– ¿Decirte qué? No podía decirte nada, no tenía derecho. Tampoco quería que alguien se interpusiera en su camino. Además, son compromisos que uno se calla. No se va pregonando por ahí juramentos secretos. Mi padre y mi madre creen que ando metido en negocios. Ambos esperan que me vuelva rico para desagraviarles de su miseria. Ignoran por completo mis actividades militantes. Y eso que también ellos son militantes. No vacilarían en dar su vida por Palestina… pero no su hijo, porque eso no es normal. Los hijos son la supervivencia de sus padres, su pedazo de eternidad… Quedarán desconsolados cuando se enteren de mi muerte. Soy plenamente consciente del enorme dolor que les voy a infligir, pero no será sino un dolor más en su historial. Con el tiempo, acabarán resignándose y perdonándome. El sacrificio no incumbe sólo a los demás. Si admitimos que los hijos de los demás mueran por los nuestros, debemos admitir que nuestros hijos mueran por los de los demás. Si no, no sería justo. Y ahí es donde no consigues seguirme,
– ¿Por qué ella?…
– ¿Por qué no ella? ¿Por qué quieres que Sihem quede al margen de la historia de su pueblo? ¿Acaso era mejor o peor que las mujeres que se habían sacrificado antes que ella? Este es el precio de la libertad…
– Lo era. Ella era libre. Lo tenía todo. Yo le daba todo lo que quería.
– La libertad no es un pasaporte que se te entrega oficialmente,
– No tenía la menor sospecha, Adel. Parecía tan feliz…
– Estabas tan empeñado en hacerla feliz que te negabas a ver lo que podía ensombrecer su felicidad. Sihem no quería ese tipo de felicidad. Le provocaba remordimientos de conciencia. Su única manera de exculparse era alistarse para la Causa. Es una opción lógica cuando perteneces a un pueblo que sufre. No existe la felicidad sin dignidad y no hay sueño posible sin libertad… El hecho de ser mujer no descalifica a la militante ni la exime. El hombre inventó la guerra.