Xexo se fue como había llegado, con su respiración característica, cubierta con su sombrero negro, dejando atrás inseguridad y alarma, como era habitual. Así la recordaba siempre, agitada, cargada de problemas, sin hablar nunca de cosas alegres, sino únicamente de las tétricas, vivificándose con su desarrollo. Ilir sospechaba que practicaba la brujería.
No se hablaba de otra cosa en los hogares. Al comienzo, tras los primeros acontecimientos, se produjo una cierta desesperación. Después, según sucede habitualmente en estos casos, la conmoción inicial pasó y la gente se esforzó por dilucidar las causas y las raíces del mal. Se interrogó sobre ello a las viejas de la vida. Eran éstas unas mujeres muy viejas que nunca se asustaban ni se asombraban de nada. Hacía tiempo que no salían de sus casas. El mundo les parecía aburrido ya que para ellas todos los acontecimientos, incluyendo los más importantes -inundaciones, epidemias, guerras-, no eran más que una mera repetición. Ya eran viejas en los tiempos de la monarquía, incluso antes de la monarquía, en la época de la república, ya eran viejas durante la Primera Guerra Mundial, incluso antes, a comienzos de siglo. La vieja Haxe hacía veintidós años que no salía de casa. Otra vieja, de la familia de los Zekate, llevaba veintitrés. La vieja Neshilan no había salido desde hacía dieciocho, después de enterrar a su último yerno. La vieja Xano salió tras treinta y un años de encierro voluntario y sólo anduvo unos metros más allá del umbral de su casa, para emprenderla a golpes con un oficial italiano que andaba haciendo la corte a una tataranieta suya. Las viejas de la vida eran muy fuertes, todo nervio y huesos, a pesar de que comían muy poco y se pasaban todo el día fumando y tomando café. Cuando la vieja Xano cogió de la oreja al oficial italiano, éste, creyendo que podría zafarse con un simple gesto, lanzó un alarido. Sacó el revolver y golpeó a la vieja en las manos. Pero ella no sólo no soltó su presa, sino que comenzó a darle golpes en la cara con su otra mano huesuda, hasta derribarlo por tierra. Y es que las viejas de la vida tenían muy pocas carnes en sus cuerpos y escasos puntos sensibles. Eran como los cuerpos que se preparan para ser embalsamados, de los que se extraen todas las partes blandas que puedan descomponerse con facilidad. Junto con la grasa y la carne excesiva, de su ser habían escapado los deseos superfluos, la curiosidad, el miedo, las emociones, la vacilación, los escrúpulos. Javer dijo una vez que la vieja Xano, con la misma sangre fría habría atrapado por la oreja al mismo Benito Mussolini, tal como había hecho con el soldado italiano.
Acerca de los hechizos, las viejas de la vida dijeron algunas sabias palabras, muy parcas. Mencionaron algunos ejemplos antiguos, de los que podía extraerse la conclusión de que explosiones semejantes de brujería se producían habitualmente en vísperas de acontecimientos graves, cuando las almas están inquietas, como las hojas antes de la tormenta.
Quedaban numerosos interrogantes por esclarecer, incluyendo el más importante: ¿quién era el autor de los hechizos? Pero la gente, en lugar de dedicar su tiempo a indagaciones de carácter general, comenzó a emprender acciones más concretas. Los hijos de Aqif Kaxahu se dispusieron a vigilar día y noche, por turnos, ocultos en la buhardilla. Doña Pino, que había resultado especialmente afectada por los embrujos a causa de su profesión de engalanadora de las novias de la ciudad, se compró un perro tan grande como un lobo y lo mantenía atado en el patio. Mane Voco había sacado del desván el viejo fusil de los tiempos de Turquía y lo tenía listo, colgado detrás de la puerta. El ayuntamiento reforzó la vigilancia en el cementerio de la ciudad.
Además, la gente adoptó algunas medidas defensivas de carácter preventivo. Las mujeres guardaban bajo llave las cenizas del hogar, como si fuera preciada harina, y los hombres, al salir de las barberías, llevaban siempre consigo un pañuelo o una hoja de periódico, donde el barbero les había envuelto cuidadosamente los cabellos cortados.