Esa noche, mientras comía, le contó el sueño que había tenido dentro de los túneles a su mejor amigo. Éste le dijo que era normal soñar estupideces cuando uno se encuentra en una situación así.
– No era una estupidez -le contestó-, vi a Dios en sueños, me rescataron, una vez más estoy entre los míos, y sin embargo no consigo estar tranquilo del todo.
Luego, con voz más calmada, rectificó:
– No consigo estar seguro del todo.
A lo que su amigo le respondió que en una guerra nadie podía sentirse seguro del todo. Y allí acabó la charla. El soldado se fue a dormir. Su amigo se fue a dormir. Se hizo el silencio en el pueblo. Los centinelas se pusieron a fumar. Cuatro días después, el soldado que le vendió su alma a Dios iba caminando por la calle y un coche alemán lo atropelló y lo mató.
Durante la estancia de su regimiento en Normandía Reiter solía bañarse, hiciera el tiempo que hiciera, en los roqueríos de Portbail, cerca del Ollonde, o en los del norte de Carteret. Su batallón estaba concentrado en el pueblo de Besneville. Por las mañanas salía, con sus armas y un morral en donde llevaba queso, pan y media botella de vino, y caminaba hasta la costa.
Allí elegía una roca, fuera de la vista de cualquiera, y, tras nadar y bucear desnudo durante horas, se extendía en su roca y comía y bebía y releía su libro
A veces encontraba estrellas de mar, que se quedaba mirando todo lo que aguantaban sus pulmones, hasta que finalmente se decidía a tocarlas justo antes de emerger. Una vez vio a una pareja de peces óseos,
En ocasiones se sentía tan bien, dormitando sobre su laja húmeda, que no se hubiera reincorporado al batallón nunca más. Y en más de una ocasión lo pensó en serio, desertar, vivir como un vagabundo en Normandía, encontrar una cueva, comer de la caridad de los campesinos o de pequeños hurtos que iría realizando y que nadie denunciaría. Tendría ojos de nictálope, pensó. Con el tiempo mis ropas quedarían reducidas a unos cuantos harapos y finalmente viviría desnudo. Nunca más regresaría a Alemania. Un día moriría ahogado y radiante de felicidad.
Por aquellas fechas la compañía de Reiter tuvo visita médica.
El médico que lo atendió lo encontró, dentro de lo que cabía, completamente sano, excepción hecha de sus ojos, que exhibían un enrojecimiento nada natural y cuya causa el mismo Reiter sabía sin posibilidad de error: las largas horas de buceo a cara descubierta en aguas saladas. Pero no se lo dijo al médico por temor a que le cayera un castigo o a que le prohibieran volver al mar. En ese tiempo a Reiter le hubiera parecido un sacrilegio bucear con gafas de buceo. Escafandra sí, gafas de buceo rotundamente no. El médico le recetó unas gotas y le dijo que cursara con su superior un parte para ser atendido por el oftalmólogo.
Al irse el médico pensó que aquel muchacho larguirucho probablemente era un drogadicto y así lo escribió en su diario de vida: ¿cómo es posible encontrar a jóvenes morfinómanos, heroinómanos, tal vez politoxicómanos en las filas de nuestro ejército? ¿Qué representan? ¿Son un síntoma o son una nueva enfermedad social? ¿Son el espejo de nuestro destino o son el martillo que hará añicos nuestro espejo y también nuestro destino?
En lugar de morir ahogado y radiante de felicidad, un día, sin previo aviso, se suspendieron las salidas y el batallón de Reiter, que estaba en el pueblo de Besneville, se unió a los otros dos batallones del regimiento 310 que estaban estacionados en StSauveur-le-Vicomte y Bricquebec y todos montaron en un tren militar que se dirigió hacia el este y que en París se unió con otro tren en donde venía el regimiento 311, y aunque faltaba el tercer regimiento de la división, el cual por lo visto jamás se reintegraría a ésta, empezaron a recorrer Europa en dirección oeste-este, y así pasaron por Alemania y Hungría y finalmente la división 79 llegó a Rumanía, su nuevo destino.
Algunas tropas se instalaron cerca de la frontera con la Unión Soviética, otras cerca de la nueva frontera con Hungría.
El batallón de Hans quedó instalado en los Cárpatos. El cuartel de la división, que ya no pertenecía al décimo cuerpo, sino a uno nuevo, el 49, que acababa de formarse y que por el momento sólo tenía a su mando una división, se situó en Bucarest, aunque de vez en cuando el general Kruger, nuevo jefe del cuerpo, acompañado por el antiguo coronel Von Berenberg, ahora general Von Berenberg, nuevo jefe de la 79, visitaba a las tropas y se interesaba por su grado de preparación.