Tal vez aún estuviera allí Campbell y le pudiera explicar algo que él no había entendido. Aunque bien pensado no había nada que entender. Pickett sabía boxear y Fernández no, así de sencillo. O tal vez lo mejor hubiera sido no ir al Sonora Resort y conducir directamente hacia la frontera, hacia Tucson, en cuyo aeropuerto seguro que encontraría un cibercafé desde donde escribir la crónica, agotado y sin pensar en lo que escribía, y luego volar hacia Nueva York, en donde todo volvería a tener la consistencia de la realidad.
Pero en lugar de eso Fate siguió a la comitiva de coches que daba vueltas y vueltas por una ciudad ajena, con la leve sospecha de que tantas vueltas obedecían a un único fin, que él se cansara y desistiera de su compañía, aunque habían sido ellos quienes lo habían invitado, quienes le dijeron vente a cenar con nosotros y luego te marchas a los Estados Unidos, una última cena mexicana, sin convicción ni sinceridad, atrapados en una hospitalidad verbal, un convencionalismo mexicano al que se debía responder dando las gracias (¡efusivamente!) y luego alejándose dignamente por una calle semivacía.
Sin embargo él aceptó la invitación. Buena idea, dijo, tengo hambre. Vamos a cenar todos juntos, como algo natural. Y aunque vio el cambio de expresión en los ojos de Chucho Flores, y la forma en que lo miraba Corona, más frío todavía, como si pretendiera ahuyentarlo con la mirada o como si le echara la culpa de la derrota del boxeador mexicano, insistió en ir a comer algo típico, mi última noche en México, ¿qué os parece si comemos comida
¿Por qué estoy aquí, comiendo tacos y bebiendo cerveza con unos mexicanos a quienes apenas conozco?, pensó Fate. La respuesta, lo sabía, era sencilla. Estoy por ella. Todos hablaban en español. Sólo Charly Cruz se dirigía a él en inglés. A Charly Cruz le gustaba hablar de cine y también le gustaba hablar en inglés. Su inglés era rápido, como si intentara imitar a un estudiante universitario, aunque abundaba en incorrecciones. Mencionó el nombre de un director de Los Ángeles al que conocía personalmente, Barry Guardini, pero Fate no había visto ninguna película de Guardini. Luego se puso a hablar de dvd. Dijo que en el futuro todo sería grabado en dvd o algo similar y mejorado y las salas de cine desaparecerían.
Las únicas salas de cine que cumplían una función, dijo Charly Cruz, eran las viejas, ¿las recuerdas?, esos teatros enormes que cuando se apagaban las luces a uno se le encogía el corazón.
Esas salas estaban bien, eran los verdaderos cines, lo más parecido a una iglesia, techos altísimos, grandes cortinas rojo granate, columnas, pasillos con viejas alfombras desgastadas, palcos, localidades de platea y galería o gallinero, edificios construidos en los años en los que el cine todavía era una experiencia religiosa, cotidiana y sin embargo religiosa, y que poco a poco fueron demolidos para edificar bancos o supermercados o multicines. Hoy, le dijo Charly Cruz, apenas sobreviven unos pocos, hoy todos los cines son multicines, con pantallas pequeñas, espacio reducido, butacas comodísimas. En el espacio de una vieja sala de verdad caben siete salas reducidas de un multicine.
O diez. O quince, depende. Y ya no hay experiencia
El fin había empezado en alguna parte, a Charly Cruz le daba lo mismo, tal vez en las iglesias, cuando los curas dejaron de lado la misa en latín, o en las familias, cuando los padres abandonaron (aterrorizados, créeme, brother) a las madres.