Читаем Canticos de la lejana Tierra полностью

— No es buen sitio para quedarse cuando aceleremos—comentó Loren—. Entonces pasa a ser un eje vertical de dos kilómetros de profundidad. Es entonces cuando en verdad necesitas la escalerilla y los asideros. Agárrate a ése de ahí y deja que haga todo el trabajo por ti.

Fueron transportados sin esfuerzo alguno a lo largo de varios centenares de metros, y llegaron a un pasillo que formaba ángulo recto con el principal.

— Suelta la correa—indicó Loren cuando habían avanzando algunos metros—. Quiero enseñarte una cosa.

Mirissa soltó el asidero y progresivamente se detuvieron junto a una ventana larga y estrecha situada a un lado del túnel. A través del grueso cristal, ella miró hacia el interior de una enorme y fuertemente iluminada caverna de metal. Aunque estaba completamente desorientada, supuso que aquella gran cámara cilíndrica debía abarcar casi la totalidad de la anchura de la nave, y que aquella barra central, por lo tanto, debía de reposar a lo largo de su eje.

— El propulsor cuántico—anunció Loren con orgullo.

Ni tan siquiera pretendió nombrar las veladas formas de metal y cristal, los curiosamente formados contrafuertes volantes que brotaban de las paredes de la cámara, las vibrantes constelaciones de luces, la esfera de completa oscuridad que, aunque no podía distinguirse, parecía estar girando… No obstante, al cabo de un rato, dijo:

— El mayor logro del genio humano; el último regalo de la Tierra a sus hijos. Algún día nos convertirá en dueños de la galaxia.

Había un tono de arrogancia en sus palabras que hizo poner mala cara a Mirissa. El que hablaba volvía a ser el viejo Loren, antes de haber madurado en Thalassa « Pues que así sea », pensó ella; pero una parte de él había cambiado para siempre.

—¿Tú crees—preguntó ella con delicadeza—que la galaxia llegará a enterarse?

Sin embargo, estaba impresionada, y contempló largamente aquellas formas enormes y sin sentido que habían hecho llegar a Loren hasta ella a través de los años luz. No supo si bendecirles por lo que habían traído o si maldecirles por lo que muy pronto se llevarían.

Loren la condujo a través de aquel laberinto, aún más cerca del corazón de la Magallanes. No se encontraron con nadie ni una sola vez; ello hacía recordar las dimensiones de la nave y su reducida tripulación.

— Ya casi estamos—avisó Loren con una voz ahora calmosa y solemne—. Éste es el Guardián.

Totalmente cogida por sorpresa, Mirissa flotó en dirección a aquel rostro dorado, que la miraba desde su hueco, hasta casi chocar con él. Extendió una mano y tocó un frío metal. Así pues, era real, y no, como había imaginado, un holograma.

—¿Qué… quién es? — susurró.

— A bordo tenemos muchos de los más grandes tesoros artísticos de la Tierra—afirmó Loren con melancólico orgullo—. Éste fue uno de los más famosos. Fue un rey que murió muy joven, cuando era un niño…

La voz de Loren se desvaneció cuando ambos tuvieron el mismo pensamiento. Mirissa tuvo que enjugarse las lágrimas antes de poder leer la inscripción que había bajo la máscara.


TUTANKHAMON

1361—1353a. de C.

(Valle de los Reyes, Egipto, 1922 d. de C.)


SI, había tenido casi la misma edad que Kumar.

El rostro dorado les miraba a través de los milenios y a través de los años luz, el rostro de un joven dios fulminado en la flor de la vida. En él se leía el poder y la confianza en si mismo, pero no la arrogancia y la crueldad que los años perdidos le habrían dado.

—¿Por qué aquí?—le preguntó Mirissa, medio adivinando la respuesta.

— Parecía un símbolo adecuado. Los egipcios creían que, si llevaban a cabo las ceremonias correctas, el muerto tendría una nueva existencia en otro mundo. Pura superstición, por supuesto; sin embargo, aquí la hemos hecho realidad.

« Pero no de la manera que yo hubiera deseado », pensó Mirissa con tristeza. Observando los ojos negros como el azabache del rey niño, que la miraba desde su máscara de oro incorruptible, costaba creer que aquello sólo fuera una maravillosa obra de arte y no un ser vivo.

No podía apartar la vista de aquella mirada hipnótica aunque serena conservada a través de los siglos. Una vez más, alargó la mano y acarició la dorada mejilla. El metal precioso le recordó de repente un poema que había encontrado en los archivos de Primer Aterrizaje, mientras buscaba expresiones de consuelo en el ordenador, dentro de la literatura del pasado. La mayoría de los centenares de frases eran inadecuadas, pero una ("Autor desconocido,?1800–2100") encajaba perfectamente:


« Devuelven brillante al acuñador la creación del hombre, los muchachos que morirán en la gloria y nunca envejecerán. »


Loren esperó pacientemente a que los pensamientos de Mirissa siguieran su curso. Luego introdujo una tarjeta en una ranura casi invisible situada detrás de la máscara, y se abrió sin hacer ruido una puerta circular.

Перейти на страницу:

Похожие книги