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Tampoco sería cierto atribuir al año 1937 el «descubrimiento» de que la confesión del acusado era más importante que toda clase de pruebas y de hechos. Eso ya se había empezado a plantear en los años veinte. En 1937 lo único que sucedió es que maduró la brillante doctrina de Vyshinski [77]De todos modos, por aquel entonces sólo la pudieron conocer lo sjueces de instrucción y los fiscales, para consolidar su templanza moral, mientras que nosotros, todos los demás, sólo supimos de ella veinte años después. Nos enteramos cuando los periódicos empezaron a vilipendiarla en oraciones subordinadas y en párrafos secundarios, en unos artículos que trataban de esta doctrina como si fuera algo sobradamente conocido desde hacía mucho.


Resulta que en este año de horrible recuerdo, en un informe que adquiriría fama entre los especialistas, Andrei Ya-nuárievich (vienen ganas de llamarlo Jaguárievich) Vyshinski, en el espíritu de la más flexible dialéctica (que no permitimos ni a los subditos del Estado, ni ahora tampoco a las máquinas electrónicas, pues para ellas sí es sí y no esno), recordaba que el hombre nunca tiene la posibilidad de establecer la verdad absoluta, sino sólo la relativa. Y de aquí daba un paso que los juristas no se habían atrevido a dar en dos mil años: por consiguiente, tampoco la verdad que establecen la instrucción del sumario y el juicio puede ser absoluta sino sólo relativa. Por esto, al firmar una sentencia de muerte nunca podremos estar absolutamenteseguros de que ajusticiasen a un culpable, sino sólo con cierto grado de aproximación, bajo determinados supuestos, en cierto sentido. (Quizás el propio Vyshinski necesitaba entonces de este consuelo dialéctico tanto como sus oyentes. Al gritar desde su escaño de fiscal: «¡Hay que fusilarlos a todos como a perros rabiosos!», [78]él, malvado a la vez que inteligente, sabía a la perfección que los acusados estaban libres de culpa. Con tanto mayor apasionamiento, seguramente, él y ese puntal de la dialéctica marxista que era Bujarin, emperifollaban con adornos dialécticos la mentira judicial: para Bujarin subir al patíbulo sin culpa alguna era una muerte estúpida e impotente en exceso, ¡incluso tuvo necesidadde hallar su propia culpa! A Vyshinski le agradaba más sentirse un lógico que un canalla declarado.)


De ahí una conclusión harto pragmática: era una inútil pérdida de tiempo buscar pruebas absolutas (las pruebas son todas relativas), o testigos indudables (podrían contradecirse). Las pruebas de culpabilidad son relativas,aproximadas, y el juez de instrucción puede dar con ellas incluso sin conocimiento de los hechos y sin testigos, sin necesidad de abandonar su despacho, «basándose no sólo en su inteligencia sino también en su intuición de comunista, en su firmeza moral»(es decir, en la ventaja de un hombre que ha dormido, que está bien comido y no ha recibido palizas), y «en su carácter» (es decir, en su ansia de crueldad).


Qué duda cabe: como definición era muchísimo más elegante que las instrucciones de Latsis. Pero la esencia era la misma.


Sólo en una cosa se quedó corto Vyshinski y dejó de lado la lógica dialéctica: inexplicablemente dejó que la bala continuara siendo absoluta.


De este modo, desarrollándose en espiral, las conclusiones de la jurisprudencia progresista volvían a los puntos de vista de la época Antigua o de la Edad Media. Como los verdugos medievales, nuestros jueces instructores, nuestros fiscales y nuestros presidentes de tribunal aceptaban como principal prueba de culpabilidad las confesiones de los encausados. [79] 3


Sin embargo, el rudo medioevo no había empleado más que procedimientos pintorescos y espectaculares para arrancar la deseada confesión: el potro, la rueda, el brasero, el erizo, la picota. En el siglo veinte, con el desarrollo de la medicina y nuestra considerable experiencia carcelaria (no faltó quien tratara con toda seriedad este tema en una tesis doctoral), se llegó a la conclusión de que tanta prodigalidad de medios resultaba superflua e incluso engorrosa en caso de aplicación masiva. Y además...


Además, se daba claramente otra circunstancia: como siempre, Stalin se había guardado la última palabra, sus subordinados tenían que intuir por sí mismos, de manera que al chacal le siguiera quedando una guarida adonde escabullirse y escribir «Los éxitos se nos suben a la cabeza». [80]Con todo, era la primera vez en la historia de la humanidad que se sometía a millones de personas a una tortura planificada, y a pesar de todo su poder, Stalin no podía estar absolutamente seguro del éxito. Aplicado a gran escala, el experimento podía discurrir de manera distinta a cuando se había realizado en pequeñas proporciones. En cualquier caso, Stalin debía mantener su orla de pureza angelical. (Y sin embargo las circulares del Comité Central de los años 1937 y 1939 contenían la indicación de «medidas físicas».)


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