La sonrisa de Puro-nervio se transformó en una mueca, como si adivinara sus pensamientos. Su amigo dio un paso para rodear la barbacoa.
– Tú, quieto -dijo Fletcher, sacándose la pistola de la funda.
Al mismo tiempo, sintió una presencia a su espalda.
– ¡Y tú también!
Alguien apretó un revólver contra su columna. Escondido detrás de la caseta, acababa de surgir un tercer hombre. Neuman había desenfundado su pistola, pero no disparó: la Beretta que apuntaba a Fletcher no llevaba el seguro puesto, y el tipo que la empuñaba tenía los ojos vacíos, de un negro apagado. Era un tsotsi de unos veinte años con el que ya se había cruzado en alguna parte: el otro día, en el descampado, los dos jóvenes que estaban pegando a Simón… Fletcher barrió los alrededores con el rabillo del ojo, pero ya era demasiado tarde: los otros dos tipos habían sacado sendas pistolas del saco de carbón bajo la barbacoa.
– ¡Ya estáis levantando las manos, chavales! -silbó Puro-nervio, encañonando a Neuman con su revólver-. Gatsha, quítale la pipa: ¡despacio!
– ¡Un solo gesto y le meto una bala a tu amigo! -ladró el más joven.
Gatsha avanzó hacia Neuman como si mordiera y le arrancó el Colt de las manos.
– Tranquilizaos…
– ¡Cállate, negro!
Plantándole el cañón en la nuca, el cabecilla desdentado había obligado a Fletcher a arrodillarse, con las manos en la cabeza. Los otros mascullaron algunos insultos en dashiki, con rictus de victoria. El zulú no se movió: Fletcher, exangüe, sudaba a chorros delante de la barbacoa; le temblaban las piernas. Neuman blasfemó entre dientes: Dan estaba flaqueando. Se notaba en la dilatación de sus poros, en el aire de miedo que lo atenazaba y en sus manos, perdidas sobre su cabeza…
– ¡Tú, pégate ahí! -le gritó Puro-nervio a Neuman-. ¡Las manos contra la caseta!… ¿Me oyes, gilipollas?
Neuman retrocedió hasta la caseta de playa y apoyó la espalda y las manos contra la madera agrietada. Gatsha lo siguió. Contuvo el aliento cuando el tsotsi apretó el revólver contra sus testículos.
– Como te muevas un milímetro, te vuelo los cojones y toda la mierda de alrededor…
Joey el joven negro con el que se había cruzado en el descampado, se sacó entonces un cuchillo del cinturón y se lo pasó delante de los ojos:
– Ya nos hemos visto antes, ¿eh, pollo?
Soltó una risa malvada y, de un golpe seco, plantó el cuchillo en la madera podrida. Neuman se estremeció: el tsotsi acababa de clavarle la oreja contra la puerta.
– ¡Que no te muevas te he dicho! -le advirtió el joven, con las venas de los ojos muy dilatadas.
El cañón del revólver le oprimía los testículos. La oreja le ardía, un reguero de sangre tibia corría por su cuello, el cuchillo había atravesado el lóbulo y los cartílagos, manteniéndolo sujeto a la puerta. A unos pasos de allí, Fletcher temblaba bajo las ráfagas de viento, de rodillas, con el revólver en la nuca.
– ¿Qué, pollito, tienes miedo? -Puro-nervio derribó al policía de bruces contra el suelo-. Tienes carita de maricón… ¿Ya te lo han dicho? Poli maricón asqueroso…
El más joven se rio. Gatsha no apartaba el dedo del gatillo.
– ¿Os apetece un pollo a la brasa, tíos? -dijo el cabecilla de la gorra-. ¡Este está en su punto!
– ¡Eh, tío! ¡Pollo a la brasa! Jajá!
– Podríamos darle una oportunidad, ¿no?
– ¡Sí!
– ¡No!
Los dos tsotsis se peleaban por puro placer, pero Gatsha, muy serio, no relajaba la presión sobre los testículos de Neuman.
– ¡Anda, Joey! ¡Trae algo para trinchar el pollo!
Fletcher, tendido ahora sobre la arena, no dejaba de temblar. Joey le tendió un panga
– Dejadlo -dijo Neuman con un hilo de voz, clavado a la caseta de playa.
– Que te den por culo, negro.
Ali lanzó una mirada furtiva a la choza, como si Epkeen pudiera verlo.
– No cuentes con tu amiguito blanco: también nos estamos ocupando de él…
Le pareció distinguir la silueta de Brian a través de la bruma de calor, agitándose en la pista de baile improvisada de la choza… ¿Qué coño estaba haciendo el muy idiota?
Puro-nervio se inclinó sobre el joven policía tendido en el suelo y le pasó el machete por la espalda como para limpiar la hoja:
– Ahora vas a imitar a un pollo… ¿Me oyes? -le susurró al oído-: Vas a imitar a un pollo, o te desangro, mariquita… ¡¿Me oyes?!… ¡IMITA A UN POLLO!
Fletcher dirigió una mirada de pánico a Neuman.
– Dejadlo…
La presión del cañón le taladró el bajo vientre. El tiempo se detuvo. Ya no había nada más que el viento desollando las dunas y los ojos crueles del tsotsi que chorreaban desdén por el policía tendido en el suelo. Ya ni siquiera oía la música. El cabecilla estaba a punto de clavarle el machete: Fletcher lo sentía en sus huesos, ya sólo era cuestión de segundos. Buscó a Neuman con la mirada, pero no lo encontró.
Emitió un pobre hipido que no cubría el sonido de sus sollozos.
– Medio gesto y estás muerto -susurró Gatsha al oído sanguinolento de Neuman.
– ¡Mejor todavía que muerto! -eructó el otro, con el machete en la mano-. ¡Mejor todavía!
Fletcher soltó un pobre «kiki» que se perdió en el estruendo de las olas.