Los soldados nos obligan a alejarnos hasta un cerro pelado. Omr está desmoronado en su silla. Creo que no sabe exactamente lo que está ocurriendo; observa la agitación a su alrededor sin hacerle caso. Tras él se encuentra
He permanecido todo el día en lo alto del cerro, contemplando el montón de escombros que hace años luz, bajo un cielo esplendoroso, fue mi castillo de principito descalzo. Mi bisabuelo lo construyó con sus propias manos, piedra a piedra; en él salieron del cascarón varias generaciones con los ojos más abiertos que el horizonte, y varias esperanzas han libado en sus jardines. Ha bastado esa máquina para convertir en polvo, en pocos minutos, toda la eternidad.
Al atardecer, cuando el sol se atrinchera tras el Muro, un primo viene a buscarme.
– De nada sirve quedarse ahí -me dice-. Lo hecho hecho está.
Al decano lo alberga su bisnieto en una aldea no muy alejada de los vergeles.
Faten se ha escudado en un mutismo impenetrable. Ha decidido quedarse con el decano, en la casucha del bisnieto. Siempre se ha hecho cargo del anciano y sabe lo dura que es la tarea. Omr no aguantaría sin ella. Lo cuidarían al principio, pero acabarían desatendiéndolo. Por eso se quedó ella a vivir en casa del patriarca. Omr era como su bebé. Pero el bulldozer se ha llevado consigo el alma de Faten. Ahora es una mujer desfallecida, despavorida y silenciosa, una sombra que se olvida de sí misma en un rincón hasta que la noche se confunde con ella. Un día regresó a pie al vergel siniestrado, con el pelo suelto -ella que no se quitaba el pañuelo-, y se quedó de pie toda la noche ante los escombros bajo los cuales yacía lo esencial de su vida. Se negó a seguirme cuando fui a buscarla. No brotó ni una lágrima de sus ojos vacíos, de su mirada vidriosa, de esa mirada que no engaña y que he acabado temiendo. Y al día siguiente, Faten desaparece. Removimos cielo y tierra buscándola, pero se ha volatilizado. Viendo que estoy alertando a las aldeas circundantes, y por temor a que las cosas empeoren, el bisnieto me coge aparte y me confiesa:
– Yo la llevé a Yenín. Insistió mucho. De todos modos, nadie puede hacer nada, siempre ha sido así.
– ¿Qué me estás contando?
– Nada…
– ¿Por qué ha ido a Yenín, y a casa de quién?
El bisnieto de Omr se encoge de hombros.
– Son cosas que la gente como tú no comprende -me dice alejándose.
Ahora sí comprendo.
Tomo un taxi, regreso a Yenín y pillo a Jalil en su casa. Cree que he venido para ajustar cuentas con él. Lo tranquilizo. Sólo quiero ver a Adel. Éste llega de inmediato. Le comunico la desaparición de Faten y mis sospechas sobre sus motivos.
– Esta semana no ha ingresado en nuestras filas ninguna mujer -me confirma.
– ¿Por qué no buscas en la Yihad Islámica o en otras falanges?
– No merece la pena… Ya les cuesta entenderse entre ellos en lo esencial. Además, no tenemos cuentas que rendirnos. Cada cual lleva su guerra santa como la entiende. Si Faten anda entre ellos, es inútil intentar recuperarla. Es adulta y perfectamente libre de hacer lo que quiera con su vida. Y con su muerte. No hay dos varas de medir,
– Te lo suplico, encuéntrala.
Adel sacude la cabeza, apenado.
– Sigues sin entender nada,
Ya está, pienso: Faten está en Yenín para que el jeque la bendiga.