Hallábase cierta mañana recostado el príncipe en su lecho, meditando sobre tan inexorable materia, abierta la ventana de su cuarto para aspirar la suave brisa de la mañana, que se elevaba saturada con la fragancia de las flores de los naranjos del valle del Dauro, dejándose oír débilmente los trinos de los ruiseñores, que seguían cantando sobre el mismo tema. Embebido y suspirando se hallaba nuestro regio cautivo cuando he aquí que oye un revoloteo por el aire; era un hermoso palomo que, perseguido por un gavilán, se entró por la ventana y cayó rendido de cansancio al suelo, en tanto que su perseguidor, no pudiendo hacerlo presa, se fue volando por las montañas.
Levantó el príncipe al ave fatigada, la acarició y la abrigó en su seno. Luego que la hubo tranquilizado con sus halagos, le metió en una jaula de oro, ofreciéndole con sus propias manos hermoso trigo blanco y agua cristalina. El pobre palomo, sin embargo, no quería comer y permanecía melancólico y triste, exhalando lastimeros quejidos.
-¿Qué te pasa? -le dijo Ahmed-. ¿No tienes todo lo que puedes desear?
-¡Ay, no! -le replicó el palomo-. ¡Me veo separado de mi amada compañera, y en la hermosa época de la primavera, época del amor!
-¡Del amor!... -replicó Ahmed-. Ave querida: ¿podrás explicarme tú lo que es el amor?
-¡Perfectamente, príncipe mío! El amor es el tormento de uno, la felicidad de dos y la lucha y enemistad de tres; es un encanto que atrae mutuamente a dos seres y los une por irresistibles simpatías, haciéndolos felices cuando están juntos, pero desgraciados cuando están separados. ¿Acaso no existe un ser con quien tú te encuentres ligado por este vínculo del amor?
-Sí, yo amo a mi anciano maestro Eben Bonabben más que a todos los demás seres; pero suele parecerme con frecuencia fastidioso, y me creo más feliz muchas veces sin su compañía.
-No es ésa la simpatía de que yo hablé. Yo me refiero al amor, el gran misterio y principio de la vida; al sueño exaltado de la juventud; a la sombría delicia de la edad madura. Mira a tu alrededor, ¡oh príncipe!, y verás cómo en esta deliciosa estación toda la Naturaleza está respirando ese tierno amor. Cada ser tiene su compañero: el pájaro más insignificante canta a su pareja; hasta el mismo escarabajo corteja a su amante en el polvo, y aquellas mariposas que ves revoloteando por encima de la torre y jugando en el aire, todos son felices con su amor. ¡Ay, príncipe mío! ¿Has malgastado los preciosos días de tu juventud sin saber nada de lo es el amor? ¿No hay ningún gentil ser del otro sexo, una hermosa princesa, una enamorada dama, que haya cautivado tu corazón, que haya agitado tu pecho con un suave conjunto de agradables penas y de tiernos deseos?
-Ya empiezo a comprender -dijo el príncipe suspirando-; yo he experimentado esa inquietud no pocas veces, pero sin saber la causa; mas, ¿dónde encontraría ese objeto, tal como tú me lo pintas, en esta espantosa soledad?
Prolongose algún rato más este coloquio, con lo que la primera lección del amor que recibió el inexperto monarca fue del todo completa.
-¡Ay! -dijo-. ¡Si el amor es tal delicia y su interrupción tal amargura, no permita Allah que yo perturbe el regocijo de los que aman!
Y, abriendo la jaula, sacó al palomo y, después de haberlo besado, lo puso en la ventana diciéndole:
-Vuela, ave feliz, y regocíjate con tu amada compañera en los días de tu juventud primaveral. ¿Para qué te he de tener prisionera en esta solitaria torre, donde nunca podrá penetrar el amor?
El palomo batió sus alas en señal de alegría, describió un círculo en el aire y voló después rápidamente hacia las floridas alamedas del Dauro.
Siguiole el príncipe con la vista, quedando después abismado en amargas reflexiones. El canto de los pájaros, que antes le deleitaba, ya le hacía más amarga su soledad. ¡Amor!, ¡amor!, ¡amor! ¡Ah, pobre joven! ¡Entonces conoció lo que significaban estos trinos!
Cuando vio al filósofo Eben Bonabben, sus ojos echaban chispas.
-¿Por qué me habéis tenido en esta abyecta ignorancia? -le dijo duramente-. ¿Por qué me habéis ocultado el gran misterio y principio de la vida, cuando lo sabe el más insignificante de los seres? Observad cómo la Naturaleza entera se entrega a estos sueños de delicias, y cómo todas las criaturas se regocijan con su compañera. ¡Éste, éste es el amor que yo quería conocer! ¿Por qué se me prohíbe gozar de él? ¿Por qué se han deslizado los días de mi juventud sin saber nada acerca de tales delicias?
El sabio Bonabben comprendió que era inútil toda reserva, pues el príncipe conocía ya la peligrosa ciencia prohibida. Por lo tanto, le reveló las predicciones de los astrólogos y las precauciones que se habían tomado en su educación para conjurar la desgracia pronosticada.
-Y ahora, príncipe mío -añadió-, mi vida está en vuestras manos. En cuanto descubra vuestro severo padre que habéis aprendido al fin lo que es el amor, como estáis bajo mi tutela, sabed que mi cabeza tendrá que responder de vuestra ciencia.