Pronto el fin de lo sagrado llegó al cine. Derribaron los grandes cines y construyeron cajas inmundas llamadas multicines, cines prácticos, cines funcionales. Las catedrales cayeron bajo la bola de acero de los equipos de demolición. Hasta que alguien inventó el vídeo. Un televisor no es lo mismo que una pantalla de cine. La sala de tu casa no es lo mismo que una vieja platea casi infinita. Pero, si uno observa con cuidado, es lo que más se le parece. En primer lugar porque mediante el vídeo puedes ver
tener a mano el mando a distancia por si quieres ver más de una vez una escena. Y eso es todo. A partir de ese momento todo depende de la película y de ti. Si todo va bien, que no siempre va bien, uno está otra vez en presencia de lo
Uno mete su cabeza en el interior de su propio pecho y abre los ojos y mira, silabeó Charly Cruz.
¿Qué es para mí lo sagrado?, pensó Fate. ¿El dolor impreciso que siento ante la desaparición de mi madre? ¿El conocimiento de lo que no tiene remedio? ¿O esta especie de calambre en el estómago que siento cuando miro a esta mujer? ¿Y por qué razón experimento un calambre, llamémoslo así, cuando ella me mira y no cuando me mira su amiga? Porque su amiga es notoriamente menos hermosa, pensó Fate. De lo que se deduce que para mí lo sagrado es la belleza, una mujer guapa y joven y de rasgos perfectos. ¿Y si de pronto, en medio de este restaurante tan grande como infecto, apareciera la actriz más guapa de Hollywood, seguiría sintiendo calambres en el estómago cada vez que, subrepticiamente, mis ojos se encontraran con los de ella, o, por el contrario, la aparición repentina de una belleza superior, de una belleza ornada por el reconocimiento, mitigaría el calambre, disminuiría su belleza hasta una altura real, la de una muchacha un tanto extraña que sale una noche de fin de semana a divertirse con tres amigos un tanto singulares y una amiga que más bien parece una puta? ¿Y quién soy yo para pensar que Rosita Méndez parece una puta?, pensó Fate. ¿Conozco algo, acaso, acerca de las putas mexicanas como para reconocerlas a las primeras de cambio? ¿Conozco algo sobre la inocencia o sobre el dolor? ¿Conozco algo sobre las mujeres?
Me gusta ver vídeos, pensó Fate. También me gusta ir al cine. Me gusta acostarme con mujeres. No tengo en este momento una pareja estable, pero no ignoro lo que significa tenerla.
¿Veo lo
¿Y si todo comenzara a acelerarse a partir del instante en que una actriz de Hollywood traspusiera el umbral de El Rey del Taco?
Después, según recordaba vagamente, estuvieron en un par de discotecas, tal vez tres. En realidad, puede que fueran cuatro discotecas. No: tres. Pero también estuvieron en un cuarto lugar, que no era precisamente una discoteca ni tampoco una casa particular. La música estaba alta. Una de las discotecas, no la primera, tenía un patio. Desde el patio, donde se amontonaban cajas de refrescos y cerveza, se veía el cielo. Un cielo negro como el fondo del mar. En algún momento Fate vomitó. Luego se rió porque algo en el patio le hizo gracia. ¿Qué? No lo sabía.
Algo que se movía o que se arrastraba junto a la reja de alambre. Tal vez la hoja de un periódico. Cuando volvió al interior vio a Corona que besaba a Rosa Méndez. La mano derecha de Corona apretaba uno de los pechos de la mujer. Al pasar junto a ellos Rosa Méndez abrió los ojos y lo miró como si no lo conociera. Charly Cruz estaba apoyado en la barra hablando con el barman. Le preguntó por Rosa Amalfitano. Charly Cruz se encogió de hombros. Repitió la pregunta. Charly Cruz lo miró a los ojos y dijo que tal vez estaba en los reservados.
– ¿Dónde están los reservados? -dijo Fate.
– Arriba -dijo Charly Cruz.
Fate subió por la única escalera que encontró: una escalera metálica que se movía un poco, como si la base estuviera suelta.