Se debía también a una falta de comprensión de la mecánica de la epidemia de detenciones. A menudo, los órganos de la Seguridad del Estado no tenían grandes fundamentos para elegir a quién había que detener y a quién dejar en paz. Se orientaban únicamente por una cifra de detenciones prevista. Para alcanzar esa cifra podía seguirse un procedimiento sistemático, pero también podían ponerse en manos del azar. En 1937 una mujer fue a las oficinas de la NKVD de Novo-cherkask para preguntar qué debía hacer con el niño de pecho de una vecina suya detenida. «Siéntese», le dijeron, «y ya veremos.» Permaneció sentada un par de horas y luego la sacaron de recepción y la metieron en una celda: debían completar rápidamente la cifra y no tenían bastantes agentes para enviarlos por la ciudad, ¡y a aquella mujer ya la tenían allí! Por el contrario, cuando el NKVD de Orsha fue a arrestar al letón Andrei Pável, éste, sin abrir la puerta, saltó por una ventana, logró escapar y se marchó directamente a Siberia. Y aunque vivió allí con su propio apellido, y su documentación decía muy a las claras que era de Orsha,
[7]nunca fue encarcelado ni citado por los órganos de Seguridad del Estado, ni suscitó sospecha alguna. En realidad, existían tres grados de busca y captura: extensibles a toda la URSS, de carácter republicano, y regional. Casi la mitad de los detenidos en esas epidemias no fueron objeto de búsqueda más allá de su región. Cuando se iba a detener a una persona por circunstancias fortuitas, como por ejemplo la denuncia de un vecino, esa persona podía ser sustituida fácilmente por otro inquilino. Y lo mismo que A. Pável, las personas que caían casualmente en una redada, o en una vivienda rodeada por los agentes, y tenían la valentía de huir en aquel mismo momento, antes del primer interrogatorio-, nunca eran capturadas ni citadas a comparecencia. En cambio los que se quedaban a esperar justicia recibían una condena. Y casi todos, la aplastante mayoría, se comportaban con pusilanimidad, indefensión y resignación.También es cierto que cuando faltaba la persona buscada, el NKVD hacía que los parientes se comprometieran, bajo firma, a no ausentarse, y, naturalmente, luego no les costaba nada empapelar a los que se habían quedado en lugar del que había huido.
El sentimiento general de inocencia engendraba una parálisis también general. ¿Y si, a lo mejor,
Entonces, ¿para qué vas a huir?, ¿para qué oponer resistencia? No harías más que empeorar tu situación, les impedirías aclarar el error. Y no sólo no te resistes, sino que incluso bajas la escalera de puntillas, como te han mandado, para que no se enteren los vecinos.