Читаем Cuentos de la Alhambra полностью

Quedó el príncipe maravillado de la sabiduría que encerraba este consejo, y tomó, por lo tanto, la dirección hacia Sevilla. Caminaba solamente de noche, para complacer a su compañero, descansando de día en alguna tenebrosa caverna o desmantelada torre, pues el búho conocía todos los escondrijos y guaridas, y tenía verdadera pasión de anticuario por las ruinas.

Al fin, cierta mañana, al romper el día, llegaron a Sevilla, donde el búho, que aborrecía el resplandor y el ruido de las calles, hizo alto fuera de las puertas de la ciudad, sentando sus reales en el hueco de un árbol.

Pasó el príncipe la puerta, y encontró al poco tiempo la torre mágica, que sobresale por encima de las casas de la ciudad del mismo modo que la palmera se eleva sobre las hierbas del desierto; era, en resumen, la misma torre que existe actualmente conocida con el nombre de La Giralda, famosa torre morisca de Sevilla.

El príncipe subió por una gran escalera de caracol a lo alto de la torre, donde encontró el cabalístico cuervo, ave misteriosa con la cabeza encanecida y casi desplumada, y con una nube en un ojo que le hacía parecer un espectro; mirando con el ojo que le quedaba un diagrama trabado sobre el pavimento.

Llegose el príncipe a él con el respeto y reverencia que inspiraban su venerable aspecto y sobrenatural sabiduría, y le dijo:

-Perdonad, ¡oh ancianísimo y sabio cuervo mágico!, si interrumpo por un momento vuestros estudios, admiración del mundo entero. Aquí tenéis delante a un peregrino de amor, que desea pediros consejo para alcanzar el objeto de su pasión.

-Decidme claramente -le dijo el cuervo dirigiéndole una mirada significativa- si es que queréis consultar mi ciencia de zahorí; si es eso, mostradme vuestra mano y dejadme descifrar las misteriosas líneas de la fortuna.

-Dispensad -le dijo el príncipe-. No vengo para conocer los decretos del destino, ocultos por Allah a la vista de los mortales, sino que, peregrino de amor, deseo solamente conocer la clave para encontrar el objeto de mi peregrinación.

-¿Conque se os presentan inconvenientes para encontrar el objeto de vuestra pasión en la seductora Andalucía? -le dijo el viejo cuervo mirándole con el único ojo que le quedaba-. Pero ¿cómo diantres os halláis perplejo en un Sevilla, donde bailan la zambra mil beldades de ojos negros bajo las capas de los naranjos?

Sonrojose el príncipe oyendo hablar tan libremente al cínico cuervo, y le dijo con gravedad:

-Creedme, amigo mío; yo no persigo empresa tan inútil e innoble como me insinúa. Las beldades de ojos negros de Andalucía que bailan bajo los naranjos del Guadalquivir no tienen que ver nada con mi aventura; yo busco a una doncella purísima, al original de este retrato. Así, pues, os ruego, ¡oh poderosísimo cuervo!, que me digáis si está al alcance de vuestra ciencia, de vuestra inteligencia o de vuestro arte el decirme dónde podré encontrarla.

El viejo cuervo se sintió corrido ante la severa gravedad del príncipe.

-¿Qué he de saber yo -le dijo con sequedad- de juventudes ni de bellezas? Yo solamente visito a los viejos y a los decrépitos, no a los vigorosos y jóvenes. Yo soy el precursor del destino, y mi misión es cantar los presagios de la muerte desde lo alto de las chimeneas, batiendo mis alas junto a las ventanas de los que están enfermos. Podéis ir, por lo tanto, a otra parte en busca de esas noticias relativas a vuestra bella desconocida.

-¿Y dónde ir a buscarla sino entre los hijos de la sabiduría, versados en el Libro del Destino? Sabed que soy un augusto príncipe influido por las estrellas, y que me encuentro destinado a llevar a cabo una empresa misteriosa de la cual depende la suerte de vastos imperios.

Cuando el cuervo vio que era un asunto de importancia en el cual influían las estrellas, cambió de tono y ademanes y escuchó con profundo interés la historia del príncipe. Luego que éste concluyó su relato, le dijo:

-Por lo que toca a esa princesa, no puedo daros noticias, pues yo no acostumbro a volar por los jardines ni por las cámaras frecuentadas por las damas; pero dirigid vuestros pasos a Córdoba, buscad la palmera del gran Abderramán, que está en el patio de la mezquita principal, y al pie de ella encontraréis un gran viajero que ha visitado todas las cortes y países y que ha sido favorito de reinas y princesas. Éste os facilitará cuantas noticias queráis acerca del objeto de vuestros desvelos.

-Mil gracias por dato tan precioso -contestó el príncipe-. ¡Pasadlo bien, venerabilísimo hechicero!

-Adiós, peregrino de amor -le dijo el cuervo con sequedad; y volvió a entregarse de nuevo al estudio de su diagrama.

Salió el príncipe de Sevilla, buscó a su compañero de viaje, el búho, que aún dormitaba en el árbol, y ambos se dirigieron hacia Córdoba.

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