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Fue durante aquellos días, mientras caminaban bajo el sol o bajo las primeras nubes grises, enormes, interminables nubes grises que anunciaban un otoño memorable, y su batallón dejaba atrás aldea tras aldea, cuando Hans pensó que bajo su uniforme de soldado de la Werhmacht él llevaba puesta una vestimenta de loco o un pijama de loco.

Una tarde su batallón se cruzó con un grupo de oficiales del estado mayor. ¿De qué estado mayor? Lo ignoraba, pero eran oficiales de estado mayor. Mientras ellos caminaban por la carretera, los oficiales se habían reunido sobre una loma muy cerca del camino y miraban el cielo, atravesado en ese momento por una escuadrilla de aviones que se dirigía hacia el este, tal vez Stukas, tal vez cazas, algunos de los oficiales los señalaban con el dedo índice o con toda la mano, como si le dijeran heil Hitler a los aviones, mientras otro oficial observaba, un poco apartado, en actitud de ensimismamiento total, las viandas que en ese momento un ordenanza depositaba cuidadosamente sobre una mesa portátil, viandas que sacaba de una caja de considerables proporciones, de color negro, como si se tratara de una caja especial de alguna industria farmacéutica, esas cajas donde se depositan los medicamentos peligrosos o que aún no están suficientemente probados, o peor aún, como si se tratara de una caja de un centro de investigaciones científicas en donde los científicos alemanes depositaban, provistos de guantes, aquello que podía destruir el mundo y también destruir Alemania.

Cerca del ordenanza y del oficial que miraba la disposición que el ordenanza daba a las viandas sobre la mesa se encontraba, de espaldas a todos, otro oficial, éste con el uniforme de la Luftwaffe, aburrido de ver pasar a los aviones, que sostenía en una mano un largo cigarrillo y en la otra un libro, una operación sencilla pero que a este oficial de la Luftwaffe parecía costarle ímprobos esfuerzos pues la brisa que soplaba sobre la loma en donde estaban todos le levantaba constantemente las hojas del libro, impidiéndole la lectura, lo que llevaba al oficial de la Luftwaffe a utilizar la mano con que sostenía el largo cigarrillo para mantener fijas (o inmóviles o quietas) las hojas del libro levantadas por la brisa, cosa que no conseguía sino empeorar la situación pues el cigarrillo o la brasa del cigarrillo tendía indefectiblemente a quemar las hojas del libro o la brisa desparramaba sobre las hojas la ceniza del cigarrillo, lo que molestaba mucho al oficial, que entonces inclinaba la cabeza y soplaba, con mucho cuidado, pues se encontraba de cara al viento y al soplar la ceniza corría el riesgo de que ésta terminara alojada en sus ojos.

Junto a este oficial de la Luftwaffe, pero sentados en dos sillas plegables, había una pareja de viejos soldados. Uno de ellos parecía general del ejército de tierra. El otro parecía disfrazado de lancero o de húsar. Ambos se miraban y reían, primero el general y luego el lancero, y así sucesivamente, como si no comprendieran nada o como si comprendieran algo que ninguno de los oficiales de estado mayor estacionados en aquella loma supiera. Debajo de la loma estaban estacionados tres coches.

Junto a los coches, de pie y fumando, estaban los choferes y en el interior de uno de los coches había una mujer, muy hermosa y elegantemente vestida, la cual se parecía muchísimo, o eso le pareció a Reiter, a la hija del barón Von Zumpe, el tío de Hugo Halder.

El primer combate propiamente dicho en que participó Reiter fue en las cercanías de Kutno, en donde los polacos eran pocos y estaban mal armados pero no mostraban ningún deseo de rendirse. El encuentro duró poco, pues al final resultó que los polacos sí que tenían deseos de rendirse y lo que pasaba era que no sabían cómo hacerlo. El grupo de asalto de Reiter atacó una granja y un bosque en donde el enemigo había concentrado los restos de su artillería. Cuando los vio partir el capitán Gercke pensó que Reiter probablemente moriría. Para el capitán fue como ver partir a una jirafa en un pelotón de lobos, coyotes y hienas. Reiter era tan alto que cualquier conscripto polaco, el más torpe de todos, sin dudarlo lo elegiría a él como blanco.

En el ataque a la granja murieron dos soldados alemanes y resultaron heridos otros cinco. En el ataque al bosque murió otro soldado alemán y tres más fueron heridos. A Reiter no le sucedió nada. El sargento que comandaba el grupo le dijo esa noche al capitán que Reiter, lejos de servir como blanco fácil, había asustado de alguna manera a los defensores. ¿De qué manera?, preguntó el capitán, ¿dando gritos?, ¿profiriendo insultos?, ¿siendo implacable?, ¿los había asustado, acaso, porque en el combate se transfiguraba en otro?, ¿en un guerrero germánico ajeno al miedo y la compasión?, ¿o tal vez se transfiguraba en un cazador, el cazador esencial, el que todos llevamos en nuestro interior, astuto, rápido, siempre un paso por delante de la presa?

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