Ahora sabía que estaba colgada de falsas ilusiones y una vida entera de sueños. Había llegado el momento de despertar, por muy sola que se sintiera.