Читаем Canticos de la lejana Tierra полностью

« Un día, nuestros descendientes conocerán mares como los vuestros, aunque no tan inmensos o tan profundos. Las aguas de nuestros dos mundos se mezclarán, dando vida a nuestro nuevo hogar. Y os recordaremos con amor y gratitud.


51. Reliquia


— Es precioso—dijo Mirissa reverentemente—. Ahora puedo comprender por qué se valora tanto el oro en la Tierra.

— El oro es la parte menos importante—contestó Kaldor al tiempo que sacaba la reluciente campana de su caja forrada de terciopelo—. ¿Adivinas qué es?

— Evidentemente es una obra de arte. Pero tiene que significar mucho más para ti, ya que lo has llevado contigo durante cincuenta años luz.

— Tienes razón, desde luego. Es una reproducción exacta de un gran templo, de más de cien metros de altura. En un principio, había siete de estos estuches, todos ellos de idéntica forma, y cada uno encajaba dentro de otro. Este era el más interior, el que contenía la Reliquia. Me fue entregado por unos viejos amigos en mi última noche en la Tierra. « Todo es atemporal—me recordaron—. Sin embargo, hemos conservado esto durante más de cuatro mil años. Llévalo contigo a las estrellas, con nuestra bendición. »

"A pesar de que yo no compartía su fe, ¿cómo podía rechazar un regalo tan valioso? Ahora lo dejaré aquí, donde los hombres llegaron por primera vez a este planeta. Otro regalo de la Tierra… quizás el último."

— No digas eso—respondió Mirissa—. Habéis dejado tantos regalos que nunca podremos contarlos todos.

Kaldor sonrió melancólicamente y por un momento no contestó, deteniendo su mirada en la familiar vista que se divisaba desde la ventana de la biblioteca. Allí había sido feliz, rastreando la historia de Thalassa y aprendieron muchas cosas que podrían ser de un valor incalculable cuando se creara la nueva colonia en Sagan Dos.

"Adiós vieja nave madre—pensó—. Hiciste bien tu trabajo. Aún nos espera un largo camino; ojalá la Magallanes nos sirva con tanta lealtad como tú has servido a la gente a la que hemos llegado a amar."

— Estoy seguro de que mis amigos habrían estado de acuerdo. He cumplido con mi deber. La Reliquia estará más segura aquí en Museo de la Tierra, que a bordo de la nave. Después de todo quizá nunca lleguemos a Sagan Dos.

— Claro que llegaréis. Pero aún no me has dicho qué hay en el séptimo cofre

— Es lo Único que queda de uno de los hombres más grandes que ha existido jamás; él fundó la única fe que nunca llegó a teñirse de sangre. Estoy convencido de que le habría divertido mucho saber que, cuarenta siglos después de su muerte, uno de sus dientes sería trasladado a las estrellas.


52. Cánticos de la lejana tierra


Ahora era el momento de la transición, de las despedidas, de las separaciones tan duras como la muerte. Sin embargo, a pesar de todas las lágrimas que se derramaron — tanto en Thalassa como en la nave—también había un sentimiento de alivio. Aunque ya nada volvería a ser lo mismo, ahora la vida podría volver a la normalidad. Los visitantes eran como unos invitados que se habían quedado un poco más de lo previsto; era hora de partir.

El mismo presidente Farradine lo aceptaba y había abandonado su sueño de una Olimpíada interestelar. Su consuelo fue grande: las unidades de congelación se trasladaban a la Isla Norte, y la primera pista de hielo de Thalassa estaría lista a tiempo para los Juegos. Si estaría listo también algún otro atleta era otro problema, pero muchos jóvenes thalassanos pasaban horas observando con incredulidad a algunos de los grandes maestros del pasado.

Mientras tanto, todo el mundo convino en que debía organizarse una ceremonia de despedida que marcara la partida de la Magallanes. Por desgracia, eran pocos los que se ponían de acuerdo en cuanto a la Forma que debía tomar. Hubo innumerables iniciativas privadas con las que se sometió a los interesados a una gran tensión física y mental, pero ninguna oficial y pública.

La alcaldesa Waldron, reclamando prioridad en nombre de Tarna, creía que la ceremonia debía realizarse en el lugar del primer aterrizaje. Edgar Farradine defendía que el Palacio Presidencial, pese a sus modestas proporciones, era más apropiado. Algunos graciosos sugirieron Krakan como solución intermedia, aduciendo que sus famosas viñas serían el lagar más adecuado para el brindis de despedida. Aún no habían resuelto la cuestión cuando la Compañía de Radiodifusión de Thalassa—una de las burocracias con más iniciativa del planeta—se apropió del proyecto en su totalidad.

El concierto de despedida iba a ser recordado, e interpretado, por las generaciones venideras. No hubo un vídeo que distrajera los sentidos; sólo música y un relato muy breve. Se estudió el patrimonio de dos mil años para evocar el pasado y dar esperanzas para el futuro. No sólo era un réquiem, sino también una canción de cuna.

Перейти на страницу:

Похожие книги