– ¿Quiere decir que paso a formar parte del equipo del capitán?
Su cerebro bullía con una mezcla de ambición y estrellas muertas. Epkeen se encogió de hombros:
– Si le gusta que un zulú la llame a cualquier hora de la noche para restaurar la justicia en nuestro hermoso país…
– ¿Es adicto al trabajo?
– No, insomne.
Janet se quedó pensativa, sonriendo, mientras Epkeen salía del despacho: con un solo golpe de machete, la mestiza acababa de ponerse el traje de Dan.
Epkeen encontró un hueco en el aparcamiento del tanatorio. El cuerpo de su amigo descansaba en un féretro para la velada fúnebre, antes de la incineración… Dejó el Mercedes bajo una palmera a la que le quedaban pocas hojas y se dirigió hacia el edificio de ladrillo. Neuman esperaba en la escalera, enfrascado en sus pensamientos.
– Hola, Alteza.
– Eres puntual.
– Me ocurre de vez en cuando…
Trataron de sonreír, pero el azul del cielo, la sombra apacible sobre los escalones, su amistad, nada de eso parecía real. Apenas se habían visto desde el drama. Neuman no había ido al hospital. Lo había dejado solo con Claire. Había desaparecido hasta el día siguiente, sin dar la más mínima explicación…
– ¿Qué pasó con el hermano Ramphele? -quiso saber Brian.
Se acababa de enterar.
– Una depresión profunda, según Kriek.
– ¿Tú te lo crees?
– No.
– Kriek es un hijo de puta -aseguró Epkeen-. Si lo ha matado una banda de la prisión, él no moverá un dedo.
– Seguramente. Le están haciendo la autopsia, pero no nos llevará muy lejos.
Morir en la cárcel parecía de lo más natural en Sudáfrica.
– ¿Y Krugë, qué dice de esto?
– Por ahora nos cubre -contestó Neuman-. Por poco tiempo.
– No podíamos saber lo que iba a ocurrir.
– Unos tipos armados esperándonos para quitarnos de en medio, yo a eso no lo llamo un accidente -dijo Neuman entre dientes-. Nos vieron venir desde lejos, y uno de ellos me conocía. Encendieron una barbacoa un poco más lejos para separarnos, con la perspectiva de liquidarnos si las cosas se complicaban… Caímos en una trampa, Brian. Es todo culpa mía.
– ¿Le has dicho a Krugë que yo estaba bailando abrazado a una negra mientras os hacían pedacitos?
– No habría servido de nada. A Sonny Ramphele lo han matado porque nos contó lo de la playa de Muizenberg. Esta mafia tiene antenas en la cárcel y una guarida en los townships. Me encontré con uno de ellos en Khayelitsha. Se estaba ensañando con un niño de la calle, Simón Mceli, al que mi madre conoce…
Brian se sentó a su vez en los escalones.
– Mira, tío, los dos estamos metidos en esto, lo quieras o no.
– La operación la dirigía yo -insistió Ali.
– Me traen sin cuidado tus historias de jefe.
Eran amigos, no subalternos. Una mirada basta para entenderse.
– Bueno, ¿hemos hablado ya con todos los confidentes?
– Khayelitsha está fuera de nuestro territorio -contestó Neuman-. En cuanto al tráfico de drogas en Muizenberg, al parecer de eso nadie sabe nada. O Stan era el único camello, o se nos escapa algo…
Un gorrión avanzaba a saltitos sobre la losa de mármol: se detuvo a su altura y los miró con hostilidad.
– Hay una casa aislada en la playa -dijo entonces Epkeen-: a cerca de un kilómetro de la choza. Parece abandonada, pero el nombre del propietario no figura en ninguna parte. Quizá se trate de una historia de especulación inmobiliaria… Tenemos también un muerto en Simon's Town, un surfista. Lo abatió una patrulla, pero según la autopsia, el tipo estaba colocado, se había metido el cóctel a base de tik. El mismo que nuestros dos jóvenes.
– Así que Nicole no era el único objetivo de los camellos. Se ha ampliado el negocio.
– Eso parece. He metido a Janet Helms en el caso…
Brian no terminó la frase: Claire acababa de aparecer en la escalera del tanatorio. Llevaba un vestido negro que la hacía más delgada y un bolsito de vinilo. Los miembros de su familia la seguían, con gafas de sol para ocultar su tristeza.
Claire vio a los dos hombres sentados en los escalones, susurró unas palabras a su hermana y fue hacia ellos. Se levantaron a la vez, se cruzaron con su mirada ajada y la abrazaron. La joven se abandonó un breve instante antes de recuperar el equilibrio. Ya no dormía, que más daban las medicinas, pero no se vendría abajo. Ahora no.
– Tengo que hablar con vosotros -dijo, separándose de ellos.
Llovía a mares en sus ojos azul Atlántico. Caminaron unos pasos hacia el aparcamiento, en silencio. Claire se detuvo a la sombra de una palmera y se volvió hacia Neuman.
– ¿Qué le hicieron en las manos? -le preguntó con voz átona.
Brian se quedó de piedra. Una piedra que se resquebrajaba a ojos vistas.
– Nada -contestó Ali-. Todo ocurrió muy deprisa…
Claire se mordió el interior de los carrillos. Le temblaban los ojos detrás de las gafas de sol.
– No le dio tiempo a sufrir, si es lo que te preocupa -añadió-. Lo siento mucho.