N. Stoliarova recuerda a su vecina de catre en Butyrki, en 1937, una anciana. La interrogaban cada noche. Dos años antes había pernoctado en su casa de Moscú un ex metropolita que estaba de paso tras haberse fugado del destierro. «¡Mejor dicho, no era ningún "ex", sino que seguía siendo metropolita de verdad! Cierto, tuve el honor de recibirlo en mi casa.» «Muy bien. ¿Y después de Moscú, en casa de quién estuvo?» «Lo sé, ¡pero no lo diré!» (A través de una cadena de creyentes, el metropolita huyó a Finlandia.) Los jueces iban turnándose e incluso se reunían en grupo, sacudían el puño ante el rostro de la anciana y ella les decía: «No vais a poder sacarme nada, aunque me cortéis a pedacitos. Porque tenéis miedo de vuestros superiores, tenéis miedo unos de otros y hasta tenéis miedo de matarme ("perderían un eslabón de la cadena"). ¡Pero yo no tengo miedo de nada! ¡Estoy preparada para presentarme ante el Señor aunque sea ahora mismo!».
Los hubo, sí, hubo personas así en 1937, gentes que no volvieron del interrogatorio a recoger el hatillo que habían dejado en la celda. Hubo quienes prefirieron la muerte que firmar contra alguien.
No cabe decir que la historia de los revolucionarios rusos haya ofrecido los mejores ejemplos de firmeza. Pero es que tampoco hay punto de comparación, porque nuestros revolucionarios jamás se las vieron con una verdadera instrucción
Sheshkovski no torturó a Radíschev. Y Radíschev sabía perfectamente, dadas las costumbres de la época, que sus hijos continuarían sirviendo como oficiales de la Guardia, y que nadie les arruinaría la vida. Ni nadie confiscaría la hacienda solariega de Radíschev. Pese a todo esto, en una breve instrucción de dos semanas, este hombre ilustre abjuró de sus convicciones, de su libro y pidió clemencia.
Nicolás I no fue tan bárbaro como para detener a las esposas de los decembristas, obligarlas a gritar en el despacho contiguo, ni someter a tortura a los propios decembristas.*
Tampoco tuvo necesidad de ello. La investigación del caso se llevó a cabo con entera libertad y hasta les permitieron estudiar previamente las preguntas en sus calabozos. Ningún decembrista mencionó más tarde que se hubiera dado una interpretación poco escrupulosa de sus respuestas. No se pidieron cuentas «a los que sabían de la preparación del motín y no lo habían denunciado». Con mayor razón, no cayó ni una sombra sobre los parientes de los acusados (se promulgó un manifiesto especial al respecto). Y como es natural, indultaron a todos los soldados que se vieron envueltos en el motín. Incluso el propio Ryléyev «respondió con detalle, con sinceridad, sin ocultar nada». Hasta Péstel
En su
Uno creería que quienes se propusieron asesinar a Alejandro II habían de ser unos titanes de la abnegación, ¿verdad? ¡Sabían a lo que se exponían! Mas he aquí que Grinevitski compartió la suerte del zar mientras que Rysakov había quedado con vida pero caía en manos de los jueces de instrucción. Y
A finales del siglo pasado y principios de éste, un oficial de gendarmes retiraba inmediatamente su pregunta si el procesado consideraba que era improcedente o violaba su intimidad. En 1938, en la prisión de Las Cruces, azotaron con baquetas de fusil al veterano presidiario político Zelenski despues de haberle bajado los pantalones como si fuera un crió, pe vuelta en la celda, Zelenski se echó a llorar: «¡Un juez zarista ni siquiera se habría atrevido a tutearme!». O este otro, por ejemplo, una investigación actual
[94] 3demuestra que los gendarmes se apoderaron del manuscrito del artículo de Lenin «¿En qué piensan nuestros ministros?», pero