— Pipicito, agua, chu, chu, pssss pipicito, levántate. Psssss. Agua. Ahora ábretelo. Y espérate un momento. Déjame quitármelos. A la vez. Entiendes, a la vez. Yo voy a estar con las piernas abiertas cruzando como si fuera un puente la taza. Tú enfrente de mí. En el momento que salga, tú pones a correr tu manguera. Ahora bien, el truco consiste en que tienes que regar de agua mi orina. Si no la tocas, pierdes, pierdes. Both waters must come to an end, I mean, to an understanding. They must run together, rest a while, establish a conversation and run along again. This way, and only this way, I’ll know if you can keep up with me. Ready?
— Easy, too easy.
— Come, come along the river of my desires.
— I drank a whole bottle of Perrier for this?
— Don’t splash me. Come on. A lil’ piss here. A lil’ piss there. I piss here. I piss there. Here a little. There a little. Alzo la pata, dejo mi huella y mi olor. Cuando vuelvo a pasar por el mismo lugar — sé que pasé por ahí antes — me dejo guiar por el olor de mi pisseo. Me encanta pissear el mundo — sobre la grama, sobre las paredes, como una manguera, alzo la pata, y me alivio, se me alivia el alma — ya no estoy en tensión, tratando de comportarme — porque no puedo hacerlo dentro de la casa, en un papel de periódico — no me gusta pissear en las noticias. Me gusta pissear en la tierra, en las raíces de un árbol, parar de repente y decir: aquí. Aquí pisseo yo. Aquí mismito. Sobre ese arbolito. Donde está sembrado ese tomatito. En la estiércol de un árbol. Bajo la sombra de un ciprés. Cuando está lloviendo. Cuando nadie quiere que yo me mee encima. En los autobuses. Sobre la grama. En el lugar menos común. Donde yo me sienta bien. Cuando ya no aguanto más. Cuando no quiero. Lo hago. Cuando no tengo ganas. Cuando me estoy riendo. Cuando se sale el sol. Cuando no lo quiero hacer. Cuando no se lo que tengo que hacer. Cuando estoy solo. Cuando me siento mal. Cuando está lloviendo. Y se seca. Cuando no puedo más. Cuando quiero.
— Así.
— Así. Ay, qué risa, qué cosquilla. Suavecito. Y está tibia. Y es bien densa. La próxima vez será en un vaso. Los dos a la vez. Tú en tu vaso. Y yo en el mío. Los metemos a los dos vasos en la bañera, vacía. Y nos metemos desnudos dentro de ella. Allí mismo. Ponemos el agua del grifo a correr pero sin tapón para que la bañera continúe vacía. Y comenzamos la competencia. El que mee dentro del vaso por más largo tiempo gana la competencia. Y se acabó.
— Y cuál es la recompensa.
— Si yo gano tengo el derecho yo.
— A qué.
— A mearme sobre ti. Y si tú ganas. Me lo haces a mí.
— Yo no quiero ganar.
— Ni yo tampoco.
— Sería mejor if you stand up in the air with your feet on each side of the bathtub ledge, y yo me quedo detrás de ti. En el momento que comience a correr la tuya, yo te abrazo, y entonces you and I piss into the same glass. Unidos. Íntimamente, entrelazados.
— Esto es peor que parir un perro. Tanto trabajo que cuesta mear. No es justo. No es justo. Es bien injusto.
–¿Qué pasa?
— Por qué te metes en mi vaso. Yo quería competir. No, inmediatamente lo conviertes en abrazo. Zape, vete, vete de aquí. Lo que quieres es otra cosa. No quiero amor. Lárgate. Por dónde puedo respirar. Enseguida se une a la tuya. Ni siquiera puedo escribir porque debajo estás tú. Y todo es un juego. ¿Dónde está la seriedad? Jabalí, Jabalí, ven acá. I don’t like your games. It has to be music. It has to be my way. Vamos a jugar ahora el juego del disco rayado. Yo digo:
—
Y después tú dices:
Y cojes la aguja del disco rayado, y la mueves con tus dedos índice y pulgar. Al moverla, yo levanto la cabeza, siguiendo el movimiento de derecha a izquierda que hacen tus dedos. Sacando mis dimples y achinando mis ojos, como si estuvieras saludando al público, me echo una lagrimita, bien tierna, bien dulce, para que sepan que soy sensible, sensitiva, qué linda, la niña bonita, y al tú bajar la aguja, yo bajas la cabeza, encorvando mi pescuezo, para que sepan que pido un aplauso que estalle en mis orejas. Apruebo con mis ojos y con mi cabeza afirmo la aclamación, y entonces acabo:
—
De nuevo mueves la aguja, muevo tu cabeza, guiño el ojo y repito con mis brazos abiertos acogiendo el aplauso:
— Ay, Kiko, vas a creerlo.
— Qué.
— Ya lo estoy viendo.
— Qué.
— Mi funeral.
— Cómo es. Dime. Cómo es.
— Tú con tu corbata negra and your wrinkled corduroy suit, cargando mi féretro con Paco Pepe despidiendo el duelo. Y los niños cantores de San Juan cantando: