Читаем Archipielago Gulag полностью

Salimos a la plaza de la estación de Yaroslavl. Una vez más me han caído en suerte unos guardianes novatos que no conocen Moscú. Tomaremos el tranvía «B», decido yo por ellos. El centro de la plaza y la parada del tranvía son un bullicio de gente, es la hora de ir al trabajo. Uno de los guardias sube donde el conductor, por la puerta de salida, y le muestra el carnet del MVD. Durante todo el trayecto iremos de pie en la plataforma delantera, como si fuéramos diputados del Consejo Urbano de Moscú, sin necesidad de sacar billetes. Se rechaza a un anciano que intenta subir también por ahí: no eres un inválido, ¡monta por la puerta de detrás!


Llegamos a Novoslobódskaya y nos apeamos. Por primera vez tengo ocasión de ver la prisión de Butyrki desde fuera, aunque ya es mi cuarto ingreso allí y podría dibujar un plano de su interior sin dificultad alguna. ¡Ay, ese alto e imponente muro de dos manzanas de largo! A los moscovitas se les paraliza el corazón cuando ven aquellas fauces de acero, aquel portalón abriéndose. Pero yo dejo sin pena las aceras de Moscú y cuando entro en la torre abovedada del cuerpo de guardia, me siento como si hubiera vuelto a casa. Sonrío al llegar al primer patio, reconozco la familiar puerta tallada, la puerta principal y no me incomoda saber que van a ponerme —ya me han puesto— de cara a la pared para preguntarme: «¿Apellido? ¿Nombre y patronímico? ¿Año de nacimiento?».


¿Mi apellido? ¡Soy el viajero de las estrellas! [301]Han amortajado mi cuerpo, pero no tienen poder sobre mi alma.


Sé que dentro de algunas horas emprenderán los inevitables procedimientos que tienen que ver con mi cuerpo: el box, el cacheo, la entrega de recibos, rellenar la ficha de entrada, la desinfección y el baño; que seré .introducido en una celda con dos cúpulas separadas por un arco (aquí todas las celdas son así), con dos amplios ventanales y una larga mesa-armario; pero sé también que encontraré a personas a las que aún no conozco, aunque sin duda serán sagaces, interesantes y amigables, y que empezarán a contarme cosas, y yo a ellos, y que al anochecer no querremos dormirnos enseguida.


En las escudillas habrán grabado un «BuTiur» (para que no se las lleven en los traslados). El balneario Butiur, así lo llamábamos en broma la última vez. Un balneario poco conocido entre los obesos jerarcas que desean adelgazar. Porque ellos van con sus panzas a Kislovodsk, donde caminan por senderos rotulados, hacen flexiones, se pasan un mes entero sudando para perder dos o tres kilos. En cambio, en el balneario de Butiur, a la vuelta de la esquina, cualquiera de ellos enflaquecería unos diez kilos en una semana sin necesidad de ninguna gimnasia.


Es cosa probada. Nunca falla.


* * *


Una de las verdades que se aprenden en prisión es que el mundo es pequeño, sencillamente, muy pequeño. Cierto que, el Archipiélago Gulag, que se extiende sobre la misma superficie que la Unión de los Soviets, está por debajo de ésta en cuanto a número de habitantes. La cifra exacta de población del Archipiélago es un dato para nosotros insondable. Podemos dar por válido que en los campos nunca hubiera simultáneamente más de doce millones de reclusos (cuando a unos se los tragaba la tierra, la Máquina iba trayendo otros). Y de ellos, la mitad escasa serían presos políticos. ¿Seis millones? Pues bien, entonces es como un país pequeño, como Suecia o Grecia, donde mucha gente se conoce. Por tanto, no debe sorprender que cuando vas a parar a cualquier celda de cualquier prisión de tránsito, escuches y hables y siempre acabes descubriendo que tus compañeros de celda y tú tenéis conocidos comunes. (Nada tiene de extraño que Dolgun, tras un año de incomunicación, después de haber estado recluido en Sujánovka, después de las palizas de Riumin y del hospital, al ir a parar a una celda de la Lubianka diese su nombre y el perspicaz F. saliera de inmediato a su encuentro: «¡Ah-ah, pero si yo a usted le conozco!». «¿De qué me conoce?», se puso en guardia Dolgun. «Se equivoca.» «Nada de eso. Usted es Alek-sander Dolgun, ese americano del que la prensa burguesa afirmaba falazmente que había sido secuestrado, lo cual desmintió la agencia TASS. Por aquel entonces yo estaba en libertad y pude leerlo en los periódicos.»)


Me gusta el momento en que meten a uno nuevo en la celda (siempre que no sea un primerizo —pues entran desmoralizados, abatidos—, sino un zek veterano). También a mí me gusta entrar en una nueva celda (aunque, Dios misericordioso, haz que no tenga que entrar más en ninguna otra); una sonrisa desenfadada, un amplio gesto: «¡Salud compañeros!». Mi pequeño saco arrojado sobre el catre. «¿Qué hay de nuevo por Butyrki desde el año pasado?»


Empezamos a entablar relaciones. Hay cierto joven, Su-vórov, condenado por el Artículo 58. A primera vista, nada de particular, pero siempre hay que buscar, siempre hay que inquirir: había en su celda de la prisión de tránsito de Kras-noyarsk cierto Majotkin...


—Permítame, ¿no será el aviador polar?


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