—...me dijo que usted estaba de auxiliar en un laboratorio de análisis clínicos y que a Nikolái Vladímirovich lo mandaban constantemente a los trabajos comunes...
—Y aquello lo debilitó mucho. Cuando lo trasladaron a Butyrki iba medio muerto en el vagón. Ahora lo tienen en la enfermería y la Cuarta Sección Especial
[307] 65le facilita mantequilla e incluso vino, pero es difícil decir si llegará a restablecerse.—¿Entonces, fue la Cuarta Sección Especial la que los convocó a ustedes?
—Sí. Nos preguntaron si nos creíamos capaces, después de seis meses en Karagandá, de reconstruir nuestro Instituto en suelo patrio.
—Y ustedes aceptarían entusiasmados, ¿no?
—¡Faltaría más! Ya sabe, ahora hemos comprendido nuestros errores. Y además, lo quisiéramos o no, todos los aparatos se los habían llevado de ahí embalados en cajas y ya estaban aquí.
—¡Qué devoción a la ciencia por parte del MVD! ¡Un poco más de Schubert, se lo ruego!
Y Tsarapkin, que mira melancólico hacia la ventana (en sus gafas se reflejan los oscuros bozales y la franja clara, en lo alto de las ventanas), canturrea:
Vom Abendrot zum Morgenlicht War mancher Kopf zum Greise.
Wer glaubt es? meiner ward es nicht Auf dieser ganzen Reise.
[308]* * *
El sueño de Tolstói se ha hecho realidad: ya no se obliga a los presos a asistir a un oficio religioso intrínsecamente perverso.
[309]Las capillas de las prisiones permanecen cerradas. Los edificios se han conservado, eso sí, pero han sido adaptados con eficacia para ampliar el espacio de confinamiento. De esta manera, la capilla de Butyrki permite encerrar dos mil presos más, lo que significa cincuenta mil por año, si calculamos que cada partida permanece ahí un par de semanas.Cuando me ingresan en Butyrki por cuarta o quinta vez, mientras atravieso con paso firme y presuroso el patio de la cárcel, rodeado de bloques penitenciarios, camino de la celda que me han asignado, adelantándome incluso una cabeza a mi guardián (como el caballo que galopa diligente hacia casa donde le espera la avena, sin necesidad de fusta ni riendas), a veces me olvido de volver la cabeza hacia esa iglesia cuadrangular, rematada por un octaedro. Se alza aislada en el centro de un patio cuadrado. En sus ventanas no hay bozales reglamentarios ni cristales armados como en los edificios principales, sino unas tablas grises y podridas que definen su categoría de anexo. Alberga una especie de prisión de tránsito, en el interior de Butyrki, para los recién condenados.
Pero en otro tiempo, en 1945, viví allí grandes e importantes momentos: después de ser condenados por disposición de la OSO, nos llevaron a la iglesia (¡era el momento oportuno, no estaría mal rezar!), nos hicieron subir al primer piso (encima había aún un segundo piso) y a partir de un vestíbulo octogonal nos distribuyeron por distintas celdas. A mí me metieron en la del sudeste.