Los dos elementos de la cultura
No había una subcultura heterosexual, ni una subclase de hombres y mujeres que hicieran el amor entre sí. Matsehar podía masturbarse mientras tenía fantasías con mujeres imaginarías, que a menudo eran inquietantemente parecidas a sus primas. Podía rondar a los actores que representaban papeles femeninos, y a los hombres que se sentían atraídos por ellos. En ocasiones lo hacía, pero debajo de los trajes y del amaneramiento, los actores eran hombres. Sus amantes eran una ilusión.
—Nada de esto es real. Nadie es la persona que desea ser. Nadie hace el amor con la persona con la que sueña.
Podía pensar cosas horribles y espantosas sobre la seducción y la violación.
—Ya no voy a mi casa. Tengo miedo de ser como un hombre de una obra. Violento. Loco.
La situación había dejado de ser graciosa. El pobre chico se estaba haciendo pedazos delante de mí, y lo que yo quería hacer —abrazarlo y decirle: «Bueno, bueno, la vida es un infierno»— no era posible.
—¿Qué quieres que haga? —le pregunté.
—¿No hay algo que sepas, algo que puedas decir y que me haga esto soportable?
¿Por qué yo?
Porque yo tenía una perspectiva que nadie más tenía; porque yo veía su cultura desde fuera; y tal vez porque él se veía a sí mismo como un proscrito —alguien que vive fuera de la ley— y me veía a mí como alguien aún más al margen de la sociedad.
En una ocasión, busqué la palabra «margen». Entre otras cosas, significa tierra sin aprovechar que forma la orilla de un terreno aprovechado.
—Mats, lo único que puedo decirte es que te concentres en lo que tienes. En cierto sentido, somos opuestos. Yo tengo a Gwarha, que supongo que es lo que tú quieres: el gran amor, la protección contra la soledad, y un cuerpo cálido en la cama. Créeme, no subestimo ninguna de esas cosas. Pero he perdido a mi familia, mi nación, y a los de mi especie; y aunque puedo practicar mi oficio, mi habilidad con la lengua, no puedo ofrecer a mi propia gente lo que he aprendido.
»Tú tienes al Pueblo, tu linaje y tu arte. No subestimes ninguna de esas cosas.
Él sacudió la cabeza.
—No es suficiente.
—Es todo el consuelo que puedo darte.
Hablamos un rato más. Mats era cada vez menos coherente.
Finalmente le dije que lo acompañaría a su habitación. Creo que él solo no habría llegado.
Nos detuvimos ante su puerta. Colocó en ella la palma de la mano y se volvió hacia mí.
—Ojalá pudiera amarte, Nicky.
En ese momento no tenía un aspecto especialmente atractivo. Sinceramente, no podía decirle que lamentaba que fuera heterosexual. Le dije que se fuera a dormir. Entró tambaleándose. Cerró la puerta. Miré a mi alrededor hasta que encontré la cámara que cubría aquel sector de pasillo. No cabía duda, nos había enfocado.
Regresé a mi sector de la estación. Junto a la puerta que conducía de mis aposentos a los de Gwarha brillaba una luz de color ámbar. Eso significaba que los suyos estaban abiertos. Una invitación. Entré.
Estaba tendido en el sofá, en la sala delantera, vestido con el atuendo hogareño típico de los hombres
Cuando entré, levantó la vista y dejó a un lado un ordenador de lectura, plano y pequeño.
—¿Cuál es la frase que emplean los humanos? Si no te conociera, diría que has estado bebiendo.
—Matsehar se ha retirado. Estaba muy borracho. Yo me he emborrachado un poco. Creo que he parado a tiempo, pero Mats se sentirá tan enfermo como un pequeño animal doméstico de la Tierra.
—Tus problemas con él han quedado resueltos. —Era una pregunta.
—No creo que siga escondiéndose cuando me vea, pero no se interesa sexualmente por mí. En absoluto.
—Bien. No me resulta fácil contenerme cuando tienes ganas de mirar a los demás.
Me senté en el borde del sofá.
—Ya sabes, hay quienes viven peor que yo.
—Sin duda —respondió Gwarha.
Cogí una de sus manos y acaricié el pelaje del dorso, de color gris acero y suave como el terciopelo; luego se la volví y besé la palma oscura y lampiña.
Del diario de Sanders Nicholas,
portador de información agregado al personal del Primer Defensor Ettin Gwarha
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Regresó una noche y en cuanto la puerta se abrió notó olor a café.
—¿Nicholas? —llamó mientras entraba.