Le pareció la escalera de un barco antiguo. La escalera terminaba en un pasillo enmoquetado de verde. Al final del pasillo había una puerta abierta. Se oía música. La luz que salía de la habitación también era verde. Detenido en medio del pasillo un tipo joven y flaco lo miró y luego se movió hacia él. Fate pensó que lo iba a atacar y se preparó mentalmente para recibir el primer puñetazo. Pero el tipo lo dejó pasar y luego bajó por la escalera.
Su rostro era muy serio, recordaba Fate. Luego caminó hasta llegar a una habitación en donde vio a Chucho Flores que hablaba por un teléfono móvil. Junto a él, sentado sobre un escritorio, había un tipo de unos cuarenta y tantos años, vestido con una camisa de cuadros y una corbata de lazo, que se lo quedó mirando y le preguntó con un gesto qué quería.
Chucho Flores vio el gesto del tipo y miró hacia la puerta.
– Adelante, Fate, pasa -dijo.
La lámpara que colgaba del techo era verde. Junto a una ventana, sentada en un sillón, estaba Rosa Amalfitano. Tenía las piernas cruzadas y fumaba. Cuando Fate traspuso el umbral levantó la vista y lo miró.
– Estamos aquí haciendo unos negocios -dijo Chucho Flores.
Fate se apoyó en la pared como si le faltara el aire. Es el color verde, pensó.
– Ya veo -dijo.
Rosa Amalfitano parecía drogada.
Según Fate creía recordar, alguien, en algún momento, anunció que aquella noche cumplía años, alguien que no iba con ellos, pero a quien Chucho Flores y Charly Cruz, al parecer, conocían. Mientras bebía un vaso de tequila una mujer se puso a cantar el «Happy Birthday». Después tres hombres (¿Chucho Flores era uno de ellos?) se pusieron a cantar «Las mañanitas». Muchas voces se unieron al canto. Junto a él, de pie en la barra, estaba Rosa Amalfitano. Ella no cantaba, pero le tradujo la letra de la canción. Fate le preguntó qué relación había entre el rey David y el cumpleaños de una persona.
– No lo sé -dijo Rosa-, yo no soy mexicana, soy española.
Fate pensó en España. Iba a preguntarle de qué parte de España era cuando vio que en una esquina de la sala un hombre abofeteaba a una mujer. La primera bofetada hizo que la cabeza de la mujer girara violentamente y la segunda bofetada la lanzó al suelo. Fate, sin pensar en nada, intentó moverse en esa dirección, pero alguien lo sujetó de un brazo. Cuando se volvió para ver quién lo retenía no había nadie. En la otra esquina de la discoteca el hombre que había abofeteado a la mujer se acercó al bulto caído y le pateó el estómago. A pocos metros de él vio a Rosa Méndez que sonreía feliz. Junto a ella estaba Corona, que miraba hacia otra parte, con el semblante serio de siempre. El brazo de Corona rodeaba los hombros de la mujer. De vez en cuando Rosa Méndez se llevaba la mano de Corona a la boca y le mordisqueaba un dedo. En ocasiones los dientes de Rosa Ménez mordían demasiado fuerte y entonces Corona arrugaba ligeramente el ceño.
En el último sitio donde estuvieron Fate vio a Omar Abdul y al otro sparring. Bebían solos en un rincón de la barra y se acercó a saludarlos. El sparring que se llamaba García apenas hizo un gesto de reconocimiento. Omar Abdul, por el contrario, le obsequió con una amplia sonrisa. Fate les preguntó cómo estaba Merolino Fernández.
– Bien, muy bien -dijo Omar Abdul-. En el rancho.
Antes de que Fate se despidiera de ellos Omar Abdul le preguntó cómo era que no se había largado todavía.
– Me gusta esta ciudad -dijo Fate por decir algo.
– Esta ciudad es una mierda, hermano -dijo Omar Abdul.
– Bueno, hay mujeres muy guapas -dijo Fate.
– Las mujeres de aquí no valen un pedazo de mierda -dijo Omar Abdul.
– Entonces deberías volver a California -dijo Fate.
Omar Abdul lo miró a los ojos y asintió varias veces.
– Me gustaría ser un jodido periodista -dijo-, a vosotros no se os escapa nada, ¿verdad?
Fate sacó un billete y llamó al barman. Lo que quieran tomar estos amigos lo pago yo, dijo. El barman cogió el billete y se quedó mirando a los sparrings.
– Otros dos mezcales -dijo Omar Abdul.
Cuando volvió a su mesa Chucho Flores le preguntó si era amigo de los boxeadores.
– No son boxeadores -dijo Fate-, son sparrings.
– García fue un boxeador bastante conocido en Sonora -dijo Chucho Flores-. No era muy bueno, pero aguantaba como nadie.
Fate miró hacia el fondo de la barra. Omar Abdul y García seguían allí, silenciosos, mirando las hileras de botellas.
– Una noche se volvió loco y mató a su hermana -dijo Chucho Flores-. Su abogado consiguió que lo declararan con enajenación mental transitoria y sólo pasó en la cárcel de Hermosillo ocho años. Cuando salió ya no quiso boxear. Durante un tiempo estuvo con los pentecostalistas de Arizona. Pero Dios no le dio el don de la palabra y un día dejó de predicar el verbo divino y se puso a trabajar de matón de discoteca. Hasta que llegó López, el preparador de Merolino, y lo contrató como sparring.
– Un par de mierdas -dijo Corona.
– Sí -dijo Fate-, a juzgar por la pelea, un par de mierdas.